Llevaba Caligastia trescientos mil años a cargo de Urantia cuando Satanás, el asistente de Lucifer, hizo una de sus visitas periódicas de inspección. Al llegar Satanás al planeta, su aspecto no se parecía de ninguna manera a vuestras caricaturas de su majestad nefaria. Era, y sigue siendo, un Hijo Lanonandek de gran brillantez. «Y no es maravilla, porque Satanás mismo es una brillante criatura de la luz».
En el transcurso de esta inspección, Satanás informó a Caligastia sobre la entonces «Declaración de Libertad» de Lucifer, que éste proponía, y como ahora sabemos, el Príncipe acordó en traicionar al planeta cuando se anunciara la rebelión. Las personalidades leales del universo alimentan particular desdén hacia el Príncipe Caligastia por su traición premeditada del encargo. El Hijo Creador expresó este desacato al decir: «Eres como tu jefe Lucifer, y has perpetuado pecaminosamente su iniquidad. Fue un falsificador desde el comienzo de su exaltación de sí mismo, porque no moraba en la verdad».
En la gestión administrativa de un universo local, ningún encargo alto se considera más sagrado que el que se deposita en un Príncipe Planetario, quien asume la responsabilidad del bienestar y la dirección de los mortales evolutivos en un mundo recién habitado. De todas las formas de la maldad, ninguna destruye más la condición de la personalidad que la traición de un encargo y la deslealtad a los amigos de confianza. Al cometer este pecado deliberado, Caligastia deformó su personalidad de forma tan completa que su mente nunca más ha podido recuperar completamente el equilibrio.
Hay muchas maneras de considerar el pecado; pero desde el punto de vista filosófico del universo, el pecado es la actitud de una personalidad que deliberadamente resiste la realidad cósmica. Se puede considerar el error como un concepto erróneo o una deformación de la realidad. La maldad es una realización parcial de las realidades del universo o una falta de adaptación a ellas. Pero el pecado es una resistencia intencional a la realidad divina—el optar conscientemente oponerse al progreso espiritual– en tanto que la iniquidad consiste en desafiar abierta y persistentemente la realidad reconocida y supone tal grado de desintegración de la personalidad que raya en la locura cósmica.
El error sugiere la falta de agudeza intelectual; la maldad, deficiencia de sabiduría; el pecado, pobreza espiritual abyecta; pero la iniquidad indica la pérdida del dominio de la personalidad.
Cuando se opta tantas veces por el pecado y se lo repite tan a menudo, éste puede convertirse en hábito. Los pecadores habituales pueden volverse fácilmente inicuos, rebeldes incondicionales contra el universo y todas sus realidades divinas. Bien que se puede perdonar toda clase de pecado, dudamos que el inicuo empedernido jamás sienta arrepentimiento por sus fechorías o acepte el perdón de sus pecados.