El fetichismo impregnó todos los cultos primitivos, desde la creencia más antigua en las piedras sagradas, a través de la idolatría, el canibalismo y la adoración de la naturaleza, hasta el totemismo.
El totemismo es una combinación de observancias sociales y religiosas. Originalmente se creía que el respeto por el animal totémico de supuesto origen biológico aseguraba el abastecimiento de alimentos. Los tótemes eran al mismo tiempo símbolos del grupo y de su dios. Dicho dios era el clan personificado. El totemismo fue una fase en el intento de socializar una religión que por lo demás era personal. El tótem finalmente evolucionó transformándose en la bandera o símbolo nacional de los distintos pueblos modernos.
Una bolsa fetiche, o bolsa médica era una cartera que contenía una selección considerable de artículos impregnados por los fantasmas, y el curandero de la antigüedad no permitía jamás que su bolsa, símbolo de su poder, tocara el piso. Los pueblos civilizados del siglo veinte se aseguran de que sus banderas, emblemas de la conciencia nacional, del mismo modo jamás toquen el piso.
Las insignias de la autoridad sacerdotal y real fueron finalmente consideradas fetiches, y el fetiche del estado supremo ha pasado a través de muchas etapas de desarrollo, de los clanes a las tribus, del señorío feudal a la soberanía, de los tótemes a las banderas. Los reyes fetiches han gobernado por «derecho divino», y muchas otras formas de gobierno se han prevalecido. El hombre también ha hecho un fetiche de la democracia, la exaltación y adoración de las ideas del hombre común cuando se las denomina colectivamente «opinión pública». La opinión de un hombre, por sí sola, no se respeta demasiado, pero cuando muchos hombres funcionan colectivamente como democracia, este mismo juicio mediocre se considera árbitro de la justicia y norma de la rectitud.