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Camino a Jerusalén

3. La Gira en Perea

171:3.1

Durante más de dos semanas Jesús y los doce, seguidos por una multitud de varios centenares de discípulos, viajaron por el sur de Perea, visitando todas las ciudades en las que laboraban los setenta. Muchos gentiles vivían en esta región, y puesto que pocos iban a pasar la fiesta de la Pascua en Jerusalén, los mensajeros del reino continuaron con su trabajo de enseñanza y predicación sin interrupciones.

171:3.2

Jesús se encontró con Abner en Hesbón, y Andrés instruyó que no se interrumpieran las labores de los setenta durante la fiesta de Pascua; Jesús aconsejó que los mensajeros continuaran con su obra sin prestar atención alguna a lo que estaba por suceder en Jerusalén. También aconsejó a Abner que permitiese que el cuerpo de mujeres, por lo menos los miembros que así lo deseaban, fueran a Jerusalén para la Pascua. Fue ésta la última vez que Abner vio a Jesús en la carne. Su despedida de Abner fue: «Hijo mío, yo sé que tú serás fiel al reino, y oro para que el Padre te otorgue sabiduría de modo que puedas amar y comprender a tus hermanos».

171:3.3

Mientras viajaban de ciudad en ciudad, grandes números de sus seguidores desertaron para ir a Jerusalén de manera que, cuando Jesús empezó el viaje para la Pascua, el número de los que lo seguían todos los días había disminuido a menos de doscientos.

171:3.4

Los apóstoles comprendían que Jesús iba a Jerusalén para la Pascua. Sabían que el sanedrín había difundido un mensaje a todo Israel informado que había sido condenado a muerte e instruyendo a todos los que supieran dónde estaba que informaran al sanedrín; sin embargo, a pesar de todo esto, no estaban tan alarmados como lo habían estado cuando él les había anunciado en Filadelfia que iba a Betania para ver a Lázaro. Este cambio de actitud de un temor tan intenso a un estado de discreta expectativa, se debía sobre todo a la resurrección de Lázaro. Habían llegado a la conclusión de que Jesús podría, en caso de urgencia, afirmar su poder divino y avergonzar a sus enemigos. Esta esperanza, combinada con su fe más profunda y madura en la supremacía espiritual de su Maestro, era la fuente del valor exterior manifestado por sus seguidores inmediatos, quienes ahora se prepararon para seguirle a Jerusalén y hacer frente directamente a la declaración abierta del sanedrín de que debía morir.

171:3.5

La mayoría de los apóstoles y muchos de sus discípulos más íntimos no creían posible que Jesús muriese; ellos, creyendo que él era «la resurrección y la vida», lo consideraban inmortal y ya triunfante sobre la muerte.


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