Por la atmósfera planetaria se filtran a la tierra aproximadamente dos milmillonésimos de la emanación total de la luz del sol. Si la luz que incide en América del Norte se pagara a razón de dos centavos por kilovatio hora, la factura anual de luz excedería a los 800 mil billones de dólares. La factura de luz solar de Chicago ascendería a un monto que superaría apreciablemente a los 100 millones de dólares diarios. Y tened presente que del sol se reciben otras formas de energía—la luz no es la única aportación solar que llega a vuestra atmósfera. Llueven a cántaros sobre Urantia vastas energías solares que abarcan las longitudes de onda que van desde las que están más allá del alcance de la visión humana hasta las que están por debajo de ésta.
La atmósfera de la tierra es casi opaca a gran parte de la radiación en el extremo ultravioleta del espectro. Una capa de ozono que envuelve completamente la tierra hasta unos diez y seis kilómetros por encima de su superficie, y que se extiende otros diez y seis kilómetros del lado del espacio exterior, absorbe la mayor parte de estas ondas de corta longitud. El ozono que infiltra esta región, en las condiciones que predominan en la superficie de la tierra, formaría una capa de sólo dos y medio milímetros de espesor; no obstante, esta cantidad relativamente pequeña y, al parecer, insignificante de ozono protege a los habitantes de Urantia del exceso de estas peligrosas y destructoras radiaciones ultravioletas presentes en la luz del sol. Pero, si fuera esta capa de ozono un tanto más gruesa, se os privaría de los sumamente importantes y saludables rayos ultravioletas que actualmente alcanzan la superficie de la tierra, y que le son atávicos a una de vuestras vitaminas más esenciales.
Así y todo, algunos de vuestros mecanicistas mortales menos imaginativos se empeñan en considerar la creación material y la evolución humana como una casualidad. Los seres intermedios de Urantia han recopilado más de cincuenta mil datos de la física y la química los cuales juzgan incompatibles con las leyes del azar casual, y los cuales, según afirman, demuestran de manera inequívoca la presencia de un propósito inteligente en la creación material. Todo lo antedicho no toma en cuenta su catálogo de más de cien mil descubrimientos ajenos al dominio de la física y la química que, según mantienen ellos, prueban la presencia de la mente en el planeamiento, creación, y mantenimiento del cosmos material.
Vuestro sol vierte verdaderos torrentes de rayos mortíferos a raudales, y vuestra vida amena en Urantia se debe a la influencia «fortuita» de más de dos veintenas de operaciones protectoras, aparentemente casuales, similares a la acción de esta capa de ozono única.
De no ser por el efecto de «manto» de la atmósfera durante la noche, el calor se perdería por la radiación con tanta rapidez que la vida sería imposible de mantener salvo mediante métodos artificiales.
Los ocho o diez kilómetros inferiores de la atmósfera de la tierra constituyen la troposfera; esta es la región de los vientos y las corrientes de aire que ocasionan los fenómenos meteorológicos. Por encima de esta región está la ionosfera interior y, subiendo, sigue la estratosfera. Ascendiendo desde la superficie de la tierra, la temperatura disminuye ininterrumpidamente por diez o trece kilómetros, a cuya altura se registran alrededor de 57 grados (C) bajo cero. Esta gama de temperatura que va de 54 a 57 grados (C) bajo cero sigue sin cambiar a medida que se asciende más por los próximos sesenta y cuatro kilómetros; este ámbito de temperatura constante es la estratosfera. A una altura de setenta y dos u ochenta kilómetros, la temperatura empieza a subir, y este incremento continúa hasta que, al nivel de los despliegues de la aurora, se alcanza una temperatura de 650 grados (C), y es este calor intenso el que ioniza el oxígeno. Pero la temperatura en una atmósfera tan enrarecida no se puede equiparar con la medición del calor en la superficie de la tierra. Tened presente que la mitad de toda vuestra atmósfera se encuentra en los primeros cinco kilómetros. Los arcos de luz superiores de la aurora boreal—como a seiscientos cuarenta kilómetros, indican la altura de la atmósfera de la tierra.
Los fenómenos de la aurora guardan una relación directa con las manchas solares, aquellos ciclones solares que giran en sentidos contrarios por encima y por debajo del ecuador del sol, tal como lo hacen los ciclones tropicales terrestres. Dichas perturbaciones atmosféricas giran en sentidos contrarios según ocurran por encima o por debajo del ecuador.
El poder de las manchas solares para alterar las frecuencias de la luz demuestra que estos centros de tormentas solares funcionan cual enormes imanes. Tales campos magnéticos pueden arrojar partículas cargadas desde los cráteres de las manchas solares a través del espacio a la atmósfera exterior de la tierra, en donde su influencia ionizadora produce las espectaculares luces de la aurora. Por lo tanto tenéis los mayores fenómenos de la aurora cuando las manchas solares están en su apogeo—o poco tiempo después– cuando las manchas están situadas, por lo general, más en armonía con el ecuador.
Hasta la aguja de una brújula es sensible a esta influencia solar ya que se vuelve un poco hacia el este cuando asoma el sol y un poco hacia el oeste cuando el sol está por ponerse. Esto sucede todos los días, mas durante el auge de los ciclos de manchas solares, esta variación de la brújula es dos veces mayor. Estas desviaciones diurnas de la brújula responden al incremento en la ionización de la atmósfera superior, producido por la luz solar.
Es la presencia de dos diferentes niveles de regiones conductoras electrizadas en la superestratosfera la que explica la transmisión a larga distancia de vuestras radioemisiones de onda corta y larga. Las formidables tormentas que ocasionalmente azotan los dominios de estas ionosferas exteriores, perturban algunas veces vuestras transmisiones.