Bajo el liderazgo de sus jeques y sacerdotes, los hebreos se volvieron vagamente establecidos en Palestina. Pero pronto volvieron a las oscuras creencias del desierto y se contaminaron con las prácticas religiosas menos avanzadas de los cananeos. Se volvieron idólatras y licenciosos, y su idea de la Deidad cayó muy por debajo de los conceptos egipcios y mesopotamios de Dios que estaban siendo mantenidos por ciertos grupos salemitas sobrevivientes, y que están registrados en algunos de los salmos y en el así llamado Libro de Job.
Los salmos son obra de una veintena o más de autores, muchos fueron escritos por maestros egipcios y mesopotamios. Durante estos tiempos, aunque en el Levante se adoraba a los dioses de la naturaleza, aún existía un buen número de gente que creía en la supremacía de El Elyón, el Altísimo.
Ninguna colección de escritos religiosos expresa la devoción y las ideas inspiradoras de Dios con tanta riqueza como el Libro de los salmos. Y sería muy útil si, al leer esta maravillosa colección de literatura de adoración, se considerara la fuente y cronología de cada himno separado de alabanza y adoración, recordando que ninguna colección individual cubre una gama tan grande de tiempo. Este Libro de los salmos es el registro de los conceptos variantes de Dios de los creyentes en la religión de Salem en todo Levante y abraza el entero período desde Amenemope a Isaías. En los salmos, Dios está descrito en todas las fases de concepción, desde la idea burda de una deidad tribal al ideal vastamente ampliado de los hebreos más recientes, en los que Yahvé está retratado como un gobernante amante y un Padre misericordioso.
Cuando se lo considera así, este grupo de salmos constituye la colección más valiosa y útil de sentimientos de devoción jamás reunida por el hombre hasta los tiempos del siglo veinte. El espíritu adorador de esta colección de himnos sobrepasa al de cualquier otro libro sagrado del mundo.
El abigarrado cuadro de la Deidad presentado en el Libro de Job fue producto de más de veinte maestros religiosos mesopotamios durante un período de casi trescientos años. Cuando leáis los elevados conceptos de divinidad que se encuentran en esta recopilación de las creencias mesopotámicas, reconoceréis que fue en las cercanías de Ur de Caldea donde la idea de un Dios real se conservó mejor durante los días oscuros de Palestina.
En Palestina la sabiduría y la omnipresencia de Dios se comprendían bastante bien, pero pocas veces se comprendían su amor y su misericordia. El Yahvé de aquellos tiempos «envía espíritus malignos para dominar el alma de sus enemigos»; hace prosperar a sus propios hijos obedientes, maldiciendo a la vez y enviando juicios sobre todos los demás. «Frustra los designios de los perversos y prende a los sabios en la astucia de ellos».
Sólo en Ur surgió una voz para declarar la misericordia de Dios diciendo: «Orará a Dios y hallará su favor y verá su faz con júbilo, pues Dios otorgará al hombre rectitud divina». Así desde Ur se predica la salvación, el favor divino, por la fe: «Es tierno para el que se arrepiente y dice: ‘Redímelo del precipicio porque ha encontrado un rescate’. Si alguien dice, ‘He pecado y pervertido lo que era justo, y no me arrojó ganancia’, Dios salvará su alma del precipicio, y verá la luz». No se habían oído desde los tiempos de Melquisedek en el mundo levantino mensajes tan resonantes y sonoros de la salvación humana como esta extraordinaria enseñanza de Eliú, el profeta de Ur y sacerdote de los creyentes salemitas, que es el remanente de la antigua colonia de Melquisedek en Mesopotamia.
Así pues, los residuos de los misioneros de Salem en Mesopotamia mantenían la luz de la verdad durante el período de la desorganización de los pueblos hebreos hasta la aparición del primero en una larga línea de maestros de Israel que nunca dejaron de construir, concepto sobre concepto, hasta haber llegado a la realización del ideal del Padre Universal y Creador de todos, la cúspide de la evolución del concepto de Yahvé.
[Presentado por un Melquisedek de Nebadon.]
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