Nunca hubo doce tribus de israelitas—tan sólo tres o cuatro tribus se establecieron en Palestina. La nación hebrea surgió como resultado de la unión de los así llamados israelíes y cananeos. «Así los hijos de Israel habitaban entre los cananeos. Y tomaron de sus hijas por mujeres y dieron a sus hijas a los hijos de los cananeos». Los hebreos nunca echaron a los cananeos afuera de Palestina, a pesar del registro sacerdotal de estas cosas, que sin vacilación declara que lo hiciesen.
La conciencia israelita se originó en la tierra colinosa de Efraín; la conciencia judía posterior se originó en el clan sureño de Judá. Los judíos (judaítas) siempre intentaron difamar a los israelitas del norte (efrateos).
La historia hebrea pretenciosa comienza con la unión de los clanes del norte por acción de Saúl para resistir a un ataque de los amonitas contra la tribu de los galaaditas, al este del Jordán. Con un ejército de poco más de tres mil derrocó al enemigo, y esta empresa fue la que condujo a las tribus de las colinas a hacerle rey. Cuando los sacerdotes exilados reescribieron esta historia, aumentaron el ejército de Saúl a 330.000 personas y agregaron «Judá» a la lista de las tribus que habían participado en la batalla.
Inmediatamente después de la derrota de los amonitas, Saúl fue hecho rey por elección popular de sus tropas. No participaron sacerdotes ni profetas en este asunto. Pero los sacerdotes más adelante introdujeron en el registro la idea de que el profeta Samuel coronó a Saúl rey de acuerdo con directivas divinas. Esto lo hicieron para establecer un «linaje divino» para el reinado judaíta de David.
La mayor de todas las distorsiones de la historia judía tuvo que ver con David. Después de la victoria de Saúl sobre los amonitas (que él adscribió a Yahvé) los filisteos se alarmaron y comenzaron a atacar a los clanes norteños. David y Saúl nunca podían ponerse de acuerdo. David, con seiscientos hombres, entró en una alianza filistea y marchó a la costa de Esdraelón. En Gat los filisteos ordenaron que David se retirara; temían que se pasara a Saúl. David se retiró; los filisteos atacaron y derrotaron a Saúl. No podrían haberlo hecho si David hubiese sido leal a Israel. El ejército de David era una colección políglota de descontentos, formado en su mayor parte por inadaptados sociales y fugitivos de la justicia.
La trágica derrota de Saúl en Gilboa disminuyó la importancia de Yahvé entre los dioses a los ojos de los cananeos vecinos. Ordinariamente, la derrota de Saúl habría sido adscrita a la apostasía de Yahvé, pero esta vez los editores judaítas la atribuyeron a errores rituales. Requerían la tradición de Saúl y Samuel como antecedentes del reinado de David.
David, con su pequeño ejército, se estableció en la ciudad no hebrea de Hebrón. Dentro de poco sus compatriotas le proclamaron rey del nuevo reinado de Judá. Judá estaba formado principalmente de elementos no hebreos: los ceneos, los calebitas, los jebuseos y otros cananeos. Eran nómadas—pastores– y por consiguiente creían en la idea hebrea sobre la propiedad de la tierra. Mantenían las ideologías de los clanes del desierto.
La diferencia entre las historias sagrada y profana está bien ilustrada por las dos versiones distintas sobre el nombramiento de David como rey tal como se las encuentra en el Antiguo Testamento. Los sacerdotes, sin darse cuenta, dejaron en este registro una parte de la historia secular de cómo sus seguidores inmediatos (su ejército) le hicieron rey, preparando posteriormente el prolongado y prosaico relato de la historia sagrada en el que se ilustra cómo el profeta Samuel, por instrucción divina, seleccionó a David de entre sus hermanos y mediante ceremonias solemnes y elaboradas le ungió formalmente rey de los hebreos y luego lo proclamó sucesor de Saúl.
Muchas veces los sacerdotes, después de preparar sus relatos ficticios de las negociaciones milagrosas de Dios con Israel, dejaron borrar completamente las declaraciones sencillas y reales que ya existían en esos registros.
David intentó mejorar su posición política casando primero con la hija de Saúl, luego con la viuda de Nabal, el rico edomita, y posteriormente con la hija de Talmai, el rey de Geshur. Tomó seis esposas de entre las mujeres de Jebus, sin mencionar a Betsabé, la esposa del heteo.
Mediante estos métodos y con esta gente, David construyó la ficción de un reino divino de Judá como sucesor de la herencia y las tradiciones del reino norteño de Israel efrateo, en vías de desaparición. La tribu cosmopolita de David de Judá era más gentil que judía; sin embargo, los ancianos oprimidos de Efraín bajaron y «le ungieron rey de Israel». Después de una amenaza militar, David hizo un pacto conjunto con los jebuseos y estableció su capital del reino unido en Jebus (Jerusalén), que era una ciudad de muros poderosos a mitad de camino entre Judá e Israel. Los filisteos se sublevaron y pronto atacaron a David. Después de una feroz batalla fueron derrotados, y nuevamente se estableció Yahvé como «el Señor Dios de las Huestes».
Pero Yahvé debía, por fuerza, compartir parte de esta gloria con los dioses cananeos, porque la mayoría de los componentes del ejército de David no era hebrea. Por lo tanto aparece en vuestros registros (desapercibido de los editores judaítas) esta declaración reveladora: «Yahvé quebrantó a mis enemigos delante de mí. Por esto llamó el nombre de aquel lugar Baal-perazim». Y así lo hicieron porque el ochenta por ciento de los soldados de David eran baalitas.
David explicó la derrota de Saúl en Gilboa señalando que Saúl había atacado una ciudad cananea, Gabaón, cuyo pueblo tenía un tratado de paz con los efrateos. Por ello, Yahvé le abandonó. Aún en los tiempos de Saúl, David había defendido la ciudad cananea de Keila contra los filisteos, y luego hizo su capital en una ciudad cananita. De acuerdo con la política de compromiso con los cananeos, David entregó a siete de los descendientes de Saúl a los gabaonitas para que los ahorcaran.
Después de la derrota de los filisteos David ganó posesión del «arca de Yahvé», la trajo a Jerusalén e hizo oficial la adoración de Yahvé en su reino. A continuación estableció pesados tributos en las tribus vecinas: los edomitas, los moabitas, los amonitas y los sirios.
La maquinaria política corrompida de David empezó a tomar posesión personal de las tierras al norte, violando las costumbres hebreas establecidas, y pronto ganó control de las tarifas de las caravanas, anteriormente recolectadas por los filisteos. Luego se produjo una serie de atrocidades que culminaron con el asesinato de Urías. Se adjudicaban todas las apelaciones judiciales en Jerusalén; ya no podían «los ancianos» administrar la justicia. No es de extrañar que estallara una rebelión. Hoy en día, Absalón podría ser llamado demagogo; su madre era cananita. Había media docena de aspirantes al trono además del hijo de Betsabé—Salomón.
Después de la muerte de David, Salomón purgó la maquinaria política de toda influencia norteña, pero continuó la tiranía y los pesados impuestos del régimen de su padre. Salomón llevó a la nación a la bancarrota con los lujos de su corte y sus elaborados programas de construcción: existía la casa de Líbano, el palacio de la hija del faraón, el templo de Yahvé, el palacio del rey y la restauración de los muros de muchas ciudades. Salomón creó una vasta marina mercante hebrea, operada por marineros sirios y que comerciaba con todo el mundo. Su harén llegó a casi mil.
En esta época el templo de Yahvé en Siloh estaba desacreditado, y toda la adoración de la nación se centralizaba en Jebus, en la maravillosa capilla real. El reino del norte se volvió hacia la adoración de Elohim. Gozaban del favor de los faraones, que más tarde esclavizaban a Judá, colocando al reino del sur bajo tributo.
Hubo buenos y malos momentos—guerras entre Israel y Judá. Después de cuatro años de guerra civil y tres dinastías Israel cayó bajo el gobierno de los déspotas de la ciudad, que comenzaron a vender tierras. Aún el rey Omri intentó comprar las tierras de Semer. Pero el fin se desencadenó cuando Salmanasar III decidió controlar la costa mediterránea. El rey Acab, de Efraín, reunió a otros diez grupos y resistió en Karkar; la batalla fue un empate. Detuvieron al asirio pero los aliados estaban diezmados. Esta gran contienda ni siquiera está mencionada en el Antiguo Testamento.
Se produjeron nuevos problemas cuando el rey Acab intentó comprar tierra de Nabot. Su esposa fenicia falsificó el nombre de Acab en los documentos que instruían que se confiscara la tierra de Nabot porque éste había sido acusado de haber blasfemado los nombres de «Elohim y el rey». Él y sus hijos fueron ejecutados rápidamente. El vigoroso Elías apareció en la escena denunciando a Acab por el asesinato de los Nabot. Así pues Elías, uno de los más grandes profetas, comenzó sus enseñanzas como defensor de las viejas costumbres en cuanto a la tierra y contra la actitud baalista de vender tierras, contra el intento de las ciudades por dominar el campo. Pero la reforma no triunfó hasta que el terrateniente Jehú no unió sus fuerzas con el cacique gitano Jonadab para destruir a los profetas (agentes de inmobiliarios) de Baal en Samaria.
Apareció nueva vida cuando Joás y su hijo Jeroboán libraron a Israel de sus enemigos. Pero para esta época gobernaba en Samaria una nobleza gangsterista cuyas depredaciones rivalizaban las de la dinastía davídica de los viejos tiempos. El estado y la iglesia funcionaban del mismo modo. El intento de suprimir la libertad de palabra condujo a Elías, Amós y Oseas a comenzar sus escritos secretos, y éste fue el verdadero comienzo de las Biblias judía y cristiana.
Pero el reino del norte no desapareció de la historia hasta que el rey de Israel conspiró con el rey de Egipto y rehusó pagar tributos adicionales a Asiria. Allí comenzó el sitio que duró tres años, seguido por la dispersión total del reino del norte. Efraín (Israel) desapareció así. Judá—los judíos, «el resto de Israel»– había comenzado la concentración de las tierras en las manos de unos pocos, tal como dijo Isaías: «Juntando casa a casa y campo a campo». Dentro de poco había en Jerusalén un templo de Baal al lado del templo de Yahvé. Este reino de terror terminó mediante una sublevación monoteísta dirigida por el rey adolescente Joás, que dirigió las cruzadas de Yahvé durante treinta y cinco años.
El siguiente rey, Amasías, tuvo problemas por la sublevación de los contribuyentes edomitas y sus vecinos. Después de una victoria notable, atacó a sus vecinos del norte y fue igualmente derrotado. Entonces se rebelaron los campesinos; asesinaron al rey y sentaron en el trono a su hijo de dieciséis años. Éste fue Azarías, llamado Uzías por Isaías. Después de Uzías, las cosas fueron empeorando, y Judá existió durante cien años pagando tributos a los reyes de Asiria. Isaías el primero les dijo que Jerusalén, puesto que era la ciudad de Yahvé, jamás caería. Pero Jeremías no vaciló en proclamar su caída.
La verdadera destrucción de Judá se originó debido a un círculo de políticos corrompidos y ricos que operaban bajo el gobierno de un rey adolescente, Manasés. La economía cambiante favoreció el retorno de la adoración de Baal, cuyas negociaciones sobre la propiedad privada de la tierra iban contra la ideología de Yahvé. La caída de Asiria y la ascendencia de Egipto trajeron la liberación a Judá durante un tiempo, y los campesinos tomaron el poder. Bajo Josías ellos destruyeron el círculo de políticos corrompidos de Jerusalén.
Pero esta era llegó a un fin trágico cuando Josías presumió interceptar el poderoso ejército de Necao que se trasladaba por la costa desde Egipto para asistir a Asiria contra Babilonia. Y fue totalmente destruído, y Judá pasó a pagar tributo a Egipto. El partido político de Baal volvió a tener poder en Jerusalén, y así comenzó la verdadera esclavitud egipcia. Comenzó un período en el cual los políticos baal controlaban tanto los tribunales como el sacerdocio. La adoración de Baal era un sistema económico y social que tenía que ver con los derechos de propiedad así como también con la fertilidad del suelo.
Con la caída de Necao derrocado por Nabucodonosor, Judá cayó bajo el gobierno de Babilonia y se le otorgaron diez años de gracia, pero pronto se rebeló. Cuando Nabucodonosor alzó las armas contra ellos los judaítas comenzaron reformas sociales, como por ejemplo liberar a los esclavos, para influir sobre Yahvé. Cuando el ejército babilonio se retiró temporalmente, los hebreos se regocijaron de que su magia de reforma les había liberado. Fue durante este período cuando Jeremías les dijo de una ruina inminente, y poco después volvió Nabucodonosor.
Así pues el fin de Judá se produjo repentinamente. La ciudad fue destruída y el pueblo fue llevado a Babilonia. La lucha Yahvé-Baal terminó con el cautiverio. Y el cautiverio llevó los restos de Israel al monoteísmo.
En Babilonia los judíos llegaron a la conclusión de que no podían existir como pequeño grupo en Palestina, con sus propias costumbres sociales y económicas peculiares, y que, si sus ideologías habían de dominar, debían convertir a los gentiles. Así se originó su nuevo concepto de destino—la idea de que los judíos deben ser los servidores elegidos de Yahvé. La religión judía del Antiguo Testamento evolucionó realmente en Babilonia durante el cautiverio.
La doctrina de la inmortalidad también tomó forma en Babilonia. Los judíos habían pensado que la idea de la vida futura le quitaba importancia a su evangelio de justicia social. Ahora por primera vez la teología desplazaba a la sociología y a la economía. La religión estaba tomando forma como sistema de pensamiento y conducta humanos, separándose cada vez más de la política, la sociología y la economía.
Así pues la verdad sobre el pueblo judío divulga que mucho de lo que se ha considerado historia sagrada resulta ser no mucho más que la crónica de la historia profana común. El judaísmo fue el terreno en el cual creció el cristianismo, pero los judíos no eran un pueblo milagroso.