Las consecuencias personales (centrípetas) del rechazo intencional y persistente de la luz por parte de la criatura son tanto inevitables como individuales y únicamente les atañen a la Deidad y a aquella criatura personal. Tal cosecha de iniquidad, que destruye el alma, es el fruto interno de la criatura volitiva inicua.
Pero éste no es el caso en lo que concierne las repercusiones externas del pecado: Las consecuencias impersonales (centrífugas) de abrazar al pecado son tanto inevitables como colectivas y le atañen a toda criatura que funcione dentro del ámbito afectado por tales acontecimientos.
Cincuenta mil años después del fracaso de la administración planetaria, estaban tan desorganizados y retrasados los asuntos terrenales que había avanzado muy poco la raza humana más allá del estado general de evolución que existía al llegar Caligastia trescientos cincuenta mil años antes. En ciertos aspectos, se habían hecho progresos; en otros aspectos, se había perdido mucho terreno.
Los efectos del pecado nunca son puramente locales. Los sectores administrativos del universo son organismo; la condición de una personalidad, hasta cierto punto, debe ser compartido por todos. El pecado está destinado a exhibir su cosecha negativista inherente en todos y cada uno de los niveles relacionados de los valores universales, puesto que es una actitud de la persona hacia la realidad. Pero las consecuencias plenas del pensar erróneo, la fechoría, o los designios pecaminosos se sienten únicamente en el nivel de la ejecución misma. La transgresión de la ley universal puede ser fatal en el ámbito físico sin implicar gravemente a la mente o sin menoscabar la experiencia espiritual. El pecado está cargado de consecuencias fatales para la supervivencia de la personalidad sólo cuando es la actitud de todo el ser, cuando representa la elección de la mente y la volición del alma.
La maldad y el pecado visitan sus consecuencias en ámbitos materiales y sociales y a veces hasta pueden retardar el progreso espiritual en ciertos niveles de la realidad en el universo; pero jamás el pecado de ningún ser le roba a otro la realización del derecho divino de la supervivencia de la personalidad. La supervivencia eterna puede peligrar sólo por las decisiones de la mente y la elección del alma del individuo mismo.
El pecado en Urantia retrasó muy poco la evolución biológica, pero sí sirvió para privar a las razas mortales del pleno beneficio de la herencia adánica. El pecado retarda sobremanera el desarrollo intelectual, el crecimiento moral, el progreso social y la consecución espiritual de las masas. Pero no impide el máximo logro espiritual de cualquier individuo que opte por conocer a Dios y hacer con sinceridad su voluntad divina.
Caligastia se rebeló, Adán y Eva incumplieron, pero ningún mortal nacido posteriormente en Urantia ha sufrido en su experiencia espiritual personal debido a estos desaciertos. A todo mortal nacido en Urantia desde la rebelión de Caligastia, de alguna manera, se le ha penalizado en el tiempo, pero el bienestar futuro de tales almas jamás ha peligrado en lo más mínimo respecto a su eternidad. A ninguna persona jamás se le obliga a sufrir la privación espiritual vital debido al pecado ajeno. El pecado es enteramente personal con relación al cargo de conciencia moral o consecuencias espirituales, a despecho de sus repercusiones remotas en los dominios administrativos, intelectuales y sociales.
Si bien no podemos desentrañar la sapiencia que permite tales catástrofes, sí podemos discernir la resolución beneficiosa de estas perturbaciones locales a medida que se reflejan sobre el universo en general.