Lucifer y Satanás deambularon libremente por el sistema de Satania hasta que se completó la misión de autootorgamiento de Micael en Urantia. Estuvieron juntos en vuestro mundo por última vez en el momento de su ataque combinado contra el Hijo del Hombre.
Anteriormente, cuando los Príncipes Planetarios, los «Hijos de Dios» se congregaban periódicamente, «Satanás también concurría», afirmando que representaba a todos los mundos aislados de los Príncipes Planetarios caídos. Pero, desde el autootorgamiento final de Micael no se le volvió a acordar dicha libertad en Jerusem. Posteriormente a sus esfuerzos por corromper a Micael durante su autootorgamiento en la carne, toda compasión por Lucifer y Satanás ha perecido en todo Satania, o sea, fuera de los mundos aislados de pecado.
El autootorgamiento de Micael terminó la rebelión de Lucifer en todo Satania fuera de los planetas de los Príncipes Planetarios apóstatas. Y éste fue el significado de la experiencia personal de Jesús poco antes de su muerte en la carne cuando cierto día exclamó a sus discípulos: «Y contemplo cómo cae Satanás desde el cielo como un rayo». Había concurrido a Urantia con Lucifer para sostener una última contienda crucial.
El Hijo del Hombre confiaba en el éxito, y sabía que su triunfo en vuestro mundo establecería por siempre el estado de sus enemigos de toda una edad, no solamente en Satania sino también en los otros dos sistemas adonde había penetrado el pecado. Hubo supervivencia para los mortales y certidumbre para los ángeles, cuando vuestro Maestro, en respuesta a las propuestas de Lucifer, respondió calmadamente y con certidumbre divina, «Vete detrás de mí, Satanás». Ése fue, en principio, el fin verdadero de la rebelión de Lucifer. Es verdad que los tribunales de Uversa aún no han emitido la decisión ejecutiva respecto de la apelación de Gabriel solicitando la destrucción de los rebeldes, pero un tal decreto indudablemente será emitido en la plenitud del tiempo, puesto que el primer paso en la adjudicación de este caso ya ha sido tomado.
El Hijo del Hombre reconoció a Caligastia como Príncipe técnico de Urantia hasta cerca del tiempo de su muerte. Dijo Jesús: «Ahora es el juicio de este mundo; ahora caerá el Príncipe de este mundo». Luego aún más cerca de completar la misión de su vida anunció: «El Príncipe de este mundo es juzgado». Y es este mismo Príncipe derrocado y desacreditado que cierta vez fue llamado «Dios de Urantia».
La última acción de Micael antes de abandonar Urantia consistió en ofrecer misericordia a Caligastia y Daligastia, pero despreciaron su tierna oferta. Caligastia, vuestro Príncipe Planetario apóstata, aún está libre en Urantia de perseguir sus nefastos designios, pero no tiene absolutamente ningún poder para entrar en la mente de los hombres, ni tampoco puede acercarse a sus almas para tentarlas o corromperlas a menos que realmente deseen ser maldecidas por su malvada presencia.
Antes del autootorgamiento de Micael estos gobernantes de la oscuridad trataron de mantener su autoridad en Urantia, y persistentemente se resistieron a las personalidades menores y subordinadas. Pero a partir del día de Pentecostés, este traicionero Caligastia y su igualmente despreciable asociado Daligastia, son serviles ante la majestad divina de los Ajustadores del Pensamiento Paradisiacos y el protector Espíritu de la Verdad, el espíritu de Micael, que ha sido derramado sobre toda la carne.
Pero aún así, ningún espíritu caído tuvo jamás el poder de invadir la mente o de acosar las almas de los hijos de Dios. Ni Satanás ni Caligastia podrían tocar o acercarse a los hijos de Dios por la fe; la fe es una armadura eficaz contra el pecado y la iniquidad. Es verdad: «Aquel que nace de Dios se guarda y el maligno no le toca».
En general, cuando se supone que los mortales débiles y disolutos están bajo la influencia de los diablos y demonios es que les dominan meramente sus propias tendencias inherentes y viles, siendo descarriados por sus propias propensiones naturales. Al diablo se ha acreditado mucho del mal que no le pertenece. Caligastia ha sido comparativamente impotente a partir de la cruz de Cristo.