La guerra es el estado y patrimonio naturales del hombre evolutivo; la paz es el metro social que mide el progreso de la civilización. Antes de la socialización parcial de las razas en avance, el hombre era sobremanera individualista, extremadamente sospechoso, e increíblemente pendenciero. La violencia es la ley de la naturaleza; la hostilidad, la reacción automática de los hijos de la naturaleza; mientras la guerra no es sino esto mismo llevado a una expresión colectiva. Donde y cuando la estructura de la civilización se sobrecarga debido a las complicaciones del progreso de la sociedad, siempre resulta una reversión ruinosa e inmediata a estos primitivos métodos de adaptación violenta de las irritaciones de las interasociaciones humanas.
La guerra es una reacción bestial ante malentendidos e irritaciones; la paz resulta de la solución civilizada de todo problema y dificultad de esta índole. Las razas sangik, así como también los adanitas y noditas ya por entonces decadentes, fueron beligerantes. A los andonitas pronto se les enseñó la regla de oro, e incluso hoy día, sus descendientes esquimales viven ateniéndose en gran medida a aquel código; entre ellos las costumbres existen bien arraigadas y se encuentran relativamente libres de antagonismos violentos.
Andón enseñaba a sus hijos a dirimir las disputas golpeando cada quien un árbol con un palo, y al mismo tiempo, maldiciendo el árbol; el primero en romper el palo salía victorioso. Los andonitas posteriores dirimían las disputas celebrando un acto público en el cual los disputadores se escarnecían y ridiculizaban mutuamente, en tanto que el público determinaba el ganador con su aplauso.
Pero no podía existir el fenómeno de la guerra hasta tanto no evolucionara la sociedad lo suficiente como para experimentar de hecho períodos de paz y para sancionar el proceder belicoso. El concepto mismo de la guerra implica cierto grado de organización.
Con el surgimiento de las agrupaciones sociales, las irritaciones personales se fueron sumiendo en los sentimientos del grupo, lo cual fomentó la tranquilidad tribal interna, pero a costa de la paz intertribal. Así pues, la paz se disfrutó primero dentro del grupo interno, o tribu, que siempre tenía aversión y odio contra el grupo externo, los forasteros. El hombre primitivo consideraba que derramar sangre foránea era una virtud.
Mas, en un principio, ni siquiera lo susodicho dio resultado. Cuando los caciques primitivos intentaban allanar malentendidos, se veían en la necesidad a menudo de permitir los combates tribales a pedradas por lo menos una vez al año. El clan se dividía en dos grupos que libraban una batalla de sol a sol, sin otro motivo que el puro gusto de hacerlo; la verdad es que les gustaba pelear.
La guerra perdura porque el hombre es humano, evolucionó de un animal, y todos los animales son belicosos. Figuran entre las primitivas causas de guerra:
1. El hambre—que llevó a saqueos de alimentos. La escasez de tierras siempre provocó guerras, y durante estas luchas, las tribus pacíficas primitivas fueron prácticamente exterminadas.
2. La escasez de mujeres—un esfuerzo para aliviar la escasez de ayuda doméstica. El rapto de mujeres siempre ha sido motivo de guerra.
3. La vanidad—el deseo de exhibir valentía tribal. Los grupos superiores peleaban para imponer su modo de vida a los pueblos inferiores.
4. Los esclavos—la necesidad de reclutas para los sectores laborales.
5. La venganza era motivo de guerra si una tribu creía que otra tribu vecina había ocasionado la muerte de uno de los suyos. Se seguía guardando luto hasta tanto se trajera una cabeza de vuelta. La guerra de venganza fue aceptable hasta tiempos relativamente recientes.
6. El esparcimiento—los jóvenes de estos tiempos primitivos consideraban la guerra como una forma de diversión. Si no surgía ningún pretexto válido y suficiente para guerrear, y si les agobiaba la paz, las tribus cercanas acostumbraban entablar combates semicordiales, efectuando excursiones de carácter festivo a fin de disfrutar de un simulacro de batalla.
7. La religión—el deseo de hacer conversos al culto. Todas las religiones primitivas sancionaban la guerra. Apenas en los tiempos recientes comenzó la religión a desaprobar la guerra. Los sacerdocios primitivos, desafortunadamente, solían estar aliados con el poder militar. Entre las grandes gestiones pacificadoras que se han logrado a través de las edades figura el esfuerzo para separar la iglesia del estado.
Estas tribus antiguas siempre libraban guerras a instancias de sus dioses o por orden de sus caciques o curanderos. Los hebreos creían en un «Dios de las batallas»; y la narración de la invasión de los madianitas es un relato típico de la atroz crueldad de las guerras tribales antiguas; dicho asalto, en el cual se hizo una matanza de todos los varones y, posteriormente, de todos los niños varones y mujeres que no eran vírgenes, no habría sido desmerecedor de las costumbres de un cacique tribal de doscientos mil años antes. Y todo lo referido se ejecutaba en el «nombre del Señor Dios de Israel».
Ésta es la narración de la evolución de la sociedad—la resolución natural de los problemas de las razas– el hombre forjando su propio destino en la tierra. La Deidad no instiga tales atrocidades, a despecho de la tendencia del hombre de achacar la responsabilidad a sus dioses.
La compasión castrense ha tardado en llegar al género humano. Incluso cuando una mujer, Débora, regía a los hebreos, persistió la misma crueldad en gran escala. Al vencer los gentiles su general hizo que «todo el ejército cayó a filo de espada, hasta no quedar ni uno».
Muy pronto en la historia de la raza, se utilizaron armas envenenadas. Se practicó toda clase de mutilaciones. Saúl no vaciló en exigir de David cien prepucios filisteos como dote de su hija Mical.
Las guerras primitivas se peleaban entre las tribus completas; pero en épocas posteriores, al trabar una disputa dos individuos de tribus diferentes, en vez de que lucharan las dos tribus, los dos disputadores se batían en duelo. También llegó a ser costumbre que dos ejércitos se lo jugaran todo según el resultado de una contienda entre representantes seleccionados de cada lado, tal como fue el caso de David y Goliat.
El primer refinamiento de la guerra fue la toma de prisioneros. A continuación, se eximió a las mujeres de las hostilidades, y luego vino el reconocimiento de los no combatientes. No tardaron en desarrollarse castas castrenses y ejércitos permanentes para mantenerse a tono con la creciente complejidad del combate. Pronto se les prohibió a estos guerreros asociarse con mujeres, y hace mucho tiempo que las mujeres cesaron de luchar, si bien vienen alimentando y cuidando a los soldados e instándoles a batallar.
La práctica de declarar la guerra representó gran progreso. Estas declaraciones de una intención de guerrear simbolizaron la llegada de un sentido de justicia, seguido por el desarrollo gradual de los reglamentos de la guerra «civilizada». Muy pronto se hizo costumbre no combatir cerca de sitios religiosos y, aún más adelante, no combatir en ciertos días sagrados. Luego vino el reconocimiento general del derecho de asilo; los fugitivos políticos recibieron protección.
De este modo evolucionó paulatinamente la guerra, de la caza primitiva al hombre hasta el sistema un tanto más ordenado de las naciones «civilizadas» de épocas posteriores. Pero una actitud social cordial tarda mucho tiempo en desplazar la actitud hostil.