La destrucción de la nación hebrea y su cautiverio en Mesopotamia podrían haber resultado de gran beneficio para la expansión de su teología si no hubiese sido por la acción decidida de su sacerdocio. Su nación había caído ante los ejércitos de Babilonia, y su Yahvé nacionalista había sufrido debido a las predicaciones internacionalistas de los líderes espirituales. Fue resentimiento por la pérdida de su dios nacional lo que condujo a los sacerdotes judíos a inventar tantas fábulas y multiplicar acontecimientos de aspecto milagroso en la historia hebrea en sus esfuerzos por restaurar la idea de los judíos como pueblo elegido aún del concepto nuevo y ampliado de un Dios internacionalizado de todas las naciones.
Durante su cautiverio, los judíos fueron muy influídos por las tradiciones y las leyendas babilónicas, aunque debe notarse que mejoraron infaliblemente el tono moral y el significado espiritual de las cuentas caldeas que adoptaron, a pesar de que invariablemente las distorsionaron para reflejar honor y gloria sobre los antepasados y sobre la historia de Israel.
Estos sacerdotes y escribas hebreos tenían en su mente una idea fija, y ésa era la rehabilitación de la nación judía, la glorificación de las tradiciones hebreas y la exaltación de su historia racial. Si existe resentimiento por el hecho de que los sacerdotes transmitieron sus ideas erróneas a una porción tan grande del mundo occidental, debe recordarse que no lo hicieron intencionalmente; no declaraban escribir por inspiración; no hicieron profesión de escribir un libro sagrado. Estaban meramente preparando un libro de texto con el objeto de estimular el valor en decadencia de sus semejantes en cautiverio. Su objetivo era claramente mejorar el espíritu y el estado de ánimo nacional de sus compatriotas. Fueron los hombres de una época posterior los que reunieron estos escritos en un libro de guía de enseñanzas supuestamente infalibles.
El sacerdocio judío hizo uso liberal de estos escritos posteriormente a la época del cautiverio, pero se vieron grandemente dificultados en su influencia sobre sus semejantes cautivos por la presencia de un profeta joven e indomable, Isaías el segundo, que se había convertido plenamente al Dios de justicia, amor, rectitud y misericordia del Isaías más anciano. También creía con Jeremías que Yahvé se había vuelto el Dios de todas las naciones. Predicó estas teorías de la naturaleza de Dios con tal eficacia que convirtió del mismo modo a los judíos y a sus capturadores. Este joven predicador dejó en registros sus enseñanzas, mientras que los sacerdotes hostiles e implacables los intentaron divorciar de toda asociación con él, aunque el mero respeto por su belleza y su grandeza condujo a la incorporación de estos escritos entre los escritos del primer Isaías. Así pueden encontrarse los escritos de este segundo Isaías en el libro de ese nombre, comprendiendo los capítulos del cuarenta al cincuenta y cinco.
Ningún profeta ni maestro religioso desde Maquiventa hasta el tiempo de Jesús alcanzó el concepto elevado de Dios que Isaías el segundo proclamó durante estos días de cautiverio. El Dios que proclamó este dirigente espiritual no era pequeño, antropomorfo ni hecho por el hombre. «He aquí que hace desaparecer las islas como gotas». «Y como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más altos que vuestros pensamientos».
Por fin Maquiventa Melquisedek contemplaba maestros humanos que proclamaban al verdadero Dios ante el hombre mortal. Como Isaías el primero, este dirigente predicaba un Dios de creación y gobierno universales. «Yo hice la tierra y creé sobre ella al hombre. No la creé en vano; para que fuese habitada la formé». «Yo soy el primero y yo soy el postrero; y fuera de mí no hay Dios». Hablando del Señor Dios de Israel, este nuevo profeta dijo: «Los cielos podrán desaparecer y la tierra envejecer, pero mi justicia permanecerá perpetuamente y mi salvación, de generación en generación». «No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios». «No hay Dios fuera de mí—Dios justo y un Salvador».
Y reconfortó a los cautivos judíos, tal como ha reconfortado a miles y miles de personas desde entonces al escuchar las siguientes palabras: «Ahora, así dice el Señor, ‘Yo te he creado, yo te he redimido, yo te he llamado por tu nombre; mío eres tú». «Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo puesto que eres preciado a mi vista». ¿Acaso puede una mujer olvidar a su niño que amamanta y no tener compasión de su hijo? Sí, ella puede olvidar, pero yo no olvidaré a mis hijos, porque los tengo esculpidos en la palma de mis manos; aún los he protegido con la sombra de mis manos». «Que el malvado abandone sus malos caminos y el hombre injusto sus pensamientos, que vuelva al Señor, y tendrá su misericordia y a nuestro Dios, porque él perdona abundantemente».
Volved a escuchar el evangelio de esta nueva revelación del Dios de Salem: «Como pastor apacentará su rebaño; en su brazo llevará los corderos y en su seno los llevará. Él da esfuerzo al cansado y multiplica las fuerzas al que no tiene ninguna. Los que esperan al Señor tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como águilas; correrán y no se cansarán; caminarán y no se fatigarán».
Este Isaías condujo una vasta propaganda del evangelio del concepto ampliado del supremo Yahvé. Rivalizaba con Moisés en su elocuencia al retratar al Señor Dios de Israel como el Creador Universal. Su ilustración de los atributos infinitos del Padre Universal era poética. Jamás se han vuelto a hacer declaraciones más hermosas sobre el Padre celeste. Como los salmos, los escritos de Isaías se encuentran entre las presentaciones más sublimes y verdaderas del concepto espiritual de Dios que hayan llegado jamás a oído mortal antes de la llegada de Micael a Urantia. Escuchad su retrato de la Deidad: «Yo soy el alto y el elevado que habita la eternidad». «Soy el primero y el postrero, y fuera de mí no hay otro Dios». «Y he aquí que no se ha acortado la mano del Señor para salvar, ni se ha agravado su oído para oír». Fue una doctrina nueva en el pueblo judaico cuando este profeta benigno, pero decidido, persistió en su predicación de la constancia divina, de la fidelidad de Dios. Declaró que «Dios no olvidará, Dios no abandonará».
Este audaz maestro proclamó que el hombre estaba relacionado estrechamente con Dios, diciendo: «Todos los llamados de mi nombre, para gloria mía los he creado, y ellos serán mi alabanza. Yo, yo mismo, soy el que borro sus trasgresiones para mi satisfacción, y no me acordaré sus pecados».
Escuchad a este gran hebreo derrocar el concepto de un Dios nacional proclamando gloriosamente la divinidad del Padre Universal, del cual dice: «El cielo es mi trono, y la tierra estrado de mis pies». Sin embargo, el Dios de Isaías era santo, majestuoso, justo e inescrutable. El concepto del Yahvé airado, vengativo y celoso de los beduinos del desierto prácticamente ha desaparecido. Un nuevo concepto del Yahvé supremo y universal ha aparecido en la mente del hombre mortal, para nunca más desaparecer. La realización de la justicia divina ha comenzado a destruir la magia primitiva y el miedo biológico. Por fin se presenta al hombre un universo de ley y orden y a un Dios universal de atributos confiables y finales.
Y este predicador del Dios excelso no cesó jamás de proclamar a este Dios de amor. «Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu». Y aún más este gran maestro habló palabras de consuelo a sus contemporáneos: «El Señor te guiará continuamente y satisfacerá tu alma. Serás como huerto de riego y como manantial de aguas, cuyas aguas nunca faltan. Y si vendrá el enemigo como río, el espíritu del Señor levantará una defensa contra él». Nuevamente brilló el evangelio de Melquisedek, destructor del temor, y la religión de Salem que origina confianza para bendición de la humanidad.
El valiente y perspicaz Isaías eclipsó en forma eficaz al Yahvé nacionalista gracias a su descripción sublime de la majestad y omnipotencia universal del Yahvé supremo, Dios de amor, gobernante del universo y Padre afectuoso de toda la humanidad. Desde aquellos días pletóricos el concepto más elevado de Dios en el occidente ha comprendido la justicia universal, la misericordia divina y la rectitud eterna. En palabras bellísimas y con donaire inigualado, este gran maestro describió al Creador todopoderoso como un Padre omniamante.
Este profeta del cautiverio predicó a su pueblo y a aquellos de muchas naciones que le escucharon junto al río en Babilonia. Y este segundo Isaías hizo mucho para contrarrestar los muchos conceptos raciales egoístas y erróneos sobre la misión del Mesías prometido. Pero en su esfuerzo no triunfó totalmente. Si los sacerdotes no se hubiesen dedicado a aumentar un nacionalismo mal entendido, las enseñanzas de los dos Isaías habrían preparado el terreno para el reconocimiento y la recepción del Mesías prometido.