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En la Fiesta de la Consagración del Templo

5. La Enseñanza en la Logia de Salomón

164:5.1

Mientras se desenvolvía toda esta sesión del sanedrín en una de las cámaras del templo, en violación de la ley del sábado, Jesús andaba por las cercanías, enseñando a la gente en la logia de Salomón, con la esperanza de que lo llamaran ante el sanedrín, para que pudiera comunicarles la buena nueva de la libertad y el gozo de la filiación divina en el reino de Dios. Pero el sanedrín temía enviar por él. Estas apariciones repentinas y públicas de Jesús en Jerusalén, siempre los desconcertaban. Ahora, Jesús les brindaba la oportunidad que ellos tan ardientemente habían buscado, pero temían mandarlo traer ante el sanedrín aun como testigo, y más todavía temían arrestarlo.

164:5.2

Promediaba el invierno en Jerusalén, y la gente buscaba el refugio parcial de la logia de Salomón; mientras allí se encontraba Jesús, las multitudes le hacían muchas preguntas y él les enseñó durante más de dos horas. Algunos de los instructores judíos intentaron hacerlo caer en una trampa preguntándole públicamente: «¿Por cuánto tiempo nos dejarás en la incertidumbre? ¿Si tú eres el Mesías, por qué no nos lo dices claramente?» Dijo Jesús: «Muchas veces os he hablado de mí y de mi Padre, pero no queréis creerme. ¿Acaso no podéis ver que las obras que hago en nombre de mi Padre atestiguan por mí? Pero muchos entre vosotros no creéis porque no pertenecéis a mi redil. El instructor de la verdad atrae solamente a los que tienen hambre de verdad y sed de rectitud. Mis ovejas oyen mi voz y yo las conozco y ellas me siguen. A todos los que siguen mis enseñanzas, yo concedo vida eterna; jamás perecerán, ni nadie los arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me ha dado a estos hijos, es más grande que todos, y nadie los puede arrebatar de la mano de mi Padre. El Padre y yo somos uno». Algunos de los judíos descreídos corrieron allí donde aún se estaba construyendo el templo para buscar piedras y arrojárselas a Jesús, pero los creyentes los detuvieron.

164:5.3

Jesús continuó sus enseñanzas: «Muchas obras amantes os he mostrado de mi Padre, y ahora quiero preguntaros ¿por cuál de ésas queréis apedrearme?» Entonces respondió uno de los fariseos: «Por buena obra no queremos apedrearte sino por la blasfemia, porque tú, siendo un hombre, te atreves a considerarte igual a Dios». Y Jesús respondió: «Acusas al Hijo del Hombre de blasfemia porque te niegas a creer en mí cuando yo declaro que Dios me ha enviado. Si no hago las obras de Dios, no me creas, pero si hago las obras de Dios aunque no creas en mí, por lo menos deberías creer en las obras. Pero para que estés seguro de lo que yo proclamo, déjame que nuevamente afirme que el Padre está en mí y yo en el Padre y que, así como el Padre está en mí, así moraré yo en cada uno de los que creen este evangelio». Y cuando la gente oyó estas palabras, muchos de entre ellos corrieron a buscar piedras para arrojárselas, pero él se alejó por los precintos del templo; y encontrándose con Natanael y Tomás, que habían asistido a la sesión de sanedrín, aguardó con ellos cerca del templo hasta que salió Josías de la cámara del concilio.

164:5.4

Jesús y los dos apóstoles no fueron a buscar a Josías a su casa hasta que oyeron que había sido expulsado de la sinagoga. Cuando llegaron a su casa, Tomás lo llamó al patio, y Jesús, hablándole, dijo: «Josías, ¿crees tú en el Hijo de Dios?» Josías contestó: «Dime quién es, para que yo crea en él». Jesús dijo: «Le has visto y le has oído, y es aquél que ahora te habla». Y Josías dijo: «Señor, yo creo», y cayendo de rodillas, lo adoró.

164:5.5

Cuando Josías se enteró de que había sido expulsado de la sinagoga, al principio se deprimió grandemente pero mucho se consoló cuando Jesús le ordenó que se preparara para ir inmediatamente con ellos al campamento de Pella. Este hombre de Jerusalén, de mente simple, en efecto había sido expulsado de una sinagoga judía, pero he aquí que el Creador de un universo lo llevó a que se asociara con la nobleza espiritual de ese día y generación.

164:5.6

Ahora Jesús abandonó Jerusalén, para no regresar hasta poco antes de la época en que se preparaba para abandonar este mundo. Con los dos apóstoles y Josías, el Maestro regresó a Pella. Josías demostró ser uno de los que dieron frutos entre los que recibieron el ministerio milagroso del Maestro porque se volvió predicador del evangelio del reino por toda su vida.


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