Al penetrar los misioneros de Salem hacia el sur en el Dekán dravidiano, se encontraron con un sistema de castas cada vez mayor, el esquema de los arios para prevenir la pérdida de identidad racial frente a la marejada en aumento de los pueblos sangik secundarios. Puesto que la casta de los sacerdotes brahmánicos era la esencia misma de este sistema, este orden social retardó considerablemente el progreso de los maestros de Salem. Este sistema de castas no consiguió salvar la raza aria, pero sí consiguió perpetuar a los brahmines quienes, a su vez, han mantenido la hegemonía religiosa en la India hasta el presente.
Ahora, con el debilitamiento del vedismo a través del rechazo de la verdad más elevada, el culto de los arios quedó sujeto a incursiones cada vez mayores desde el Dekán. En un esfuerzo desesperado por contener la marea de extinción racial y obliteración religiosa, la casta brahmana se exaltó a sí misma por sobre todas las cosas. Enseñaron que el sacrificio a la deidad es en sí mismo omnieficaz, que era apremiante en su potencia. Proclamaron que, de los dos principios divinos esenciales del universo, uno era Brahmán la deidad, y el otro era el sacerdocio brahmánico. Ningún otro pueblo de Urantia tuvo sacerdotes que presumieran exaltarse a sí mismos aun por encima de sus dioses, para asegurarse los honores debidos a sus dioses. Pero tan absurdamente exageraron con estas declaraciones presuntuosas que el entero sistema precario se derrumbó ante los cultos degradantes que fluían de las civilizaciones circunvecinas menos avanzadas. El vasto sacerdocio védico mismo tropezó y se hundió en la negra inundación de la inercia y del pesimismo que su propia presunción egoísta y tonta atrajo sobre toda la India.
La concentración exagerada en el yo condujo con toda seguridad a un temor de la perpetuación no evolutiva del yo en un constante círculo de encarnaciones sucesivas de hombre, bestia o planta. Y de todas las creencias contaminadoras que podrían haber afectado a lo que pudo haber sido un monoteísmo surgente, ninguna fue tan embrutecedora como esta creencia en la transmigración—la doctrina de la reencarnación de las almas– que provenía del Dekán dravidiano. Esta creencia en la tediosa y monótona vuelta de transmigraciones repetidas quitó a los mortales luchadores su largamente acariciada esperanza de encontrar aquella liberación y avance espiritual en la muerte que habían sido parte de la previa fe védica.
Esta enseñanza filosóficamente debilitadora fue seguida muy pronto por la invención de la doctrina del eterno escape del yo mediante la inmersión en el descanso y paz universales de la unión absoluta con Brahmán, la superalma de toda la creación. El deseo mortal y la ambición humana fueron efectivamente eliminados y virtualmente destruidos. Por más de dos mil años las mejores mentes de la India han buscado escapar de todo deseo, y así han abierto la puerta para el ingreso de aquellos cultos y enseñanzas posteriores que virtualmente han encadenado el alma de muchos pueblos hindúes en las cadenas de la desesperación espiritual. De todas las civilizaciones, la civilización védica-aria pagó el precio más alto por su rechazo del evangelio de Salem.
La casta por sí sola no podía perpetuar el sistema religio-cultural ario, y a medida que penetraban el norte las religiones inferiores del Dekán, se desarrolló una edad de desesperación y desencanto. Fue durante estos días oscuros cuando surgió el culto de no tomar ninguna vida, y ha persistido desde entonces. Muchos de los nuevos cultos fueron francamente ateístas, proclamando que toda salvación que se pudiese obtener tan sólo provenía de los esfuerzos del hombre sin ayuda ninguna. Pero a través de mucho de esta filosofía desafortunada, se pueden trazar los residuos distorsionados de las enseñanzas de Melquisedek y aun de las enseñanzas adánicas.
Éstos fueron los tiempos de la compilación de las escrituras más recientes de la fe hindú, las Brahmanas y las Upanishad. Habiendo rechazado las enseñanzas de la religión personal mediante la experiencia de la fe personal con el Dios único, y habiendo sido contaminados por la inundación de cultos degradantes y debilitantes de Dekán, con sus antropomorfismos y reencarnaciones, el sacerdocio brahmánico experimentó una reacción violenta contra estas creencias viciantes; existió un esfuerzo definido por buscar y encontrar la realidad verdadera. Los brahmines trataron de desantropomorfizar el concepto hindú de deidad, pero al hacerlo tropezaron con el serio error de despersonalizar el concepto de Dios, y surgieron, no con un ideal elevado y espiritual del Padre del Paraíso, sino con una idea distante y metafísica de un Absoluto que envuelve todo.
En sus esfuerzos por la autopreservación, los brahmines habían rechazado al Dios único de Melquisedek, y se encontraban ahora con la hipótesis de Brahmán, ese ser indefinido e ilusorio filosófico, esa entidad impersonal e impotente que ha dejado a la vida espiritual de la India desamparada y postrada desde ese día desafortunado hasta el siglo veinte.
Fue durante los tiempos de la escritura de las Upanishad cuando apareció el budismo en la India. Pero a pesar de su éxito de mil años, no pudo competir con el posterior hinduismo; a pesar de una moralidad más elevada, su ilustración primitiva de Dios fue aun menos definida que la del hinduismo, que proveía deidades menores personales. El budismo finalmente fue avasallado en el norte de la India por la embestida de un islam militante con un concepto claro de Alá como Dios supremo del universo.