Los deseos primitivos produjeron la sociedad original, pero el temor a los fantasmas la mantuvo íntegra y le dio a su existencia un aspecto extrahumano. El temor común tuvo un origen fisiológico: el temor al dolor físico, al hambre no satisfecha, o a alguna calamidad terrenal; pero el temor a los fantasmas era una clase nueva y en cierta forma sublime del terror.
El soñar con fantasmas probablemente fue el factor individual más grande en la evolución de la sociedad humana. Aunque la mayoría de los sueños perturbaba sobremanera a la mente primitiva, el sueño fantasmal, de hecho, aterrorizó a los hombres primitivos, induciendo a estos soñadores supersticiosos a tomarse en brazos, dispuestos a asociarse seriamente para la protección mutua contra los peligros imaginarios, vagos e invisibles del mundo de los espíritus. El sueño fantasmal constituye una de las primeras diferencias que aparecieron entre la mente animal y la humana. Los animales no visualizan la supervivencia después de la muerte.
Con excepción de este factor fantasmal, se fundó toda la sociedad sobre necesidades fundamentales e impulsos biológicos básicos. Sin embargo, el temor a los fantasmas introdujo un nuevo factor en la civilización, un temor que transciende las necesidades elementales del individuo, y que se eleva aun mucho más allá de las luchas por mantener el grupo. El pavor por los espíritus de los difuntos idos, sacó a la luz una nueva y asombrosa forma de miedo, un pasmoso y poderoso terror, que fustigó los órdenes sociales poco rigurosos de las edades primitivas para hacerlos más estrictamente disciplinados y mejor controlados que los de los tiempos antiguos. Esta superstición sin sentido, un poco de la cual aún persiste, preparó las mentes de los hombres, mediante el temor supersticioso de lo irreal y lo sobrenatural, para el descubrimiento posterior del «temor al Señor que es el comienzo de la sabiduría». Los temores infundados de la evolución están concebidos para sustituirse por la admiración reverente a la Deidad, inspirada por la revelación. El primer culto del temor a los fantasmas llegó a ser un lazo social fuerte y, desde aquel día remoto, la humanidad continúa afanándose en variada medida por la consecución de la espiritualidad.
El hambre y el amor atrajeron a los hombres a unirse; la vanidad y el temor a los fantasmas los mantuvieron unidos. Pero estas emociones solas, sin influencia de las revelaciones pacificadoras, no son capaces de soportar la tensión de las sospechas e irritaciones de las interasociaciones humanas. Sin ayuda de las fuentes superhumanas la tensión de la sociedad estalla al alcanzar ciertos límites, y estas mismas influencias de la movilización social—el hambre, el amor, la vanidad y el temor– conspiran para sumir a la humanidad en la guerra y en el derramamiento de sangre.
La tendencia pacifista de la raza humana no es una dotación natural; se deriva, más bien, de las enseñanzas de la religión revelada, de la experiencia acumulada de las razas progresivas, pero aún más, de las enseñanzas de Jesús, el Príncipe de la Paz.