Este viernes por la tarde Jesús anduvo caminando por Nazaret sin ser observado ni reconocido. Pasó por la casa de su niñez y por el taller de carpintería y estuvo una media hora en la colina que tanto le había agradado cuando niño. Desde el día de su bautismo por Juan en el Jordán, el Hijo del Hombre no había sentido tal inundación de emoción humana en su alma. Al descender del monte, oyó los sonidos familiares de la trompeta que anunciaba la puesta del sol, tal como los había oído muchas veces cuando niño en Nazaret. Antes de volver al campamento, pasó por la sinagoga donde había ido a la escuela y su mente se entretuvo en los muchos recuerdos de sus días de infancia. Temprano ese día, Jesús había enviado a Tomás a que dispusiera lo necesario con el jefe de la sinagoga para poder predicar en los servicios matutinos del sábado.
El pueblo de Nazaret no había sido nunca famoso por su piedad ni espejo de vida recta. Con el pasar de los años, esta aldea se había contaminado cada vez más con la baja moral característica de la cercana ciudad de Séforis. Durante la juventud de Jesús y sus primeros años de vida adulta, las opiniones de Nazaret sobre él estaban divididas; su decisión de mudarse a Capernaum suscitó gran resentimiento. Aunque los habitantes de Nazaret mucho habían oído sobre las obras de su ex carpintero, estaban ofendidos porque no había incluido su aldea natal en ninguna de sus giras de predicación anteriores. La nueva de la fama de Jesús había llegado hasta allí, desde luego; pero la mayoría de los nazarenos estaban airados porque Jesús no había realizado ninguna de sus grandes obras en la ciudad de su juventud. Durante meses se había hablado mucho de Jesús en el pueblo de Nazaret, pero en general, predominaban las opiniones desfavorables.
Así pues el Maestro se encontró en medio de una atmósfera que en vez de darle la bienvenida al hogar, se manifestaba decididamente hostil e hipercrítica. Pero esto no era todo. Sus enemigos, sabiendo que pasaría el sábado en Nazaret y suponiendo que hablaría en la sinagoga, habían empleado a numerosos hombres rudos y groseros para acosarlo, hostilizarlo y armar lío en toda forma posible.
La mayoría de los viejos amigos de Jesús, incluyendo el maestro chazán que tanto lo amó en su juventud, habían muerto o se habían ido de Nazaret, y la generación más joven tendía a resentir su fama y alimentaba intensos sentimientos de celos y envidia. No querían recordar su temprana devoción a la familia de su padre, y lo criticaban amargamente porque no visitaba a su hermano ni a sus hermanas casadas que vivían en Nazaret. La actitud de la familia de Jesús también contribuyó a aumentar los sentimientos hostiles del pueblo. Los ortodoxos de entre los judíos aun llegaron a criticar a Jesús porque iba demasiado rápido camino a la sinagoga este sábado por la mañana.