La desilusión de Eva fue verdaderamente patética. Adán discernió todo el trance; y aunque estaba acongojado y abatido, no abrigaba sino compasión y lástima por su consorte descarriada.
Al día siguiente del mal paso de Eva y en la desesperación del fracaso, Adán buscó a Laotta, la brillante nodita encargada de las escuelas del oeste del Jardín, y con premeditación cometió el mismo desatino que Eva. Pero no malentendáis. Adán no se engañó; bien sabía qué hacía; optó adrede por compartir el mismo destino que Eva. Amaba a su consorte con afecto supermortal, y no soportaba la posibilidad de una vigilia solitaria en Urantia sin ella.
Los habitantes enfurecidos del Jardín al enterarse de lo que le había pasado a Eva, se volvieron indómitos; declararon la guerra contra el cercano pueblo nodita. Salieron en tropeles por las puertas de Edén y se abalanzaron sobre esta gente desprevenida, aniquilándola totalmente—no se salvó ni un hombre, ni una mujer, ni un niño. También pereció Cano, el padre del nonato Caín.
Al darse cuenta de lo que había sucedido, Serapatatia quedó agobiado de consternación y transido de temor y remordimientos. Al día siguiente se ahogó a sí mismo en el gran río.
Los hijos de Adán procuraron reconfortar a su madre azorada mientras que su padre anduvo solo sin rumbo fijo durante treinta días. Al cabo de este plazo se impuso el juicio, retornó Adán a casa y se puso a trazar las líneas de acción para el futuro.
Los hijos inocentes, a menudo, comparten las consecuencias de los desatinos de sus padres descarriados. Los probos y nobles hijos e hijas de Adán y Eva se sintieron abrumados por la inexplicable pesadumbre de la inimaginable tragedia que, tan repentina e implacablemente, había recaído sobre ellos. Tardaron cincuenta años los hijos mayores en restablecerse del pesar y la congoja de aquellos días trágicos, sobre todo del terror de aquel período de treinta días durante los cuales se ausentó su padre mientras que su madre aturdida ignoraba totalmente su paradero o destino.
Aquellos mismos treinta días a Eva, igualmente, le resultaron años interminables de pesadumbre y sufrimiento. Jamás se recuperó del todo esta noble alma de los efectos de aquel dolorosísimo período de sufrimiento mental y pesar espiritual. Ningún aspecto de las subsiguientes privaciones y penalidades que sufrieron jamás tuvo parangón, según la memoria de Eva, con aquellos aterradores días y espantosas noches de soledad e insoportable incertidumbre. Se enteró del temerario acto de Serapatatia y tampoco sabía si su consorte se había destruido por la pesadumbre o si había sido destituido del mundo en retribución de su mal paso. Cuando Adán retornó, sintió Eva una satisfacción de júbilo y gratitud que no se borró jamás durante su prolongada y difícil convivencia de arduo servicio.
Pasó el tiempo, pero Adán no estuvo seguro del carácter de su infracción hasta que transcurrieron setenta días desde la falta de Eva, cuando los síndicos Melquisedek retornaron a Urantia y asumieron jurisdicción sobre los asuntos del mundo. En ese momento supo que habían fracasado.
Pero aún se estaban tramando más problemas: No tardó en alcanzar las tribus natales de Serapatatia hacia el norte la noticia de la aniquilación del pueblo nodita próximo a Edén; por tanto, se reunía en este momento una gran multitud para emprender la marcha hacia el Jardín. Aquí comenzó una prolongada y encarnizada guerra entre los adanitas y noditas, pues se mantuvieron estas hostilidades muchos años después de que Adán y sus seguidores emigraron al segundo jardín en el valle del Eufrates. Existió intensa y duradera «enemistad entre aquel hombre y la mujer, entre la simiente de él y la simiente de ella».