Durante aproximadamente treinta y cinco mil años después de los días de Adán, la cuna de la civilización estuvo en el sudoeste de Asia, extendiéndose desde el valle del Nilo hacia el este y ligeramente hacia el norte a través del norte de Arabia, a través Mesopotamia y en Turquestán. El clima fue el factor decisivo en el establecimiento de la civilización en esa zona.
Fueron los grandes cambios climáticos y geológicos en el norte de África y en la zona occidental de Asia los que pusieron fin a las emigraciones primitivas de los adanitas, impidiéndoles llegar a Europa por la expansión del Mediterráneo y modificando la dirección del caudal migratorio hacia el norte y el este hacia Turquestán. Alrededor de los tiempos en que se completaron estas elevaciones de tierra y los cambios climáticos con ellas asociados, alrededor del año 15.000 a. de J.C., la civilización se encontraba en un estado de detención mundial excepto por los fermentos culturales y las reservas biológicas de los anditas que aún estaban confinados por las montañas al este de Asia y hacia el occidente por los bosques en expansión en Europa.
La evolución climática está ahora a punto de conseguir lo que todos los demás esfuerzos no han podido conseguir, o sea, obligar al hombre eurasiático a abandonar la caza en favor de la empresa más avanzada del pastoreo y de la agricultura. La evolución puede ser lenta, pero es enormemente eficaz.
Puesto que los agriculturistas más primitivos empleaban a los esclavos en forma tan generalizada, el agricultor otrora era considerado con cierto desprecio tanto por el cazador como por el pastor. Durante muchas edades se consideraba la labranza trabajo inferior; de allí la idea de que el trabajo de la tierra es una maldición, mientras que en verdad es la más grande bendición. Aun en los días de Caín y Abel los sacrificios de la vida pastoral se consideraban más estimables que las ofrendas de la agricultura.
El hombre generalmente evoluciona a la condición de agricultor partiendo de la de cazador pasando por un período de transición de pastoreo, y esto también sucedió entre los anditas, pero más frecuentemente el peso evolucionario de la necesidad climática hacía que tribus enteras pasaran directamente del estado cazador al estado exitoso de agricultor. Pero este fenómeno de pasar sin transición de la caza a la agricultura sólo ocurrió en aquellas regiones en donde hubo un alto grado de mezcla racial con la cepa violeta.
Los pueblos evolucionarios (notablemente los chinos) aprendieron pronto a plantar semillas y a cultivar cosechas mediante la observación del crecimiento de las semillas que se habían humedecido accidentalmente o que habían sido colocadas en las tumbas como alimento para los fallecidos. Pero por todas partes del suroeste de Asia, a lo largo de los fértiles fondos del río y de las llanuras adyacentes, los anditas estaban llevando adelante técnicas agrícolas mejoradas tal como las habían heredado de sus antepasados, quienes habían hecho de la agricultura y de la horticultura su labor principal dentro de los límites del segundo jardín.
Durante miles de años los descendientes de Adán habían cultivado el trigo y la avena, tal como se los había mejorado en el Jardín, a lo largo y a lo ancho de las tierras altas del límite superior de la Mesopotamia. Los descendientes de Adán y Adansón se encontraron aquí, comerciaron y se interrelacionaron socialmente.
Estos cambios forzosos de las condiciones de vida fueron los que causaron que tan gran proporción de la raza humana se volviese omnívora en sus prácticas dietéticas. La combinación de la dieta de trigo, arroz y vegetal con la carne de los rebaños marcó un gran paso hacia adelante en la salud y vigor de estos pueblos vetustos.