Alrededor de mediodía, mientras Felipe compraba abastecimiento para el nuevo campamento que se estaba estableciendo ese día cerca de Getsemaní, se le acercó una delegación de extranjeros, un grupo de griegos creyentes de Alejandría, Atenas y Roma, cuyo portavoz dijo al apóstol: «Los que te conocen te han señalado; por eso, venimos a ti, Señor, con la petición de ver a Jesús, tu Maestro». Felipe fue tomado de sorpresa al encontrar así a estos gentiles griegos prominentes e indagadores en la plaza, y, puesto que Jesús había tan explícitamente encargado a los doce que no hicieran enseñanza pública alguna durante la semana de Pascua, estuvo un tanto perplejo en cuanto a cómo manejar este asunto. También estaba desconcertado porque estos hombres eran gentiles extranjeros. Si hubieran sido judíos o gentiles conocidos de la zona, no habría titubeado tan marcadamente. Lo que hizo fue: Les pidió a los griegos que permanecieran allí donde estaban. Cuando se alejó de prisa, supusieron que había ido en busca de Jesús, pero en realidad corrió a la casa de José, donde sabía que estaban almorzando Andrés y los demás apóstoles; y llamando afuera a Andrés, le explicó el propósito de su venida, y luego, acompañado por Andrés, retornó a donde esperaban los griegos.
Puesto que Felipe había prácticamente terminado de comprar los abastecimientos, él y Andrés volvieron con los griegos a la casa de José, donde Jesús los recibió; y se sentaron junto a él mientras hablaba a sus apóstoles y a un grupo de discípulos importantes reunidos en este almuerzo. Dijo Jesús:
«Mi Padre me envió a este mundo para revelar su comprensión amante a los hijos de los hombres, pero aquellos a quienes primero me dirigí se han negado a recibirme. Es verdad que muchos de vosotros habéis creído mi evangelio, pero los hijos de Abraham y sus líderes están por rechazarme, y al así hacer, ellos rechazan a Aquél que me envió. Yo he proclamado libremente el evangelio de la salvación a este pueblo; les he hablado de la filiación con felicidad, libertad y vida más abundante en el espíritu. Mi Padre ha hecho muchas obras maravillosas entre estos hijos del hombre dominados por el temor. Pero en verdad el profeta Isaías se refirió a este pueblo cuando escribió: ‘Señor, ¿quién ha creído nuestras enseñanzas? ¿A quién ha sido revelado el Señor?’ En verdad los líderes de mi pueblo deliberadamente han cegado sus ojos para no ver, y endurecido su corazón para no creer ni ser salvados. Todos estos años he tratado de curarlos de su incredulidad para que puedan recibir la salvación eterna del Padre. Sé que no todos me han fallado; algunos entre vosotros habéis en verdad creído mi mensaje. En este aposento ahora hay una veintena de hombres que fueron anteriormente miembros del sanedrín, o que ocupaban altas posiciones en los concilios de la nación, aunque algunos entre vosotros todavía os resistís a confesar abiertamente la verdad, para que no os expulsen de la sinagoga. Algunos entre vosotros están tentados de amar la gloria de los hombres más que la gloria de Dios. Pero yo me veo obligado a mostrar paciencia, puesto que temo por la seguridad y la lealtad aun algunos de los que han estado por tanto tiempo junto a mí, y que han vivido tan cerca a mi lado.
«En este aposento de banquetes percibo que hay judíos y gentiles en números aproximadamente iguales, y os dirigiré la palabra como a los primeros y a los últimos de tal grupo que yo pueda instruir en los asuntos del reino antes de ir a mi Padre».
Estos griegos habían asistido fielmente a las enseñanzas de Jesús en el templo. El lunes por la noche habían celebrado una conferencia en la casa de Nicodemo, que se prolongó hasta el amanecer del día, y treinta de entre ellos habían elegido entrar al reino.
Al estar Jesús de pie ante ellos en este momento, percibió el fin de una dispensación y el comienzo de otra. Volviendo su atención a los griegos, el Maestro dijo:
«El que cree en este evangelio, cree no solamente en mí sino en Aquél que me envió. Cuando me contempláis, veis no solamente al Hijo del Hombre, sino también a Aquél que me envió. Yo soy la luz del mundo, y el que crea mi enseñanza ya no vivirá en las tinieblas. Si vosotros los gentiles me escucháis, recibiréis las palabras de la vida y entraréis inmediatamente en la libertad regocijante de la verdad de la filiación de Dios. Si mis conciudadanos, los judíos, eligen rechazarme y rehúsan mis enseñanzas, no los juzgaré, porque no he venido para juzgar al mundo sino para ofrecerle salvación. Sin embargo, los que me rechazan y rehusan recibir mis enseñanzas serán llevados a juicio cuando la temporada sea propicia por mi Padre y por aquellos a quienes él ha nombrado para que juzguen a los que rechazan los dones de la misericordia y las verdades de la salvación. Recordad todos vosotros que hablo no por mí mismo, sino que he declarado fielmente a vosotros lo que el Padre mandó que yo debía revelar a los hijos de los hombres. Y estas palabras que el Padre me dijo que hablara al mundo son palabras de verdad divina, misericordia sempiterna y vida eterna.
«Pero tanto a los judíos como a los gentiles yo declaro que está por haber llegado la hora en la que el Hijo del Hombre será glorificado. Bien sabéis que, excepto que un grano de trigo caiga a la tierra y muera, permanece solo; pero si muere en buena tierra, surge nuevamente a la vida y rinde mucho fruto. Aquél que ama con egoísmo su vida, corre peligro de perderla; pero el que está dispuesto a dar su vida por mí y por el evangelio gozará de una existencia más abundante sobre la tierra y en el cielo, vida eterna. Si en verdad me seguís, aun después que yo haya ido al Padre, seréis mis discípulos y los siervos sinceros de vuestros semejantes mortales.
«Sé que mi hora se avecina, y estoy turbado. Percibo que mi pueblo está decidido a despreciar el reino, pero me regocija recibir a estos gentiles que buscan la verdad, que están aquí hoy preguntando por el camino de la luz. Sin embargo, mi corazón sufre por mi pueblo, y mi alma está atribulada por lo que me espera. ¿Qué debo decir al mirar al futuro y discernir lo que está por caer sobre mí? ¿Acaso diré: Padre, sálvame de esta hora espantosa? ¡No! Por este mismo propósito he venido al mundo y aun a esta hora. Más bien diré y oraré para que os unáis a mí: Padre, glorifica tu nombre; se hará tu voluntad».
Cuando Jesús habló así, su Ajustador Personalizado que había residido en él antes de su bautismo apareció ante él, y al hacer una pausa de manera evidente, este espíritu ahora poderoso de representación del Padre habló a Jesús de Nazaret, diciendo: «He glorificado mi nombre muchas veces en tus autootorgamientos, y una vez más lo glorificaré».
Aunque los judíos y gentiles allí reunidos no oyeron ninguna voz, no pudieron dejar de discernir que el Maestro había pausado en su discurso mientras le llegaba un mensaje de alguna fuente sobrehumana. Todos ellos dijeron, cada uno al que estaba al lado de él: «Un ángel le ha hablado».
Entonces Jesús continuó hablando: «Todo esto no ha ocurrido por mi bien, sino por el vuestro. Yo sé con certidumbre que el Padre me recibirá y aceptará mi misión en vuestro nombre, pero es necesario que seáis alentados y preparados para la prueba de fuego que se avecina. Dejadme aseguraros que la victoria eventualmente coronará vuestros esfuerzos unidos por esclarecer al mundo y liberar a la humanidad. El viejo orden se está enjuiciando a sí mismo; yo ya he expulsado al Príncipe de este mundo; y todos los hombres serán libres por la luz del espíritu que yo derramaré sobre toda carne después de ascender a mi Padre en el cielo.
«Y ahora pues, os declaro que, cuando sea elevado de la tierra y de vuestras vidas, atraeré a mí a todos los hombres, a la comunidad de mi Padre. Habéis creído que el Libertador moraría por siempre en la tierra, pero yo declaro que el Hijo del Hombre será rechazado por los hombres, y que volverá al Padre. Sólo por un corto tiempo estaré con vosotros; sólo por un corto tiempo estará la luz viva en el medio de esta generación en tinieblas. Caminad mientras tengáis esta luz para que las tinieblas y la confusión venideras no os sobrecojan. El que camina en las tinieblas no sabe adonde va; pero si elegís caminar en la luz, en verdad seréis, todos vosotros, hijos liberados de Dios. Ahora pues, todos vosotros, venid conmigo para volver al templo y yo les diré palabras de adiós a los altos sacerdotes, los escribas, los fariseos, los saduceos, los herodianos y los dirigentes de Israel sumidos en la ignorancia».
Habiendo hablado así, Jesús condujo al grupo por las angostas calles de Jerusalén, de vuelta al templo. Acababan de oír al Maestro decir que éste sería su discurso de adiós en el templo, y le siguieron en silencio y profunda meditación.
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