La ansiedad era un estado natural de la mente salvaje. Cuando los hombres y las mujeres caen víctimas de una ansiedad excesiva, vuelven simplemente al estado natural de sus antepasados distantes; y cuando la ansiedad se vuelve realmente dolorosa, inhibe la actividad e instituye infaliblemente cambios evolutivos y adaptaciones biológicas. El dolor y el sufrimiento son esenciales para la evolución progresiva.
La lucha por la vida es tan dolorosa que ciertas tribus retrógadas aún hoy lloran y lamentan cada amanecer. El hombre primitivo constantemente se preguntaba: «¿Quién me atormenta?». Al no hallar una fuente material de su sufrimiento, se contentó con una explicación espiritual. Así nació la religión del temor a lo misterioso, el respeto a lo invisible y el terror de lo desconocido. El temor a la naturaleza se volvió así un factor en la lucha por la existencia: primero por la presencia del azar y luego por la presencia del misterio.
La mente primitiva era lógica pero contenía pocas ideas para la asociación inteligente; la mente salvaje no era educada, era totalmente no sofisticada. Si un acontecimiento seguía al otro, el salvaje lo consideraba causa y efecto. Lo que el hombre civilizado considera superstición era tan sólo ignorancia en el salvaje. La humanidad ha sido lenta en aprender que no hay necesariamente relación alguna entre propósitos y resultados. Los seres humanos tan sólo ahora comienzan a darse cuenta de que las reacciones de la existencia aparecen entre las acciones y sus consecuencias. El salvaje trata de personalizar todo lo que sea intangible y abstracto, y de este modo tanto la naturaleza como el azar se vuelven personalizados como fantasmas—espíritus– y más adelante como dioses.
El hombre naturalmente tiende a creer en lo que cree le convenga, lo que es de su inmediato o remoto interés; el autointerés oscurece en gran parte a la lógica. La diferencia entre la mente del salvaje y la mente del hombre civilizado es más una de contenido que de naturaleza, o de grado más bien que de calidad.
Pero seguir atribuyendo a causas sobrenaturales lo que resulta difícil de comprender no es más que una manera perezosa y conveniente de evitar toda forma de trabajo duro e intelectual. La suerte es meramente un término creado para amparar lo inexplicable en cualquier era de la existencia humana; define aquellos fenómenos que el hombre es incapaz de penetrar o no desea penetrar. Azar es una palabra que significa que el hombre es demasiado ignorante o demasiado indolente para determinar las causas. El hombre considera los sucesos naturales como accidentes o mala suerte sólo cuando carece de curiosidad e imaginación, cuando la raza no tiene iniciativa ni sentido de la aventura. La exploración de los fenómenos de la vida más tarde o más temprano destruye la creencia del hombre en el azar, la suerte y los así llamados accidentes, sustituyéndola por un universo de ley y orden en el que los efectos son precedidos por causas definidas. Así pues, el temor a la existencia es reemplazado por la felicidad del vivir.
El salvaje consideraba que la naturaleza toda estaba viva, como poseída por algo. El hombre civilizado aún patea e insulta a aquellos objetos inanimados que lo obstaculizan o lastiman. El hombre primitivo siempre creyó que todo era intencional y nunca consideró que fuese accidental. Para el hombre primitivo el dominio de los hados, la función de la suerte, el mundo espiritual, era tan desorganizado y confuso como la sociedad primitiva. La suerte se consideraba la reacción azarosa y temperamental del mundo espiritual; más adelante, el estado de ánimo de los dioses.
Pero no todas las religiones evolucionaron del animismo. Otros conceptos de lo sobrenatural fueron contemporáneos al animismo, y estas creencias también condujeron a la adoración. El naturalismo no es una religión—es el vástago de la religión.