La presión hostil de los pueblos circunvecinos en Palestina enseñó muy pronto a los jeques hebreos que no tenían esperanza de sobrevivir a menos que confederaran sus organizaciones tribales en un gobierno centralizado. Y esta centralización de la autoridad administrativa ofreció a Samuel una mejor oportunidad de actuar como maestro y reformador.
Samuel surgió de una larga línea de maestros salemitas que habían persistido en mantener las verdades de Melquisedek como parte de sus formas de adoración. Este maestro era hombre viril y decidido. Sólo su gran devoción, combinada con su extraordinaria determinación, le permitieron soportar la oposición casi universal que encontró cuando se dispuso a atraer nuevamente a Israel a la adoración del supremo Yahvé de los tiempos de Moisés. Y aun entonces tan sólo triunfó parcialmente; consiguió atraer de vuelta al servicio del concepto más elevado de Yahvé tan sólo a la mitad más inteligente de los hebreos; la otra mitad continuó adorando a los dioses tribales del país y la concepción más baja de Yahvé.
Samuel era hombre decidido y rudo, un reformador práctico que era capaz de salir un día con sus asociados y derribar una veintena de sitios de Baal. El progreso que hacía se debía puramente a la fuerza de su compulsión; poco predicó, enseñó aún menos, pero sí actuó. Un día ridiculizaba al sacerdote de Baal; el próximo, deshacía a un rey cautivo. Creía devotamente en el Dios único, y tenía un concepto claro de ese Dios como creador del cielo y de la tierra: «Del Señor son las columnas de la tierra, y él afirmó sobre ellas el mundo».
Pero la mayor contribución que hizo Samuel al desarrollo del concepto de la Deidad fue su pronunciamiento resonante de que Yahvé era invariable, por siempre la misma incorporación de perfección y divinidad infalibles. En estos tiempos se concebía a Yahvé como un Dios caprichoso, atiborrado de antojos celosos, que lamentaba constantemente las cosas que había hecho; pero ahora por primera vez desde que los hebreos salieran de Egipto escucharon estas palabras sorprendentes: «El que es la Fuerza de Israel no mentirá ni se arrepentirá, porque no es hombre para que se arrepienta». Se proclamó la estabilidad en las relaciones con la divinidad. Samuel reiteró el pacto de Melquisedek con Abraham y declaró que el Señor Dios de Israel era la fuente de toda verdad, estabilidad y constancia. Los hebreos habían considerado siempre a su Dios como hombre, superhombre, espíritu exaltado de origen desconocido; ahora escuchaban el espíritu que fuera de Horeb exaltado como Dios inalterable de perfección creadora. Samuel contribuyó a que el concepto evolutivo de Dios ascendiera a las alturas, por encima del estado variable de la mente de los hombres y de las vicisitudes de la existencia mortal. Con sus enseñanzas, el Dios de los hebreos empezó el ascenso desde la idea a nivel de los dioses tribales al ideal de un Creador todopoderoso e invariable y Supervisor de toda la creación.
También renovó la predicación del hecho de la sinceridad de Dios, su confiabilidad como cumplidor de pactos. Dijo Samuel: «El Señor no desamparará a su pueblo». «Él ha hecho con nosotros un pacto perpetuo, ordenado en todas las cosas y será guardado». Así pues, en toda Palestina resonó el llamado de vuelta a la adoración del Yahvé supremo. Este enérgico maestro no se cansaba de proclamar: «¡Por tanto, tú te has engrandecido, oh Señor Dios, por cuanto no hay como tú, ni hay Dios fuera de ti!»
Hasta ese momento los hebreos habían considerado el favor de Yahvé principalmente en términos de prosperidad material. Causó gran impacto en Israel, y casi le cuesta la vida a Samuel, cuando se atrevió a proclamar: «El Señor empobrece, y él enriquece; abate y enaltece. Él levanta del polvo al pobre y exalta a los mendigos para hacerles sentarse con príncipes y heredar el trono de la gloria». No se habían proclamado promesas tan reconfortantes para los humildes y menos afortunados desde los tiempos de Moisés, y miles de seres desesperados entre los pobres comenzaron a alimentar la esperanza de poder mejorar su estado espiritual.
Pero Samuel no progresó mucho más allá del concepto del dios tribal. Proclamó a Yahvé que hizo a todos los hombres pero que se ocupó principalmente de los hebreos, su pueblo elegido. Aun así, como en los días de Moisés, nuevamente el concepto de Dios mostraba una Deidad santa y recta. «No hay nadie tan santo como el Señor. ¿Quién puede ser comparado con este santo Señor Dios?»
A medida que pasaban los años, el encanecido viejo dirigente progresó en la comprensión de Dios, pues declaró: «El Señor es el Dios del conocimiento y a él toca el pesar las acciones. El Señor juzgará los confines de la tierra, siendo misericordioso con los misericordiosos, y con el hombre recto también será recto». Ya aquí se encuentra el alba de la misericordia, aunque limitada a los que son misericordiosos. Más tarde llegó a adelantar un paso más cuando exhortó a su pueblo en la adversidad: «Caigamos ahora en manos del Señor, porque sus misericordias son muchas». «No hay limitación sobre el Señor para salvar a muchos o a pocos».
Y este desarrollo gradual del concepto del carácter de Yahvé continuó bajo el ministerio de los sucesores de Samuel. Intentaron presentar a Yahvé como un Dios que cumplía sus pactos, pero no llegaron a mantener el ritmo establecido por Samuel; fueron incapaces de desarrollar la idea de la misericordia de Dios tal como Samuel la había concebido en sus últimos años. Hubo una tendencia retrógrada constante hacia el reconocimiento de otros dioses, a pesar de que se mantuviera a Yahvé por encima de todos los demás. «Tuyo, oh Señor, es el reino, y tú eres excelso sobre todos».
El poder divino era la clave de esta era; los profetas de esta edad predicaban una religión concebida para fortalecer al rey en el trono hebreo. «Tuya es, oh Señor, la grandeza y el poder, la gloria, la victoria y la majestad. En tu mano está la fuerza y el poder, y tú puedes hacer grande y dar poder a todos». Y éste era el estado del concepto de Dios durante los tiempos de Samuel y de sus sucesores inmediatos.