Puesto que todo lo que se relacionaba con el cuerpo podía volverse un fetiche, la magia más primitiva tuvo que ver con el cabello y las uñas. El secreto que rodea la eliminación de las secreciones corporales nació del temor de que un enemigo pudiera posesionarse de algo que provenía del cuerpo y emplearlo negativamente en la magia; por lo tanto todos los excrementos del cuerpo se enterraban cuidadosamente. Se prohibía escupir en público por temor de que la saliva se pudiese usar mágicamente contra la persona; el esputo siempre se cubría. Aun los restos de alimentos, las vestimentas y los adornos podían volverse instrumentos de la magia. El salvaje nunca dejaba restos de su comida sobre la mesa. Todo esto se hacía por temor de que los enemigos pudiesen utilizar estas cosas en sus ritos mágicos, no porque se conociese el valor higiénico de dichas prácticas.
Se preparaban amuletos mágicos a partir de una gran variedad de objetos: la carne humana, las garras del tigre, los dientes del cocodrilo, las semillas de las plantas venenosas, el veneno de las serpientes y el cabello humano. Los huesos de los muertos se consideraban muy mágicos. Aun el polvo de las huellas podía ser utilizado en la magia. Los antiguos creían firmemente en los amuletes de amor. La sangre y otras formas de secreciones corporales podían asegurar una influencia mágica sobre el sentimiento del amor.
Se consideraba que las imágenes eran eficaces en la magia. Se preparaban efigies y al tratárselas bien o mal, los mismos efectos, según se creía, recaían sobre la persona real. Al hacer adquisiciones, las personas supersticiosas masticaban un trozo de madera dura para ablandar el corazón del vendedor.
La leche de una vaca negra era altamente mágica; así también lo eran los gatos negros. La vara o cetro era mágica, así como también los tambores, campanas y nudos. Todos los objetos antiguos eran amuletos mágicos. Las prácticas de una civilización nueva o más elevada se consideraban con desaprobación debido a su supuesta naturaleza mágica maligna. Así fueron consideradas la escritura, la imprenta y la pintura durante mucho tiempo.
El hombre primitivo creía que los nombres debían ser tratados con respeto, especialmente los nombres de los dioses. El nombre se consideraba una entidad, una influencia distinta a la de la personalidad física; se la ponía al mismo nivel que el alma y la sombra. Los nombres se empeñaban para obtener préstamos; un hombre no podía usar su nombre hasta que hubiese rescatado el préstamo mediante pago. Presentemente los hombres firman su nombre en los pagarés. Muy pronto el nombre de un individuo se volvió importante en la magia. El salvaje tenía dos nombres; el nombre importante se consideraba demasiado sagrado como para utilizarlo en ocasiones comunes, por consiguiente existía el segundo nombre o el de todos los días: un sobrenombre. Él nunca pronunciaba su nombre verdadero ante extraños. Toda experiencia de naturaleza poco común le estimulaba a cambiarse el nombre; a veces era para curar una enfermedad o detener la mala suerte. El salvaje podía conseguir un nuevo nombre comprándoselo al cacique tribal. Aun ahora los hombres invierten en títulos y diplomas. Pero entre las tribus más primitivas, tales como los bosquimanos africanos, no existen nombres individuales.