Cierta tarde en Sunem, después del regreso a Hebrón de los apóstoles de Juan, y después de que los apóstoles de Jesús habían sido enviados en grupos de dos en dos, cuando el Maestro estaba ocupado en enseñar a un grupo de doce de los evangelistas más jóvenes que laboraban bajo la dirección de Jacob, juntamente con las doce mujeres, Raquel hizo a Jesús esta pregunta: «Maestro, qué debemos responder cuando las mujeres nos preguntan ¿qué debo hacer para ser salvada?» Cuando Jesús escuchó esta pregunta, respondió:
«Cuando los hombres y las mujeres preguntan qué deben hacer para ser salvados, vosotras contestaréis: cree en este evangelio del reino; acepta el perdón divino. Por la fe reconoce el espíritu residente de Dios, cuya aceptación te hace hijo de Dios. Acaso no habéis leído en las Escrituras donde dice: ‘en el Señor encuentro yo rectitud y fuerza’. También allí donde el Padre dice: ‘cercana está mi rectitud se acerca; ha salido mi salvación, y mis brazos abrazarán a mi pueblo’. ‘Mi alma se alegrará en el amor de mi Dios, porque me vistió con vestiduras de salvación y me rodeó de manto de su rectitud’. Acaso no habéis leído también del Padre que su nombre ‘será el Señor de nuestra rectitud’. ‘Llevad estos harapos sucios de presunción y vestid a mi hijo con el manto de rectitud divina y de salvación eterna’. Es para siempre verdad que, ‘el justo por su fe vivirá’. El ingreso en el reino del Padre es completamente libre, pero el progreso—el crecimiento en la gracia– es esencial para seguir permaneciendo allí.
«La salvación es el don del Padre, y es revelada por sus Hijos. Vuestra aceptación mediante la fe os permite compartir de la naturaleza divina, ser hijo o hija de Dios. Por la fe estáis justificados; por la fe sois salvados; y por la misma fe avanzaréis eternamente en el camino de la perfección progresiva y divina. Por la fe Abraham fue justificado y tomó conciencia de la salvación por las enseñanzas de Melquisedek. A través de todas las edades esta misma fe ha salvado a los hijos del hombre, pero ahora ha venido un Hijo de donde el Padre para hacer que esa salvación sea más real y aceptable».
Cuando Jesús terminó de hablar, hubo gran regocijo entre los que habían oído sus reconfortantes palabras, y en los días que siguieron, todos ellos proclamaron el evangelio del reino con nueva fuerza y renovada energía y entusiasmo. Las mujeres se regocijaron aún más al saber que se las había incluido en estos planes para el establecimiento del reino en la tierra.
Al resumir su declaración final, Jesús dijo: «No podéis comprar la salvación; no podéis ganar la rectitud. La salvación es el don de Dios, y la rectitud es el fruto natural de la vida nacida del espíritu de la filiación en el reino. No seréis salvados porque viváis una vida recta, sino que viviréis una vida recta porque ya habéis sido salvados, habéis reconocido la filiación como un don de Dios y el servicio en el reino como el gozo supremo de la vida en la tierra. Cuando los hombres creen en este evangelio, que es una revelación de la bondad de Dios, serán conducidos al arrepentimiento voluntario de todo pecado conocido. La comprensión de la filiación es incompatible con el deseo de pecar. Los creyentes en el reino tienen sed de rectitud y hambre de perfección divina».