La religión es la más rígida e inflexible de las instituciones humanas, pero se adapta tardíamente a una sociedad cambiante. Finalmente, la religión evolucionaria refleja el cambio de las costumbres establecidas que, a su vez, pueden haber sido afectadas por la religión revelada. Lentamente y con seguridad, pero de mala gana, la religión (adoración) sigue las huellas de la sabiduría: conocimiento dirigido por la razón experiencial e iluminado por la revelación divina.
La religión se aferra a las costumbres; lo que fue es antiguo y supuestamente sagrado. Por esta razón y ninguna otra, las herramientas de piedra persistieron largamente en el medio de la edad de bronce y de hierro. Esta declaración está registrada: «Si me hicieres altar de piedras, no las labres de cantería, porque al labrar la piedra con tus herramientas lo profanarás». Aun hoy en día los hindúes encienden los fuegos del altar utilizando un artefacto primitivo de encendido. En el curso de la religión evolucionaria, la novedad siempre ha sido considerada sacrilegio. El sacramento debe consistir, no en un alimento nuevo y manufacturado, sino en la más primitiva de las vituallas: «Carne asada al fuego y panes sin levadura; con yerbas amargas». Todo tipo de uso social y aún los procedimientos legales se aferran a las viejas formas.
Cuando el hombre moderno se sorprende por la presencia de tantas costumbres que podrían ser consideradas obscenas en las escrituras de distintas religiones, debería considerar que las generaciones que van pasando han temido eliminar lo que sus antepasados consideraban santo y sagrado. Muchas de las cosas que una generación podría mirar como obscenas, las generaciones precedentes las consideraban parte de sus costumbres aceptadas, aun como ritos religiosos aprobados. Una cantidad considerable de controversia religiosa ha sido ocasionada por los intentos constantes de reconciliar prácticas antiguas pero censurables con la razón más avanzada del presente, en encontrar teorías plausibles que justifiquen la perpetuación en el credo de las costumbres antiguas y desgastadas.
Pero no es más que tonto intentar una aceleración demasiado repentina del crecimiento religioso. Una raza o nación tan sólo puede asimilar de una religión avanzada lo que sea razonablemente adaptable y compatible con su estado evolucionario del momento, además de su habilidad para la adaptación. Las condiciones sociales, climáticas, políticas y económicas son todos factores influyentes en la determinación del curso y progreso de la evolución religiosa. La moralidad social no está determinada por la religión, o sea, por la religión evolucionaria; más bien las formas de la religión son dictadas por la moralidad racial.
Las razas de los hombres tan sólo aceptan superficialmente una religión extraña y nueva; en realidad la adaptan a sus costumbres y sus viejas maneras de creer. Esto está bien ilustrado en el ejemplo de cierta tribu de Nueva Zelandia cuyos sacerdotes, después de aceptar nominalmente el cristianismo, profesaron haber recibido revelaciones directas de Gabriel en el sentido de que esa misma tribu había sido nombrada el pueblo elegido por Dios y que por lo tanto podían continuar libremente con sus laxas relaciones sexuales del pasado y numerosas otras costumbres antiguas y censurables. Inmediatamente, todos estos noveles cristianos adoptaron esta versión nueva y menos exigente del cristianismo.
La religión ha sancionado en una u otra época todo tipo de conducta contraria e incoherente, y al mismo tiempo ha aprobado prácticamente todo lo que actualmente se considera inmoral o pecaminoso. La conciencia, sin la enseñanza de la experiencia y sin la asistencia de la razón, no ha sido nunca, ni nunca será, una guía segura e infalible para la conducta humana. La conciencia no es una voz divina que habla al alma humana. Es meramente la suma total del contenido moral y ético de las costumbres de una determinada etapa de la existencia; simplemente representa el ideal de reacción concebido por la humanidad ante un conjunto determinado de circunstancias.