ÉSTE es el recuento de los primitivos comienzos de la institución del matrimonio. Éste ha progresado en forma constante partiendo de los apareamientos promiscuos y sin reglamentaciones dentro de la horda, pasando por muchas variaciones y adaptaciones, hasta la aparición de aquellas normas matrimoniales que finalmente culminaron en la realización de los apareamientos por pareja, la unión de un hombre y una mujer para establecer un hogar del más alto orden social.
El matrimonio muchas veces corrió peligro, y las costumbres matrimoniales se han apoyado grandemente tanto en la propiedad privada como en la religión; pero la verdadera influencia que por siempre protege el matrimonio y la familia consecuente, es el simple e innato hecho biológico de que los hombres y las mujeres no vivirán los unos sin las otros, sean ellos los salvajes más primitivos o los más cultos mortales.
Gracias al impulso sexual, el hombre egoísta es inducido a superar el nivel animal. La relación sexual autogratificante y digna comprende ciertas consecuencias de la autonegación y asegura la asunción de deberes altruísticos y de numerosas responsabilidades hogareñas que benefician a la raza. Por ello el sexo ha sido el civilizador incógnito e insospechado del salvaje; porque este mismo impulso sexual automática y seguramente obliga al hombre a pensar y finalmente le conduce a amar.