El apareamiento sexual es instintivo, los hijos son el resultado natural, y la familia de este modo se produce automáticamente. Tal como son las familias de una raza o de una nación, así será su sociedad. Si las familias son buenas, la sociedad será igualmente buena. La gran estabilidad cultural de los pueblos judío y chino yace en la fuerza de sus grupos familiares.
El instinto femenino de amor y cuidado de los hijos conspiró para hacer de ella la parte interesada en la promoción del matrimonio y de la vida familiar primitiva. El hombre fue tan sólo forzado al establecimiento del hogar por la presión de las costumbres y las convenciones sociales recientes; no se interesó hasta muy tarde en el establecimiento del matrimonio y del hogar, porque el acto sexual no impone consecuencias biológicas sobre él.
La asociación sexual es natural, pero el matrimonio es social y ha estado siempre regularizado por las costumbres. Las costumbres (religiosas, morales y éticas), juntamente con la propiedad, el orgullo y el caballerismo, estabilizan las instituciones del matrimonio y la familia. Cuando quiera que haya fluctuaciones en las costumbres, habrá fluctuación en la estabilidad de la institución hogar-matrimonio. El matrimonio está en estos momentos pasando de la etapa de la propiedad a la era personal. Anteriormente, el hombre protegía a la mujer porque ella era su posesión, y ella obedecía por la misma razón. Sin discutir sus méritos, este sistema proveyó estabilidad. Ahora, la mujer ya no se considera una posesión, y están surgiendo nuevas costumbres con el objeto de estabilizar la institución matrimonio-hogar:
1. El nuevo papel de la religión—la enseñanza de que la experiencia progenitora es esencial, la idea de procrear ciudadanos cósmicos, la comprensión ampliada de los privilegios de la procreación—dar hijos al Padre.
2. El nuevo papel de la ciencia—la procreación se está volviendo cada vez más voluntaria, sujeta al control del hombre. En los tiempos antiguos la falta de comprensión aseguraba la aparición de hijos en ausencia de todo deseo de los mismos.
3. La nueva función de las atracciones del placer—esto introduce un nuevo factor en la supervivencia racial; el hombre antiguo exponía a los hijos indeseados a la muerte; los modernos se niegan a procrearlos.
4. La elevación del instinto paterno. Ahora cada generación tiende a eliminar del caudal reproductor de la raza a aquellos individuos en los que el instinto paterno es insuficientemente fuerte como para asegurar la procreación de hijos que puedan ser los futuros padres de la generación próxima.
Pero el hogar es una institución, una asociación entre un hombre y una mujer, que data más específicamente de los días de Dalamatia, alrededor de medio millón de años atrás, cuando ya se habían abandonado hacía mucho tiempo las prácticas monógamas de Andón y de sus descendientes inmediatos. La vida familiar sin embargo no era nada especial antes de los días de los noditas y de los adanitas más recientes. Adán y Eva ejercieron una influencia duradera sobre toda la humanidad; por primera vez en la historia del mundo, se veía a hombres y mujeres trabajando juntos en el jardín. El ideal edénico, la entera familia en tarea de horticultura, era una nueva idea en Urantia.
La familia primitiva comprendía un grupo de trabajo relacionado a ella, que incluía a los esclavos; todos bajo el mismo techo. Matrimonio y vida familiar no han sido siempre iguales, pero necesariamente han estado siempre estrechamente relacionados. La mujer siempre deseó la familia individual, y finalmente se salió con la suya.
El amor por la progenie es casi universal y de gran valor para la supervivencia. Los antiguos siempre sacrificaban los intereses de la madre por el bienestar del niño; una madre esquimal aún ahora lame a su niño en vez de lavarlo. Pero las madres primitivas tan sólo alimentaban y cuidaban a sus hijos cuando éstos eran muy pequeños; como los animales, dejaban de cuidarlos en cuanto crecían. Las asociaciones humanas duraderas y continuas no han estado nunca cimentadas tan sólo en el afecto biológico. Los animales aman a sus hijos; el hombre—el hombre civilizado– ama a los hijos de sus hijos. Cuanto más elevada sea la civilización, mayor será la felicidad de los padres por el avance y éxito de sus hijos; así surge la comprensión nueva y más elevada del orgullo por el nombre.
Las familias grandes entre los pueblos antiguos no eran necesariamente afectivas. Se deseaban muchos hijos porque:
1. Eran valiosos como trabajadores.
2. Eran el seguro de la vejez.
3. Las hijas se podían vender.
4. El orgullo familiar requería la perpetuación del apellido.
5. Los hijos proporcionaban protección y defensa.
6. El temor a los fantasmas creó el temor a la soledad.
7. Algunas religiones requerían la progenie.
Los adoradores de los antepasados consideran el no tener hijos la calamidad suprema de todos los tiempos y de la eternidad. Desean por sobre todas las cosas tener hijos, para que éstos oficien en los festivales post mortem, ofreciendo los sacrificios requeridos para el progreso del espíritu a través del mundo espiritual.
Entre los salvajes antiguos, la disciplina de los hijos comenzaba muy pronto; el niño muy pronto se daba cuenta de que la desobediencia significaba fracaso o aun la muerte, tal como sucedía entre los animales. Es el amparo que la civilización brinda al niño, la protección contra las consecuencias naturales de su conducta tonta, la que tanto contribuye a la insubordinación moderna.
Los niños esquimales florecen con tan poca disciplina y corrección, tan sólo porque son animalitos naturalmente dóciles; los hijos tanto de los hombres rojos como de los amarillos son casi igualmente dóciles. Pero en las razas que contienen la herencia andita, los niños no son tan plácidos; tienen más imaginación y sentido de la aventura y requieren mayor adiestramiento y disciplina. Los problemas modernos de la puericultura se vuelven cada vez más difíciles por:
1. El alto grado de mezcla de razas.
2. La educación artificial y superficial.
3. La imposibilidad de que la progenie se cultive imitando a los padres—éstos están ausentes del cuadro familiar demasiado tiempo.
Las viejas ideas de disciplina familiar eran biológicas; surgían de la comprensión de que los padres eran los creadores del hijo. Los ideales en avance de la vida familiar llevan al concepto de que traer al niño al mundo, en vez de impartir ciertos derechos al progenitor, comprende la responsabilidad suprema de la existencia humana.
La civilización considera que los padres se hacen cargo de todos los deberes mientras que el hijo tiene todos los derechos. El respeto del hijo por sus padres surge, no del conocimiento de la obligación implícita en la procreación, sino naturalmente del resultado del cuidado, adiestramiento y afecto otorgados con amor por los progenitores al ayudar al hijo a ganar la batalla de la vida. El verdadero padre cumple un continuo servicio-ministerio que el hijo sabio llega a reconocer y apreciar.
En la presente era industrial y urbana la institución del matrimonio se está desarrollando en un nuevo sentido económico. La vida familiar se ha vuelto más y más costosa, mientras que los hijos, que solían ser un activo, se han vuelto un pasivo económico. Pero la seguridad de la civilización misma aún descansa en el desarrollo de la disposición de una generación en invertir en el bienestar de las generaciones próximas y futuras. Todo intento de transferir la responsabilidad paterna al estado o a la iglesia tendrá resultados suicidas sobre el bienestar y avance de la civilización.
El matrimonio, con los hijos y con la consiguiente vida familiar, estimula los potenciales más elevados de la naturaleza humana y provee simultáneamente el camino ideal para la expresión de esos atributos acelerados de la personalidad mortal. La familia provee la perpetuación biológica de la especie humana. El hogar es la arena social natural en la que los niños en crecimiento pueden captar la ética de la hermandad de la sangre. La familia es la unidad fundamental de la fraternidad en la que padres e hijos aprenden esas lecciones de paciencia, altruismo, tolerancia e indulgencia que son tan esenciales para la realización de la hermandad entre los hombres.
La sociedad humana mejorará mucho si las razas civilizadas revierten más ampliamente al hábito de los consejos de familias practicado por los anditas. Éstos no mantenían una forma patriarcal o autocrática de gobierno familiar. Eran muy fraternales y asociativos, discutían libre y francamente toda propuesta y reglamentación de naturaleza familiar. Eran idealmente fraternales en todo su gobierno familiar. En una familia ideal el afecto filial y el afecto paterno aumentan mediante la devoción fraternal.
La vida familiar es el progenitor de la verdadera moralidad, el antepasado de la conciencia de la lealtad al deber. Las asociaciones forzosas de la vida familiar forman la personalidad y estimulan su crecimiento al obligarla a un necesario ajuste a otras personalidades distintas. Pero aún más, la verdadera familia—una buena familia– revela a los procreadores paternos la actitud del Creador hacia sus hijos, mientras que al mismo tiempo estos verdaderos padres ilustran para sus hijos la primera de una larga serie de revelaciones en el ascenso del amor del Padre Paradisiaco por todos sus hijos universales.