El avance del culto a los fantasmas tornó inevitable la adoración a los antepasados, puesto que se volvió el eslabón de conexión entre los fantasmas comunes y los espíritus más altos, los dioses en evolución. Los dioses primitivos eran simplemente humanos muertos glorificados.
La adoración a los antepasados fue originalmente más un temor que una adoración, pero estas creencias definitivamente contribuyeron a la difusión ulterior del temor y adoración a los fantasmas. Los devotos de los primitivos cultos a los fantasmas y a los antepasados aún temían bostezar, pues un fantasma maligno podía aprovechar ese momento para entrar en su cuerpo.
La costumbre de adoptar niños surgió para asegurarse de que quedaría alguien para hacer ofrendas después de la muerte, en pos de la paz y el progreso del alma. Los salvajes vivían temiendo a los fantasmas de sus semejantes y pasaban su tiempo libre haciendo planes para el salvoconducto de su propio fantasma después de la muerte.
La mayoría de las tribus instituyeron un festival para todas las almas, por lo menos una vez por año. Los romanos tenían doce fiestas anuales para los fantasmas, con sus ceremonias correspondientes. La mitad de los días del año estaba dedicada a algún tipo de ceremonia asociada con estos cultos antiguos. Un emperador romano intentó reformar estas prácticas reduciendo el número de días feriados a 135 por año.
El culto de los fantasmas estaba en continua evolución. Así como se llegó a pensar que los fantasmas estaban pasando de una fase incompleta a una fase más elevada de la existencia, así también progresó finalmente el culto a la adoración de los espíritus y aun de los dioses. Pero a pesar de las distintas creencias en espíritus más avanzados, todas las tribus y razas creyeron alguna vez en los fantasmas.