El hombre es una criatura de la tierra, un hijo de la naturaleza; por mucho que se esfuerce por escapar de la tierra, en última instancia, está destinado al fracaso. «Del polvo eres y al polvo volverás» se aplica a todo el género humano al pie de la letra. La lucha primordial del hombre fue, sigue siendo, y siempre será, por la tierra. Las primeras asociaciones sociales de seres humanos primitivos se concertaron a fin de ganar estas luchas por la tierra. La relación tierra-hombre es la base de toda la civilización social.
La inteligencia del hombre, por medio de las artes y ciencias, aumentó el rendimiento de la tierra; al mismo tiempo se pudo frenar hasta cierto punto el aumento natural de la prole y, de este modo, se proporcionó el sustento y el tiempo libre para edificar una civilización cultural.
Rige a la sociedad humana una ley que decreta que la población ha de variar en proporción directa a las artes de la tierra e inversa al nivel de vida. A través de estas primeras edades, aún más que en el presente, la ley de la oferta y la demanda, en lo referente a los hombres y la tierra, determinaba el valor estimado de ambos. Durante los tiempos en que había abundancia de tierras—territorios no ocupados– y la necesidad de hombres era grande y, por ende, el valor de la vida humana era muy elevado; consiguientemente, la pérdida de la vida era más aterradora. Durante períodos de escasez de tierra y correspondiente sobrepoblación, la vida humana se abarataba relativamente, de tal forma que la guerra, el hambre y la peste se consideraban con menos preocupación.
Cuando se reduce el rendimiento de la tierra o se aumenta la población, se reanuda la lucha inevitable; afloran los peores rasgos de la naturaleza humana. La mejora en el rendimiento de la tierra, el desarrollo de las artes mecánicas y la reducción de la población tienden a fomentar el desarrollo del mejor aspecto de la naturaleza humana.
La sociedad primitiva desarrolla los elementos no especializados del género humano; las bellas artes y el verdadero progreso científico, conjuntamente con la cultura espiritual, han prosperado más en los centros poblados más grandes, siempre y cuando estuvieran respaldados por una población agrícola e industrial ligeramente por debajo de la razón tierra-hombre. Las ciudades siempre multiplican el poder de sus habitantes para el bien o para el mal.
Los niveles de vida siempre han influido sobre el tamaño de la familia. Cuanto más alto el nivel de vida, más pequeña la familia, hasta el punto de estabilización de crecimiento o extinción gradual.
A través de las edades los niveles de vida han determinado la calidad de una población sobreviviente, en contraposición a la mera cantidad. Los niveles de vida de las clases locales dan origen a nuevas castas sociales, nuevas costumbres establecidas. Cuando los niveles de vida se complican demasiado o llegan a ser demasiado lujosos, no tardan en convertirse en suicidas. Las castas son el resultado directo de fuertes presiones sociales debidas a la intensa competencia producida por la densidad de la población.
Las primeras razas a menudo recurrieron a prácticas destinadas a restringir la población; todas las tribus primitivas mataban a los niños deformes o enfermizos. A las recién nacidas las mataban frecuentemente antes de la época de la compra de las mujeres para esposas. Algunas veces se estrangulaban los hijos al nacer, pero el método predilecto era el del abandono. El padre de gemelos solía insistir en que se matara uno de los dos, pues se creía que los alumbramientos múltiples resultaban de la magia o de la infidelidad. En general, sin embargo, a los gemelos del mismo sexo se les perdonaba la vida. Aunque casi fueron universales estos tabúes acerca de los gemelos, nunca formaron parte de las costumbres establecidas de los andonitas; estos pueblos siempre consideraron a los gemelos como augurios de buena suerte.
Muchas razas aprendieron la técnica del aborto y esta práctica llegó a ser muy común después de establecerse el tabú del parto entre las solteras. Durante mucho tiempo fue costumbre que una joven soltera diera muerte a su prole, pero entre los grupos más civilizados estos hijos ilegítimos pasaban a la tutela de la madre de la joven. Muchos clanes primitivos fueron virtualmente exterminados por la práctica del aborto y el infanticidio. No obstante, a pesar de los dictados de las costumbres, se destruían muy pocos niños que ya habían sido amamantados, ya que el afecto materno es demasiado fuerte.
Aún en el siglo veinte perduran restos de estos controles primitivos de la población. Existe una tribu en Australia cuyas madres se niegan a criar a más de dos o tres hijos. No hace mucho tiempo, una tribu caníbal se comía cada quinto hijo que naciera. En Madagascar algunas tribus siguen destruyendo todos los niños nacidos en ciertos días aciagos, lo cual resulta en la muerte de alrededor de veinticinco por ciento de todos los recién nacidos.
Desde la perspectiva mundial, la sobrepoblación no ha sido nunca un problema grave en el pasado, pero si disminuyen las guerras y la ciencia va controlando en creciente escala todas las enfermedades humanas, puede llegar a ser un grave problema en un futuro próximo. En tal momento se someterá a prueba la sabiduría de los mandatarios del mundo. ¿Tendrán los dirigentes de Urantia la perspicacia y la valentía para fomentar la multiplicación del ser humano medio o estable en vez de los extremos de los supernormales y los grupos cada vez mayores de subnormales? Se debe fomentar al hombre normal; él es la espina dorsal de la civilización y la fuente de los genios mutantes de la raza. Se deberá mantener al hombre subnormal bajo el control de la sociedad; no se deben producir más de los que se requieran para atender a los niveles inferiores de la industria, aquellas tareas que requieren inteligencia por encima del nivel animal pero de exigencias tan exiguas como para dar constancia de verdadera esclavitud y subyugación a los tipos superiores de la humanidad.
[Presentado por un Melquisedek asignado en otro tiempo a Urantia.]
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