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En la Fiesta de la Consagración del Templo

3. La Curación del Pordiosero Ciego

164:3.1

A la mañana siguiente, los tres fueron a la casa de Marta en Betania, para tomar el desayuno, y luego se dirigieron inmediatamente a Jerusalén. Esta mañana de sábado, al acercarse Jesús y sus doce apóstoles al templo, se toparon con un pordiosero bien conocido, un hombre que había nacido ciego, sentado en su lugar de siempre. Aunque estos mendigos no solicitaban ni recibían limosna el día sábado, se les permitía que se sentaran en sus lugares de siempre. Jesús se detuvo para contemplar al mendigo. Al mirar a este hombre que había nacido ciego, se le ocurrió cómo traer nuevamente su misión en la tierra a la atención del sanedrín y de los demás líderes judíos e instructores religiosos.

164:3.2

Mientras el Maestro estaba de pie frente al ciego, sumido en sus reflexiones, Natanael, pensando en la posible causa de la ceguera de este hombre, preguntó: «Maestro, ¿quién pecó, este hombre o sus padres, para que naciera ciego?»

164:3.3

Los rabinos enseñaban que todos los casos de ceguera de nacimiento se debían al pecado. No sólo serían los niños concebidos y nacidos en el pecado, sino que un niño podía nacer ciego como castigo por un pecado específico cometido por su padre. Aun enseñaban que el niño mismo podría pecar antes de nacer al mundo. También enseñaban que estos defectos podían ser causados por un pecado u otro vicio por parte de la madre mientras lo llevaba en el seno.

164:3.4

Existía en todas estas regiones, un remanente de la creencia en la reencarnación. Los antiguos instructores judíos, juntamente con Platón, Filón y muchos de los esenios, toleraban la teoría de que el hombre puede cosechar en una encarnación lo que siembra en una existencia previa; del mismo modo se creía que estaban expiando en una vida los pecados cometidos en vidas precedentes. El Maestro encontraba dificultad en convencer a los hombres de que su alma no había tenido existencia previa.

164:3.5

Sin embargo, aunque esto no parezca lógico, aunque la ceguera se consideraba resultado del pecado, los judíos opinaban al mismo tiempo que era altamente meritorio dar limosna a los mendigos ciegos. Era costumbre de estos ciegos cantar constantemente a los que pasaban: «Oh corazones tiernos, haced mérito ayudando al ciego».

164:3.6

Jesús comenzó con Natanael y Tomás la discusión de este caso, no sólo porque ya había decidido utilizar a este ciego para traer nuevamente en ese día su misión a la atención prominente de los dirigentes judíos, sino también porque siempre alentaba a sus apóstoles a que buscaran las verdaderas causas de todos los fenómenos, tanto naturales como espirituales. Muchas veces les había advertido que evitaran la tendencia común de asignar causas espirituales a los acontecimientos físicos comunes.

164:3.7

Jesús decidió utilizar a este pordiosero en sus planes para la obra de ese día, pero antes de hacer nada por el ciego, cuyo nombre era Josías, contestó la pregunta de Natanael. Dijo el Maestro: «Ni este hombre pecó, ni sus padres lo hicieron para que se manifiesten en él las obras de Dios. Su ceguera fue producida por el curso natural de los acontecimientos, pero ahora debemos hacer la obra de Aquél que me envió, antes de que se acabe el día, porque vendrá con toda seguridad aquella noche en que será imposible hacer la obra que estamos a punto de realizar. Cuando estoy en el mundo, yo soy la luz del mundo, pero dentro de muy poco tiempo ya no estaré con vosotros».

164:3.8

Cuando Jesús acabó de hablar, les dijo a Natanael y Tomás: «Vamos a crear la vista para este ciego en este día sábado, de modo que los escribas y los fariseos tengan amplia oportunidad de acusar al Hijo del Hombre». Luego, inclinándose, escupió en la tierra y mezcló la arcilla con la saliva, y, hablando de todo esto para que el ciego pudiera oír, se acercó a Josías y puso la arcilla sobre sus ojos sin vista, diciendo: «Hijo mío, vete, lávate esta arcilla en el estanque de Siloé, e inmediatamente recibirás la vista». Y cuando Josías se hubo lavado en el estanque de Siloé, volvió junto a sus amigos y parientes, viendo.

164:3.9

Como había sido siempre un pordiosero, no sabía hacer otra cosa; por consiguiente, en cuanto pasó el primer entusiasmo de la creación de su vista, volvió a sentarse en el mismo sitio en que solía pedir limosna. Sus amigos, sus vecinos y todos los que lo conocían, al observar que veía, dijeron: «¿No es éste Josías el mendigo ciego?» Algunos contestaron que sí, pero otros dijeron: «No, se le parece, pero este hombre ve». Pero cuando le preguntaron a él mismo, respondió: «Yo soy».

164:3.10

Cuando le preguntaron cómo había ocurrido que tenía vista, les respondió: «Pasó por aquí un hombre llamado Jesús, se puso a hablar de mí con sus amigos, e hizo arcilla con su saliva, me ungió los ojos, y mandó que me los lavara en el estanque de Siloé. Así lo hice, e inmediatamente pude ver. Eso ocurrió hace tan sólo pocas horas. Aún no conozco el significado de muchas de las cosas que veo». Cuando la gente que empezaba a congregarse a su alrededor le preguntó dónde podrían encontrar al extraño hombre que lo había curado, Josías sólo pudo responder que no lo sabía.

164:3.11

Éste es uno de los más extraños de todos los milagros del Maestro. Este ciego no pidió que lo curaran. No sabía que el Jesús que lo había mandado a que se lavara los ojos en Siloé, y que le había prometido que vería, era el profeta de Galilea que predicó en Jerusalén durante la fiesta de los tabernáculos. Tenía poca fe de que obtendría la visión, pero la gente de aquel entonces tenía gran fe en la eficacia de la saliva de un gran hombre o de un santo varón; y de la conversación de Jesús con Natanael y Tomás, Josías había concluido que su posible benefactor era un gran hombre, un instructor sabio o un santo profeta; por eso, hizo lo que Jesús le había ordenado.

164:3.12

Jesús usó la arcilla y la saliva y le ordenó que se lavara en el estanque simbólico de Siloé por tres motivos:

164:3.13

1. Este episodio no fue una respuesta milagrosa a la fe de un individuo. Fue éste un portento que Jesús decidió realizar para fines propios, pero lo hizo de una manera que permitiera que este hombre derivara beneficios duraderos.

164:3.14

2. Como el ciego no había pedido la curación, ni tenía una fe profunda, Jesús sugirió estas acciones materiales con el propósito de alentarlo. Él sí creía en la superstición de la eficacia de la saliva, y sabía que el estanque de Siloé era un lugar semisagrado. Pero no hubiera ido ahí de no haber sido necesario lavar la arcilla de la unción. Había en esta transacción la cantidad suficiente de ingrediente ceremonial que induciría al ciego a actuar.

164:3.15

3. Pero Jesús tenía un tercer motivo para recurrir a estos medios materiales en relación con esta transacción singular: éste fue un milagro forjado obedeciendo tan sólo su propia elección, y por este medio, deseaba enseñar a sus seguidores de ese día y de todas las edades subsiguientes que no se deben despreciar ni olvidar los elementos materiales en la curación de los enfermos. Quería enseñarles que dejaran de pensar que el único método para la curación de las enfermedades humanas eran los milagros.

164:3.16

Jesús otorgó la vista a este hombre mediante un milagro, esta mañana de sábado en Jerusalén, cerca del templo, con el propósito principal de desafiar abiertamente con esta acción al sanedrín y a todos los instructores judíos y líderes religiosos. Fue ésta su manera de proclamar una ruptura abierta con los fariseos. Siempre fue positivo en todas sus acciones. Con el propósito de traer estos asuntos ante la atención del sanedrín, había llevado Jesús a sus dos apóstoles junto a este pordiosero, temprano por la tarde de este día sábado, y así provocó deliberadamente aquellas conversaciones que obligaron a los fariseos a prestar atención a este milagro.


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