LA EXPERIENCIA de una vida religiosa dinámica transforma al individuo mediocre en una personalidad de poder idealista. La religión sirve al progreso de todos porque fomenta el progreso de cada individuo, y el progreso de cada uno es aumentado por el logro de todos.
El crecimiento espiritual está mutuamente estimulado por la asociación íntima con otros religionistas. El amor provee el terreno para el crecimiento religioso—un aliciente objetivo en lugar de la gratificación subjetiva– que sin embargo otorga la satisfacción subjetiva suprema. Y la religión ennoblece la rutina común de la vida diaria.