La verdadera religión convierte al religionista en fragrancia social y es causa de discernimiento de la hermandad humana. Pero la formalización de los grupos religiosos muchas veces destruye aquellos mismos valores para la promoción de los cuales se organizara el grupo. La amistad humana y la religión divina se ayudan mutuamente y son significativamente esclarecientes si el crecimiento de cada uno está equilibrado y armonizado. La religión da nuevo sentido a todas las asociaciones de grupo: familias, escuelas y clubes. Imparte nuevos valores al juego y exalta el verdadero humor.
El liderazgo social se transforma por la compenetración espiritual; la religión impide que todo movimiento colectivo pierda de vista sus verdaderos objetivos. La religión, juntamente con los niños, es el gran unificador de la vida familiar, siempre y cuando sea una fe viviente y creciente. La vida familiar no puede existir sin niños; puede ser vivida sin religión, pero tal falta multiplica enormemente las dificultades de esta íntima asociación humana. Durante las primeras décadas del siglo veinte, la vida familiar, después de la experiencia religiosa personal, sufre mayormente por la decadencia consiguiente a la transición de las antiguas lealtades religiosas a los nuevos significados y valores que están surgiendo.
La verdadera religión es una manera significativa de vivir en forma dinámica frente a frente con las realidades comunes de la vida diaria. Pero si la religión ha de estimular el desarrollo individual del carácter y aumentar la integración de la personalidad, no debe ser estandardizada. Si ha de estimular la evaluación de la experiencia y servir como un señuelo que en sí mismo es un valor, no debe ser estereotipada. Si la religión ha de promover lealtades supremas, no debe ser formalizada.
Sean cuales fueran los trastornos que acompañen el crecimiento social y económico de la civilización, la religión es genuina y valiosa si fomenta en el individuo una experiencia en la cual la soberanía de la verdad, la belleza, y la bondad prevalece, puesto que tal es el verdadero concepto espiritual de la realidad suprema. Y a través del amor y de la adoración esto se vuelve significativo como hermandad con el hombre y filiación de Dios.
Después de todo, es lo que uno cree más bien que lo que uno sabe lo que determina la conducta y domina la actuación personal. El conocimiento puramente factual ejerce muy poca influencia sobre el hombre común a menos que se torne activado emocionalmente. Pero la activación de la religión es superemocional, unificando la entera experiencia humana en niveles trascendentes mediante el contacto con las energías espirituales y su liberación en la vida mortal.
Durante los tiempos psicológicamente agitados del siglo veinte, en el medio de los trastornos económicos, las corrientes encontradas de la moral y las mareas sociológicas de las transiciones ciclónicas de la era científica, miles y miles de hombres y mujeres se han dislocado humanamente; están ansiosos, desapacibles, temerosos, inseguros e inestables; como nunca antes en la historia del mundo, necesitan el consuelo y la estabilización de una religión sólida. Frente a los logros científicos y al desarrollo mecánico sin precedentes existe un estancamiento espiritual y un caos filosófico.
No hay peligro en que la religión se vuelva más y más un asunto privado—una experiencia personal– siempre y cuando no pierda su motivación de servicio social altruista y amante. La religión ha padecido de muchas influencias secundarias: una mezcla repentina de culturas, el cruce de credos, la disminución de la autoridad eclesiástica, el cambio de la vida familiar, juntamente con la urbanización y la mecanización.
El peligro espiritual más grande del hombre consiste en el progreso parcial, el problema de un crecimiento a medias: el abandono de las religiones evolucionarias del temor sin acogerse inmediatamente a la religión revelatoria del amor. La ciencia moderna, particularmente la psicología ha debilitado sólo aquellas religiones que son en tan gran parte dependientes del temor, la superstición y la emoción.
La transición siempre va acompañada de confusión, y habrá poca tranquilidad en el mundo religioso hasta que no se acabe la gran lucha entre las tres filosofías rivales de la religión:
1. La creencia espiritística (en una Deidad providencial) de muchas religiones.
2. La creencia humanística e idealística de muchas filosofías.
3. Las concepciones mecanicistas y naturalistas de muchas ciencias.
Estos tres avances parciales hacia la realidad del cosmos deben finalmente armonizarse con la presentación revelatoria de la religión, filosofía y cosmología que ilustra la existencia trina del espíritu, la mente y la energía procedentes de la Trinidad del Paraíso y obteniendo una unificación espacio-temporal dentro de la Deidad del Supremo.