La décima aparición morontial de Jesús ante los ojos mortales ocurrió el martes 11 de abril poco antes de las ocho en Filadelfia, ocasión en que se apareció ante Abner y Lázaro y unos ciento cincuenta de sus asociados, incluyendo más de cincuenta pertenecientes al cuerpo de evangelistas de los setenta. Esta aparición ocurrió justo después de la apertura de una reunión especial en la sinagoga, convocada por Abner para discutir la crucifixión de Jesús y el relato más reciente de la resurrección, traído por un mensajero de David. Puesto que Lázaro resucitado era ahora miembro de ese grupo de creyentes, no se les presentaban dificultades para creer en el informe de que Jesús había resucitado de entre los muertos.
La reunión en la sinagoga era inaugurada por Abner y Lázaro, ambos de pie en el púlpito, cuando todos los creyentes reunidos vieron aparecer de súbito la forma del Maestro. Dio unos pasos hacia adelante desde el sitio en el que había aparecido, entre Abner y Lázaro, que no lo vieron, y saludando al grupo, dijo:
«Que la paz sea con vosotros. Todos vosotros sabéis que tenemos un Padre en el cielo y que hay un solo evangelio en el reino: la buena nueva del don de la vida eterna que reciben los hombres mediante la fe. Al regocijaros en vuestra lealtad al evangelio, orad al Padre de la verdad para que os otorgue en vuestro corazón un amor nuevo y más grande por vuestros hermanos. Debéis amar a todos los hombres, así como yo os he amado; debéis servir a todos los hombres, así como yo os he servido. Con compasiva comprensión y afecto fraterno, recibid en la comunión de hermandad a todos vuestros hermanos que se dedican a la proclamación de la buena nueva, sean ellos judíos o gentiles, griegos o romanos, persas o etíopes. Juan proclamó el reino por adelantado; vosotros habéis predicado el evangelio en poder; los griegos ya enseñan la buena nueva; y yo pronto enviaré el Espíritu de la Verdad al alma de todos estos, mis hermanos, que tan altruísticamente han dedicado su vida al esclarecimiento de sus semejantes que están sentados en las tinieblas espirituales. Todos vosotros sois los hijos de la luz; por eso, no tropecéis en marañas de malentendido causadas por sospechas mortales y la intolerancia humana. Si os ennoblecéis, por la gracia de la fe, para amar a los descreídos, ¿no debéis acaso igualmente amar a los que son vuestros concreyentes en la extensa familia de la fe? Recordad que, así como os amáis unos a otros, todos los hombres sabrán que sois mis discípulos.
«Id pues por todo el mundo proclamando el evangelio de la paternidad de Dios y de la hermandad de los hombres a todas las naciones y razas, y sed sabios en vuestra elección de los métodos para presentar la buena nueva a las diferentes razas y tribus de la humanidad. Libremente habéis recibido de este evangelio del reino, y libremente daréis la buena nueva a todas las naciones. No temáis la resistencia del mal, porque yo estoy siempre con vosotros, aun hasta el fin de los tiempos. Mi paz os dejo».
En el momento en que dijo: «Mi paz os dejo», desapareció de su vista. Con excepción de una de sus apariciones en Galilea, donde más de quinientos creyentes lo vieron al mismo tiempo, este grupo en Filadelfia fue el grupo más grande de mortales que le vio en una ocasión particular.
Temprano por la mañana siguiente, aunque los apóstoles permanecían en Jerusalén aguardando la recuperación emocional de Tomás, estos creyentes de Filadelfia salieron a proclamar que Jesús de Nazaret había resucitado de entre los muertos.
El día siguiente, miércoles, lo pasó Jesús sin interrupciones en compañía de sus asociados morontiales, y durante las horas tempranas de la tarde recibió a los delegados visitantes morontiales de los mundos de estancia de todos los sistemas locales de esferas habitadas de toda la constelación de Norlatiadek. Y todos se regocijaron de conocer a su Creador como uno de su propia orden de inteligencias universales.