Unos seiscientos años antes de la llegada de Micael, Melquisedek, ya partido desde hacía mucho de la carne, tuvo la impresión de que la pureza de sus enseñanzas en la tierra estaba siendo amenazada peligrosamente por la absorción general en las creencias más antiguas de Urantia. Por cierto tiempo parecía que su misión como antecesor de Micael podía estar en peligro de fallar. En el sexto siglo a. de J. C., mediante una coordinación extraña de agencias espirituales, no completamente comprendida ni siquiera por los supervisores planetarios, Urantia presenció una presentación altamente extraña de verdades religiosas múltiples. Mediante la agencia de varios maestros humanos el evangelio de Salem fue redeclarado y revitalizado, y tal como se lo presentó entonces, mucho ha persistido hasta los tiempos de este escrito.
Este singular siglo de progreso espiritual fue caracterizado por grandes maestros religiosos, morales y filosóficos en todo el mundo civilizado. En la China los dos maestros sobresalientes fueron Lao-tse y Confucio.
Lao-tse construyó directamente sobre los conceptos de la tradición salemita cuando declaró a Tao ser la Primera Causa Única de toda la creación. Lao fue hombre de gran visión espiritual. El enseñó que «el destino eterno del hombre es su unión sempiterna con Tao, Dios Supremo y Rey Universal». Su comprensión de la causalidad última fue muy profunda, pues escribió: «La unidad surge del Tao Absoluto, y de la unión aparece la Dualidad cósmica, y de dicha Dualidad, surge a la existencia la Trinidad, y la Trinidad es la fuente principal de toda realidad». «Y toda realidad está por siempre equilibrada entre los potenciales y los actuales del cosmos, y éstos están eternamente armonizados por el espíritu de la divinidad».
Lao-tse también hizo una de las presentaciones más tempranas de la doctrina de devolver el bien por el mal: «La bondad genera bondad, pero para el que es verdaderamente bueno, el mal también genera bondad».
Él enseñó el retorno de la criatura a su Creador e ilustró la vida como el surgimiento de una personalidad de los potenciales cósmicos, mientras que la muerte equivalía al regreso al hogar de esta personalidad de la criatura. Su concepto de auténtica fe era poco común, y él también lo asemejó a la «actitud de un niño».
Su comprensión del propósito eterno de Dios era clara, pues dijo: «La Deidad Absoluta no lucha pero es siempre victoriosa; no fuerza a la humanidad pero está siempre lista para responder a sus deseos auténticos; la voluntad de Dios es eterna en paciencia y eterna en la inevitabilidad de su expresión». Y del verdadero religioso dijo, al expresar la verdad que es más bendito dar que recibir: «El hombre bueno no intenta guardarse la verdad sino más bien desea donar estas riquezas a sus semejantes, porque ésa es la realización de la verdad. La voluntad del Dios Absoluto siempre beneficia, jamás destruye; el objetivo del verdadero creyente es actuar siempre pero no forzar nunca».
Las enseñanzas de Lao sobre la no resistencia y la distinción que hizo entre acción y coerción se pervirtieron más adelante en las creencias de «no ver, no hacer ni pensar nada». Pero Lao jamás enseñó ese error, aunque su presentación de la no resistencia haya sido un factor en el desarrollo ulterior de las predilecciones pacíficas del pueblo chino.
Pero el taoísmo popular en el siglo veinte de Urantia tiene poco en común con los elevados sentimientos y los conceptos cósmicos del viejo filósofo que enseñó la verdad como la percibía, que era: esa fe en el Dios Absoluto que es la fuente de la energía divina que rehará el mundo, y mediante la cual el hombre asciende a la unión espiritual con Tao, la Deidad Eterna y el Creador Absoluto de los universos.
Confucio (Kung Fu-tze) fue un contemporáneo más joven de Lao en la China, durante el siglo sexto. Confucio basó sus doctrinas sobre las mejores tradiciones morales de la larga historia de la raza amarilla, y también fue en cierto modo influido por los residuos de las tradiciones de los misioneros de Salem. Su labor fundamental consistió en la compilación de dichos sabios de los filósofos antiguos. Fue un maestro rechazado durante su vida, pero sus escritos y enseñanzas han ejercido desde entonces una gran influencia sobre la China y el Japón. Confucio estableció nuevos parámetros para los shamanes en cuanto colocó la moralidad en el lugar de la magia. Pero construyó demasiado bien; creó un nuevo fetiche del orden y estableció un respeto por la conducta ancestral que aún es venerado por los chinos al tiempo de este escrito.
La predicación de Confucio sobre la moralidad se basaba en la teoría de que el camino de la tierra es la sombra distorsionada del camino de los cielos; que el esquema verdadero de la civilización temporal es el reflejo del orden eterno del cielo. El concepto potencial de Dios en el confucionismo estaba casi completamente subordinado al énfasis colocado en el Camino del Cielo, el esquema del cosmos.
Las enseñanzas de Lao se han perdido para todos, excepto para unos cuantos en el oriente, pero los escritos de Confucio han constituido desde entonces la base del tejido moral de la cultura prácticamente para un tercio de los urantianos. Estos preceptos de Confucio, aunque perpetúan lo mejor del pasado, eran en cierto modo contrarios al mismo espíritu chino de investigación responsable de esos logros tan venerados. La influencia de estas doctrinas fue combatida sin éxito tanto por los esfuerzos imperiales de Ch’in Shih Huang Ti como por las enseñanzas de Mo Ti, quien proclamó una fraternidad fundada no en el deber ético sino en el amor a Dios. Trató de volver a encender la antigua búsqueda por la nueva verdad, pero sus enseñanzas fracasaron ante la vigorosa oposición de los discípulos de Confucio.
Como muchos otros maestros espirituales y morales, tanto Confucio como Lao-tse fueron finalmente deificados por sus seguidores en esas eras espiritualmente tenebrosas de la China que ocurrieron entre la caída y perversión de la fe taoista y la llegada de los misioneros budistas desde la India. Durante estos siglos espiritualmente decadentes la religión de la raza amarilla degeneró en una teología lastimera poblada de diablos, dragones y espíritus malignos, señalando todos ellos el retorno de los temores de la mente mortal no esclarecida. Y la China, cierta vez a la cabeza de la sociedad humana debido a su religión avanzada, cayó en la retaguardia debido a una incapacidad temporal para progresar en el camino verdadero del desarrollo de esa conciencia de Dios que es indispensable para el verdadero progreso, no solamente del mortal individual, sino también de las civilizaciones intrincadas y complejas que caracterizan el avance de la cultura y de la sociedad en un planeta evolucionario del espacio y del tiempo.