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El Príncipe Planetario de Urantia

4. Los Primeros Días de los Cien

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La llegada del séquito del Príncipe produjo profunda impresión. Bien que se requirieron casi mil años para difundirse las nuevas al extranjero, las enseñanzas y la conducta de los cien nuevos residentes influyeron sobremanera en las tribus próximas a la sede central mesopotámica. Y gran parte de vuestra mitología subsiguiente nació de las leyendas tergiversadas sobre estos días pasados en que estos miembros del séquito del Príncipe se repersonalizaron en Urantia como superhombres.

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La tendencia de los mortales a considerarlos como dioses obstaculiza gravemente la buena influencia de tales maestros extraplanetarios; pero, aparte de la técnica de su aparición en la tierra, los cien de Caligastia—cincuenta hombres y cincuenta mujeres– no recurrieron a métodos sobrenaturales ni a manipulaciones sobrehumanas.

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El grupo corpóreo, no obstante, era sobrehumano. Comenzaron ellos su misión en Urantia como extraordinarios seres de naturaleza triple:

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1. Eran corpóreos y relativamente humanos, pues encarnaban el mismo plasma vital de una de las razas humanas, el plasma vital andónico de Urantia.

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Estos cien miembros del séquito del Príncipe se dividieron por partes iguales, según el sexo y de acuerdo con su estado mortal previo. Cada persona que integraba este grupo era capaz de llegar a ser co-progenitor de algún orden nuevo de ser físico, pero se les había exhortado a no recurrir a la procreación, salvo en ciertas circunstancias. El séquito corpóreo del Príncipe Planetario suele procrear sus sucesores en algún momento anterior al retiro del servicio planetario especial. Lo normal es que dicho acto acontezca a la llegada del Adán y Eva Planetarios o poco tiempo después de eso.

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Estos seres extraordinarios, por ende, casi no tenían idea de qué tipo de criatura material se produciría como resultado de su unión sexual. Y, de hecho, nunca lo supieron; pues, antes de llegar al momento de dicho paso en la prosecución de su labor mundial, se trastornó el régimen entero debido a la rebelión, y los que más adelante desempeñaron el papel de progenitores quedaron separados de las corrientes vitales del sistema.

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En cuanto al color de la piel y el lenguaje, estos miembros materializados del séquito de Caligastia siguieron la raza andónica. Tomaban alimentos tal como lo hacían los mortales del reino con la siguiente diferencia: los cuerpos recreados de este grupo quedaban del todo satisfechos con un régimen alimenticio sin carne. Esta figuraba entre las consideraciones que determinaron su residencia en una región cálida en la cual abundaban las frutas y nueces. La práctica de subsistir a régimen no carnívoro data de los tiempos de los cien de Caligastia; pues esta costumbre se propagó por todas partes, afectando los hábitos alimenticios de muchas tribus circundantes, los grupos descendientes de las razas evolutivas que, en otro tiempo, habían sido exclusivamente carnívoras.

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2. Los cien eran seres materiales pero sobrehumanos, tras haberse reconstituido en Urantia a manera de hombres y mujeres singulares que pertenecían a un orden superior y extraordinario.

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A pesar de que este grupo tenía ciudadanía provisional en Jerusem, hasta este momento, aún no se habían fusionado con sus Ajustadores del Pensamiento; y cuando se ofrecieron de voluntarios y se aceptaron para el servicio planetario de acuerdo con las órdenes descendentes de la filiación, sus Ajustadores se separaron de ellos. Estos jerusemitas, sin embargo, eran seres sobrehumanos—tenían almas de crecimiento ascendente. Durante la vida mortal en la carne, el alma es de estado embrionario; nace (resucita) en la vida morontial y experimenta el desarrollo a través de los mundos morontiales sucesivos. Y las almas de los cien de Caligastia, de este modo, se expandieron mediante las experiencias progresivas de los siete mundos de estancia hasta el estado de ciudadanía en Jerusem.

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Conforme a sus instrucciones, el séquito no practicó la reproducción sexual, aunque sí estudiaron con gran esmero su constitución personal, y exploraron a fondo cada fase imaginable de unión del intelecto (la mente) y de la morontia (el alma). Durante el año treinta y tres de su estadía en Dalamatia, mucho antes de terminar de construirse la muralla, los números dos y siete del grupo danita descubrieron por azar un fenómeno que resulta de la unión del yo morontial de cada uno de ellos (el cual, presuntamente, es no sexual y no es material); esta aventura dio como resultado la primera de las criaturas intermedias primarias. Este ser nuevo era del todo visible para el séquito planetario y sus asociados celestiales y, sin embargo, no era visible a los hombres y mujeres de las distintas tribus humanas. Con autorización del Príncipe Planetario, todo el grupo corpóreo emprendió la producción de seres similares, y todos lo lograron, siguiendo las instrucciones de la pareja precursora danita. Así, pues, el séquito del Príncipe, con el tiempo, engendró el cuerpo original de los 50.000 seres intermedios primarios.

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Estas criaturas de tipo intermedio prestaban un gran servicio al llevar adelante los asuntos de la sede central mundial. Eran invisibles a los seres humanos, pero a los residentes temporales primitivos en Dalamatia se les enseñó sobre estos semiespíritus invisibles, y durante edades constituyeron la totalidad del mundo espiritual para estos mortales en vías de evolución.

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3. Los cien de Caligastia eran personalmente inmortales, o incapaces de morir. Por su forma material circulaban los antídotos de las corrientes vitales del sistema; y de no haber perdido el contacto con los circuitos por causa de la rebelión, habrían seguido viviendo por tiempo indefinido, hasta que adviniera posteriormente el próximo Hijo de Dios, o hasta su futura liberación a fin de reanudar el trayecto interrumpido a Havona y al Paraíso.

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Estos complementos antidotales de las corrientes vitales de Satania se derivaban del fruto del árbol de la vida, un arbusto de Edentia que los Altísimos de Norlatiadek enviaron a Urantia al llegar Caligastia. En la época de Dalamatia este árbol se cultivaba en el patio central del templo del Padre invisible, y el fruto del árbol de la vida permitió que los seres materiales y, en otros respectos mortales, del séquito del Príncipe, siguieran viviendo por tiempo indefinido, siempre y cuando tuvieran acceso a él.

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Si bien a las razas evolucionarias no les servía de nada, este supersustento fue más que suficiente para brindarles vida continua a los cien de Caligastia y también a los cien andonitas modificados que estaban asociados con ellos.

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Cabe por explicar que, al contribuir los cien andonitas su plasma de germen humano a los miembros del séquito del Príncipe, los Portadores de Vida introdujeron en sus cuerpos mortales el complemento de los circuitos del sistema; y así pudieron continuar viviendo junto con el séquito, siglo tras siglo, desafiando a la muerte física.

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Con el tiempo se dio conocimiento a los cien andonitas de su contribución a las nuevas formas de sus superiores, y estos mismos cien hijos de las tribus de Andón se mantuvieron en la sede central en calidad de asistentes personales del séquito corpóreo del Príncipe.


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