Las enseñanzas originales de Melquisedek en realidad se arraigaron más fuertemente en Egipto, y desde allí posteriormente se difundieron en Europa. La religión evolucionaria del valle del Nilo fue periódicamente enaltecida por la llegada de cepas superiores de noditas, adanitas y pueblos anditas más recientes provenientes del valle del Éufrates. De vez en cuando, muchos de los administradores civiles egipcios eran sumerios. Así como la India en esos días cobijaba la mezcla más grande de razas del mundo, del mismo modo Egipto fomentó el tipo más completamente mezclado de filosofía religiosa que se pudiera encontrar en Urantia, y desde el valle del Nilo éste se difundió a muchas partes del mundo. Los judíos recibieron mucho de su idea de la creación del mundo de los babilónicos, pero éstos derivaron el concepto de la Providencia divina de los egipcios.
Fueron tendencias políticas y morales más bien que filosóficas o religiosas las que hicieron que Egipto fuera terreno más fértil para las enseñanzas de Salem que la Mesopotamia. Cada líder tribal en Egipto, después de pelear hasta llegar al trono, buscaba perpetuar su dinastía proclamando a su dios tribal como deidad original y creador de todos los demás dioses. De esta manera, los egipcios se fueron acostumbrando paulatinamente a la idea de un superdios, lo cual representó un paso hacia la doctrina posterior de la Deidad universal creadora. La idea del monoteísmo tuvo en Egipto altos y bajos durante muchos siglos, ganando terreno constantemente pero sin llegar a dominar por completo los conceptos evolutivos del politeísmo.
Durante muchas edades los pueblos egipcios se habían dedicado a la adoración de los dioses de la naturaleza; más particularmente, cada una de las cuarenta tribus distintas tenía su propio dios especial: una adoraba al toro, otra al león, una tercera al carnero y así sucesivamente. Aun antes estas tribus adoraban su tótem muy parecido a los amerindios.
Con el tiempo los egipcios observaron que los cadáveres colocados en las tumbas sin ladrillos eran preservados—embalsamados– por la acción de la arena impregnada de soda, mientras que aquellos cadáveres enterrados en bóvedas de ladrillos se descomponían. Estas observaciones condujeron a aquellos experimentos que dieron como resultado la práctica posterior de embalsamar a los muertos. Los egipcios creían que la preservación del cuerpo facilitaba el pasaje del muerto a la vida futura. Para que el individuo pudiera ser identificado en forma apropiada en el futuro distante después de la putrefacción del cuerpo, colocaban una estatua fúnebre en la tumba junto con el cadáver y esculpían un retrato sobre el ataúd. El esculpir estas estatuas fúnebres llevó un gran mejoramiento del arte egipcio.
Durante siglos los egipcios tenían fe en las tumbas como salvaguardia del cuerpo y consiguiente supervivencia placentera después de la muerte. La evolución posterior de prácticas mágicas, aunque engorrosas durante toda la vida desde la cuna hasta la tumba, los redimió muy eficazmente de la religión de las tumbas. Los sacerdotes inscribían sobre el ataúd textos encantados que se creían protegían contra el peligro de que «se le arrancara al hombre el corazón en el mundo inferior». Finalmente se coleccionaron y preservaron selecciones varias de estos textos mágicos bajo el nombre de el Libro de los Muertos. Pero en el valle del Nilo el ritual mágico se mezcló muy pronto con los mundos de la conciencia y del carácter, en una forma pocas veces alcanzada por los rituales de aquellos días. Y posteriormente se creyó en la salvación por medio de estos ideales éticos y morales, en vez de confiar en tumbas elaboradas.
Las supersticiones de estos tiempos están bien ilustradas por la creencia general en la eficacia del esputo como agente curativo, una idea que se había originado en Egipto y se difundió desde allí a Arabia y Mesopotamia. En la legendaria batalla de Horus contra Set, el joven dios perdió el ojo, pero una vez que Set fue vencido, el ojo de Horus fue restaurado por el sabio dios Thoth, quien escupió sobre la herida y la curó.
Los egipcios por mucho tiempo creyeron que las estrellas centelleantes en el cielo nocturno representaban la supervivencia de las almas de los muertos virtuosos; otros sobrevivientes, según ellos, eran absorbidos por el sol. Durante cierto período, la veneración solar se volvió una especie de adoración de los antepasados. El pasaje inclinado de entrada a la gran pirámide estaba construido en dirección hacia la estrella polar para que el alma del rey, al surgir de la tumba, pudiera ir derecho a las constelaciones estacionarias y establecidas de las estrellas fijas, la supuesta morada de los reyes.
Cuando los rayos oblicuos del sol llegaban a la tierra a través de un claro entre las nubes, se creía que eso simbolizaba el descenso de una escalinata celestial para que ascendieran el rey y otras almas justas. «El rey Pepi derramó su resplandor como una escalinata bajo sus pies por la que pudiera ascender hasta su madre».
Cuando Melquisedek apareció en la carne, los egipcios tenían una religión mucho más elevada que la de los pueblos circunvecinos. Creían que un alma incorpórea, si iba adecuadamente armada de fórmulas mágicas, podía evadir a los espíritus malignos que interviniesen y abrirse camino hasta la sala del juicio de Osiris, donde, si era inocente de «asesinato, robo, falsedad, adulterio, hurto y egoísmo», sería admitida a los reinos de la felicidad. Si se pesaba esta alma en las balanzas y se la hallaba faltante, sería enviada al infierno, a la Devoradora. Era éste, relativamente, un concepto avanzado de una vida futura en comparación con las creencias de muchos pueblos circunvecinos.
El concepto del juicio en el más allá por los pecados en la vida terrenal encontrado en la teología hebrea, provino de Egipto. La palabra juicio aparece sólo una vez en el entero Libro de los salmos hebreos, y ese salmo particular fue escrito por un egipcio.