Estaban acostumbrados los moradores fluvio-ribereños a los desbordamientos de los ríos en ciertas estaciones; estas inundaciones periódicas constituían acontecimientos anuales de las vidas de ellos. Pero nuevos peligros amenazaban al valle de Mesopotamia como resultado de los cambios geológicos progresivos en el norte.
Durante miles de años tras la sumersión del primer Edén, continuaron elevándose las montañas a lo largo de la costa oriental del Mediterráneo y las del noroeste y noreste de Mesopotamia. Cerca de 5000 a. de J.C. se aceleró considerablemente esta elevación de las tierras altas, lo cual, juntamente con mayores nevadas en las cordilleras del norte, produjo cada primavera inundaciones inauditas por todo el valle del Eufrates. Estas inundaciones primaverales fueron empeorándose cada vez más de tal modo que, a la larga, los habitantes de las regiones fluviales se vieron obligados a irse a vivir en las tierras altas del este. Durante casi mil años decenas de ciudades quedaron prácticamente abandonadas debido a estos vastos diluvios.
Casi cinco mil años más tarde, al intentar los sacerdotes hebreos cautivos en Babilonia volver sobre los pasos del pueblo judío remontándose hasta los tiempos de Adán, se toparon con grandes dificultades en reconstruir la historia; a uno se le ocurrió abandonar el esfuerzo, a fin de dejar que el mundo se ahogara en la maldad de la época de la inundación de Noé, y así estar en mejor posición para remontarse al origen de Abraham a partir de uno de los tres hijos sobrevivientes de Noé.
Son universales las narrativas tradicionales de una época en la cual el agua cubría la superficie entera de la tierra. Muchas razas conservan la historia de un diluvio mundial en alguna edad pasada. La historia bíblica de Noé, el arca y el diluvio es invento del sacerdocio hebreo durante su cautividad en Babilonia. No ha habido nunca una inundación universal desde que se estableció la vida en Urantia. El único tiempo en que la superficie de la tierra estuvo completamente cubierta de agua fue durante aquellas edades arqueozoicas, antes de que despuntara la tierra.
Pero Noé en efecto vivió; era un viñador de Aram, un poblado ribereño cerca de Erec. Llevaba cada año un registro escrito de los días de las crecientes del río. Fue objeto de gran escarnio porque subía y bajaba el valle del río propugnando que se construyeran de madera todas las casas a manera de barcos, y que se subieran a bordo todas las noches los animales domésticos al aproximarse la estación de inundaciones. Iba a los asentamientos ribereños vecinos cada año y les advertía que en tantos días vendrían las inundaciones. Finalmente llegó un año en que las inundaciones fueron aumentadas considerablemente por precipitaciones pluviales insólitas de modo que la crecida repentina aniquiló la aldea entera; sólo se salvaron Noé y su familia inmediata en su casa flotante.
Con estas inundaciones finalizó la disolución de la civilización andita. Al terminar este período de diluvios, ya no existía el segundo jardín. Únicamente en el sur y entre los sumerios quedaban pocos rastros de su antigua gloria.
Los restos de esta civilización, que figura entre las más antiguas, se encuentran en estas regiones de Mesopotamia y al noreste y noroeste de ellas. Pero vestigios aún más vetustos de los días de Dalamatia existen bajo las aguas del Golfo Pérsico, y el primer Edén yace sumergido bajo el extremo oriental del Mar Mediterráneo.