En el décimo siglo antes de Cristo la nación hebrea se dividió en dos reinos. En ambas de estas divisiones políticas muchos maestros de la verdad intentaron detener la corriente reaccionaria de decadencia espiritual que se había desencadenado, y que prosiguió desastrosamente después de la guerra de separación. Pero estos esfuerzos por avanzar la religión hebraica no prosperaron hasta el momento en que comenzó sus enseñanzas ese decidido y valiente guerrero de la rectitud, Elías. Elías restauró en el reino del norte un concepto de Dios comparable con el que había sido mantenido en los días de Samuel. Elías tuvo poca oportunidad de presentar un concepto avanzado de Dios; estaba muy ocupado, tal como Samuel lo había estado antes que él, en derrotar los altares de Baal y demoler los ídolos de los dioses falsos. Y emprendió sus reformas frente a la oposición de un monarca idólatra; su tarea fue aun más gigantesca y difícil que a la que se había enfrentado Samuel.
Cuando Elías fue llamado, Eliseo, su asociado fiel, tomó en sus manos la tarea y, con la ayuda invaluable del poco conocido Micaías, mantuvo la luz de la verdad viva en Palestina.
Pero éstos no eran tiempos de progreso en el concepto de la Deidad. Los hebreos aún no habían ascendido siquiera al ideal mosaico. Cuando se cerró la era de Elías y de Eliseo las clases mejores estaban volviendo a la adoración del Yahvé supremo y presenciaban la restauración de la idea del Creador Universal más o menos en el punto en que la había dejado Samuel.