El Maestro había terminado de impartir sus instrucciones de despedida y sus admoniciones finales a los apóstoles como grupo. Luego se despidió de cada uno de ellos individualmente e impartió unas palabras personales de consejo a cada uno así como su bendición de adiós. Los apóstoles aún estaban sentados alrededor de la mesa como cuando se habían reunido para compartir la última cena, y el Maestro le fue dando la vuelta a la mesa hablando con cada uno. El apóstol a quien Jesús se dirigía se ponía de pie.
A Juan, Jesús le dijo: «Tú, Juan, eres el más joven de mis hermanos. Has estado muy cerca de mí, y aunque os amo a todos con el mismo amor que un padre tiene para con sus hijos, Andrés te encargó que fueras uno de los tres apóstoles que debían acompañarme siempre. Además, te has ocupado por mí de muchos asuntos relativos a mi familia terrenal y debes continuar haciéndolo. Yo voy al Padre, Juan, con la confianza plena de que tú continuarás cuidando de los que son míos en la carne. Asegúrate de que la confusión que ellos sufren actualmente sobre mi misión, no disminuya en modo alguno tu compasión para con ellos, aconséjales y ayúdalos como sabes que haría yo si permaneciera en la carne. Y cuando alcancen a ver la luz y entren plenamente en el reino, aunque todos vosotros los recibiréis con regocijo, dependo de ti, Juan, para que los recibas en mi nombre.
«Ahora bien, al vivir yo las últimas horas de mi carrera terrenal, permanece junto a mí para que pueda dejarte mensajes relativos a mi familia. En cuanto a la obra que mi Padre me encargó, ya está completada a excepción de mi muerte en la carne, y estoy listo para beber esta última copa. Pero en cuanto a las responsabilidades que me encargara mi padre terrenal, José, aunque me he ocupado de ésas durante mi vida, debo ahora confiar en ti para que actúes en mi nombre en todos estos asuntos. Y te he elegido a ti para hacer esto por mí, Juan, porque eres el más joven y por consiguiente muy probablemente vivirás más tiempo que los otros apóstoles.
«Cierta vez os llamamos, a ti y a tu hermano, hijos del trueno. Comenzaste con nosotros con actitud intolerante y voluntad fuerte, pero has cambiado mucho desde cuando querías que yo hiciera caer el fuego sobre la cabeza de los incrédulos ignorantes e impensantes. Y debes cambiar aún más. Debes ser el apóstol del nuevo mandamiento que os he dado esta noche. Dedica tu vida a enseñar a tus hermanos cómo amarse unos a otros, así como yo os he amado a vosotros».
Juan Zebedeo, de pie, en el aposento superior, con lágrimas que le rodaban por las mejillas, miró al Maestro a la cara y dijo: «Así lo haré, Maestro mío, pero, ¿cómo puedo aprender a amar más a mis hermanos?» Entonces respondió Jesús: «Aprenderás a amar más a tus hermanos, cuando aprendas, primero, a amar más a tu Padre en el cielo, y, cuando te intereses más profundamente por el bienestar de tus hermanos en el tiempo y en la eternidad. Y todos estos intereses humanos se fomentan mediante la compasión comprensiva, el servicio altruista y el perdón sin condiciones. Nadie debería despreciar tu juventud, pero te exhorto a que siempre consideres que, muchas veces, la edad significa experiencia, y que en los asuntos humanos nada puede tomar el lugar de la verdadera experiencia. Trata de vivir en paz con todos los hombres, especialmente con tus amigos en la hermandad del reino celestial. Y Juan, recuerda siempre, no te disgustes con las almas que quieras ganar para el reino».
Entonces el Maestro, pasando detrás de su propio asiento, se detuvo un momento junto al sitio de Judas Iscariote. Los apóstoles estaban un tanto sorprendidos de que Judas aún no hubiera regresado, y curiosos de conocer el significado de la expresión triste del rostro de Jesús, de pie junto al asiento vacío del traidor. Pero ninguno de ellos, excepto tal vez Andrés, tuvo el más leve presentimiento de que el tesorero de ellos se había ido para traicionar a su Maestro, según Jesús había sugerido previamente en la tarde y durante la cena. Tantos acontecimientos se estaban desencadenando que, por el momento, se olvidaron completamente de que el Maestro había anunciado que uno de ellos lo traicionaría.
Jesús se acercó entonces a Simón el Zelote, quien se puso de pie y escuchó esta admonición: «Tú eres un verdadero hijo de Abraham, pero que trabajo me ha dado tratar de hacer de ti un hijo de este reino celestial. Te amo y también te aman todos tus hermanos. Sé que tú me amas, Simón, y también que amas el reino, pero aún quieres hacer que este reino llegue de acuerdo con tus preferencias. Bien sé yo que finalmente captarás la naturaleza y el significado espirituales de mi evangelio, y que harás una obra valiente en su proclamación, pero me preocupa lo que te pueda suceder cuando yo parta. Me alegraría saber que no vacilarás; me haría feliz saber que, después que yo vaya al Padre, no dejarás de ser mi apóstol y te comportarás en forma aceptable como embajador del reino celestial».
Apenas si había Jesús terminado de hablar a Simón el Zelote, cuando el apasionado patriota, secándose los ojos, replicó: «Maestro, no temas, no dudes de mi lealtad. Le volví la espalda a todo para poder dedicar mi vida al establecimiento de tu reino en la tierra, y no titubearé. He sobrevivido hasta ahora toda desilusión, y no te abandonaré».
Entonces, apoyando la mano en el hombro de Simón, Jesús dijo: «Es en verdad un consuelo oírte hablar así, especialmente en este momento, pero, mi buen amigo, aún no sabes de qué estás diciendo. No dudo ni por un instante de tu lealtad, de tu devoción. Sé que no titubearías en salir a batallar y morir por mí, así como todos estos otros también lo harían» (y todos ellos hicieron un vigoroso signo de afirmación), «pero eso no se te pedirá. Repetidamente te he dicho que mi reino no es de este mundo, y que mis discípulos no harán batalla para establecerlo. Te he dicho esto tantas veces, Simón, pero tú te niegas a enfrentar la verdad. No me preocupa tu lealtad a mí ni al reino, pero ¿qué harás tú cuando me vaya y por fin despiertes a la realización de que no has sabido captar el significado de mis enseñanzas, y que debes ajustar tus conceptos erróneos a la realidad de otro orden de asuntos, un orden espiritual del reino?»
Simón quería hablar más, pero Jesús levantó la mano para indicarle que callara, diciéndole: «Ninguno de mis apóstoles es más sincero y honesto de corazón que tú, pero ninguno de ellos se desesperará ni se desilusionará tanto como tú después de mi partida. Durante este período de tu desencanto, mi espíritu permanecerá contigo, y estos, tus hermanos, no te abandonarán. No olvides lo que te he enseñado en cuanto a la relación entre la ciudadanía en la tierra y la filiación en el reino espiritual del Padre. Reflexiona bien sobre todo lo que te he dicho en cuanto a dar al César las cosas que son del César y a Dios las que son de Dios. Dedica tu vida, Simón, a mostrar cómo el hombre mortal puede satisfacer aceptablemente mi admonición referente al reconocimiento simultáneo del deber temporal ante los poderes civiles y del servicio espiritual en la hermandad del reino. Si te dejas guiar por el Espíritu de la Verdad, no habrá nunca conflictos entre las exigencias de la ciudadanía sobre la tierra y las de la filiación en el cielo, a menos que los gobernantes temporales tengan la presunción de pedirte el homenaje y la adoración que sólo pertenecen a Dios.
«Ahora pues, Simón, cuando finalmente veas todo esto, y una vez que te hayas liberado de tu depresión y hayas salido proclamando este evangelio en gran poder, no olvides jamás que yo estaba contigo aun a través de tu temporada de desencanto, y que seguiré estando contigo hasta el fin. Siempre serás mi apóstol, y una vez que estés dispuesto a ver con el ojo del espíritu y a rendir más plenamente tu voluntad a la voluntad del Padre en el cielo, volverás a laborar como mi embajador, y nadie te quitará, porque hayas sido lento en comprender las verdades que te enseñé, la autoridad que yo te he conferido. Así pues, Simón, nuevamente te advierto que los que a espada luchan a espada mueren, mientras que los que laboran en el espíritu alcanzan vida eterna en el reino venidero, y gozo y paz en el reino que ahora existe. Cuando la obra que se te encargó haya terminado sobre la tierra, tú, Simón, te sentarás conmigo en el reino del más allá. En verdad verás el reino que tú has anhelado, pero no en esta vida. Continúa creyendo en mí y en lo que yo te he revelado, y recibirás el don de la vida eterna».
Cuando Jesús hubo terminado de hablar a Simón el Zelote, se acercó a Mateo Leví y dijo: «Ya no tendrás que preocuparte por abastecer el tesoro del grupo apostólico. Pronto, muy pronto, todos vosotros estaréis dispersos; no se te permitirá disfrutar del consuelo y apoyo de uno solo de tus hermanos. Mientras seguís predicando este evangelio del reino, tendréis que encontraros nuevos asociados. Yo os he enviado de dos en dos durante los tiempos de vuestra preparación, pero ahora que os dejo, cuando os hayáis recuperado de la congoja, saldréis solos, y hasta los confines de la tierra, proclamando esta buena nueva: que los mortales estimulados por la fe son hijos de Dios».
Entonces habló Mateo: «Pero, Maestro, ¿quién nos enviará, y cómo sabremos adónde ir? ¿Nos mostrará Andrés el camino?» Jesús respondió: «No, Leví, Andrés ya no os dirigirá en la proclamación del evangelio. Él en verdad seguirá siendo vuestro amigo y consejero hasta el día en que llegue el nuevo maestro, y entonces el Espíritu de la Verdad os guiará a cada uno de vosotros en la labor de expansión del reino. Muchos cambios te han ocurrido desde aquel día en la aduana en que saliste para seguirme; pero muchos más han de ocurrir antes de que puedas ver la visión de una hermandad en la cual los gentiles se sientan con los judíos, en asociación fraternal. Pero sigue tu impulso de ganar a tus hermanos judíos hasta que estés plenamente satisfecho, y luego dirígete con poder a los gentiles. De una cosa puedes estar seguro, Leví: Tú has ganado la confianza y el afecto de tus hermanos; todos ellos te aman». (Y los diez significaron su acuerdo con la palabra del Maestro).
«Leví, mucho sé de tus ansiedades, sacrificios y labores para mantener el tesoro provisto, cosas que tus hermanos no saben, y me regocija que, aunque el que llevaba la bolsa esté ausente, el embajador publicano está aquí, en mi reunión de despedida, con los mensajeros del reino. Oro para que tú puedas discernir el significado de mis enseñanzas con los ojos del espíritu. Y cuando el nuevo maestro llegue a tu corazón, vete adonde él te guíe y deja que tus hermanos vean—aun todo el mundo– qué es lo que puede hacer el Padre por un aborrecido recolector de impuestos que se atrevió a seguir al Hijo del Hombre y a creer en el evangelio del reino. Aun desde el principio, Leví, te amé, así como te amaron estos otros galileos. Bien sabiendo desde entonces que ni el Padre ni el Hijo hacen acepción de personas, asegúrate de no hacer tú ninguna distinción entre los que crean en el evangelio por tu ministerio. Así pues, Mateo, dedica todo tu servicio futuro de vida a mostrar a todos los hombres que Dios no hace acepción de personas; que, a los ojos de Dios y en la hermandad del reino, todos los hombres son iguales, todos los creyentes son hijos de Dios».
Jesús se dirigió entonces a Santiago Zebedeo, quien se puso de pie en silencio mientras el Maestro le decía: «Santiago, cuando tú y tu hermano menor vinieron a mí cierta vez, buscando preferencias en cuanto a las honores en el reino, yo os dije que estos honores sólo el Padre los podía otorgar, y os pregunté si erais capaz de beber de mi copa, y vosotros me respondisteis que sí. Aunque no hubieras sido capaz de hacerlo entonces, y aunque no seas capaz ahora, pronto estarás preparado para ese servicio, por la experiencia que estás por pasar. Por tu conducta desencadenaste el disgusto de tus hermanos en aquel momento. Si aún no te han perdonado plenamente, lo harán cuando te vean beber de mi copa. Sea tu ministerio largo o breve, deja dominar tu alma por la paciencia. Cuando venga el nuevo maestro, permite que él te enseñe el aplomo de compasión y tolerancia misericordiosa que nace de la confianza sublime en mí y de la sumisión perfecta a la voluntad del Padre. Dedica tu vida a la demostración de cómo se combina el afecto humano con la dignidad divina en el discípulo conocedor de Dios y creyente en el Hijo. Todos los que así viven, revelan el evangelio aun en cómo mueren. Tú y tu hermano Juan iréis por caminos distintos, y es posible que uno de vosotros se siente conmigo en el reino eterno, mucho antes que el otro. Mucho te ayudaría aprender que la verdadera sabiduría comprende discreción a la vez que valor. Debes aprender que tu agresividad vaya acompañada de sagacidad. Llegarán esos momentos sublimes en los que mis discípulos no titubearán en dar su vida por este evangelio, pero en todas las circunstancias ordinarias sería mucho mejor aplacar la ira de los descreídos para que tú puedas seguir viviendo y continuar predicando la buena nueva. Hasta donde esté en tu poder, vive largamente en la tierra, para que tu vida de muchos años pueda rendir frutos en almas ganadas para el reino celestial».
Cuando el Maestro terminó de hablar a Santiago Zebedeo, dio la vuelta hasta el extremo de la mesa donde estaba sentado Andrés y, fijando la mirada en los ojos de su fiel asistente, dijo: «Andrés, tú me has representado fielmente como jefe de los embajadores del reino celestial. Aunque en ocasiones has dudado y en otras ocasiones has manifestado una pusilanimidad peligrosa, a pesar de esto siempre has sido sinceramente justo y eminentemente ecuánime en tu trato con tus asociados. Desde tu ordenación y la de tus hermanos como mensajeros del reino, habéis sido independientes en todos los asuntos administrativos del grupo salvo que yo te designé como jefe de estos elegidos. En ningún otro asunto temporal os dirigí yo ni influí en vuestros decisiones. Así lo hice, para que el grupo contara con liderazgo en todas sus deliberaciones subsiguientes. En mi universo y en el universo de universos de mi Padre, nuestros hermanos-hijos son tratados como individuos en todas sus relaciones espirituales, pero en todas las relaciones de grupo infaliblemente proveemos un claro liderazgo. Nuestro reino es el reino del orden, y donde actúen en cooperación dos o más criaturas volitivas, siempre se facilita la autoridad del liderazgo».
«Ahora bien, Andrés, puesto que tú eres el jefe de tus hermanos por la autoridad de mi nombramiento, y puesto que así has servido como mi representante personal, y como estoy a punto de dejaros para ir a mi Padre, te libero de toda responsabilidad en cuanto a estos asuntos temporales y administrativos. De ahora en adelante no tendrás jurisdicción alguna sobre tus hermanos, excepto la que te granjees como líder espiritual, y que por lo tanto tus hermanos reconocen libremente. A partir de esta hora, ya no puedes ejercer autoridad alguna sobre tus hermanos a menos que ellos te den esa autoridad por medio de un claro acto legislativo después que yo haya vuelto al Padre. Al exonerarte así de las responsabilidades de jefe administrativo de este grupo, no te exonero de manera alguna de tu responsabilidad moral de hacer todo lo que esté a tu alcance para que tus hermanos no se separen, apoyándolos con mano firme y amante durante el período difícil que se avecina, los días interinos entre mi partida en la carne y el envío del nuevo maestro que vivirá en vuestro corazón y que, en último término, os conducirá a toda la verdad. Al prepararme a dejarte, quiero exonerarte de toda responsabilidad administrativa que se originó y derivó su autoridad de mi presencia entre vosotros como uno de vosotros. De ahora en adelante, ejerceré tan sólo autoridad espiritual sobre ti y entre vosotros.
«Si tus hermanos desean que tú sigas siendo su consejero, te exhorto a que, en todos los asuntos temporales y espirituales, hagas todo lo posible por promover la paz y la armonía entre los varios grupos de creyentes sinceros del evangelio. Dedica el resto de tu vida a promover los aspectos prácticos del amor fraterno entre tus hermanos. Sé tierno con mis hermanos en la carne cuando lleguen a creer plenamente en este evangelio; manifiesta amor y devoción imparcial a los griegos en el oeste y a Abner en el este. Aunque éstos, mis apóstoles, pronto se dispersarán a todos los rincones de la tierra para proclamar la buena nueva de la salvación por la filiación de Dios, debes mantenerlos juntos durante el período difícil inminente, esa temporada de dura prueba, durante la cual debéis aprender a creer en el evangelio sin mi presencia personal, esperando pacientemente la llegada del nuevo maestro, el Espíritu de la Verdad. Así pues, Andrés, aunque tal vez no te toque en suerte realizar grandes obras a los ojos de los hombres, confórmate con ser el maestro y consejero de los que hacen esas cosas. Continúa tu obra en la tierra hasta el fin, para luego continuar este ministerio en el reino eterno, porque ¿acaso no te he dicho muchas veces que tengo otras ovejas que no son de este redil?»
Jesús se acercó entonces a los gemelos Alfeo y, de pie entre los dos, dijo: «Hijitos míos, vosotros sois uno de los tres grupos de hermanos que eligieron seguirme. Los seis habéis hecho bien trabajando en paz con vuestra propia parentela, pero ningunos han hecho mejor que vosotros. Se avecinan duros tiempos. Tal vez no podáis comprender todo lo que os sucederá a vosotros y a vuestros hermanos, pero no dudéis jamás de que se os llamó cierta vez para hacer la obra del reino. Durante un tiempo no habrá multitudes para ocuparse de ellas, pero no os desalentéis; cuando terminéis la obra de vuestra vida, yo os recibiré en lo alto, donde en gloria relataréis vuestra salvación a las huestes seráficas y a las multitudes de los altos Hijos de Dios. Dedicad vuestra vida a la elevación de la tarea diaria y común. Mostrad a todos los hombres en la tierra y a los ángeles del cielo cómo alegre y valientemente el hombre mortal puede, después de haber sido llamado para trabajar por una temporada en el servicio especial de Dios, volver a las labores de los tiempos anteriores. Si, por ahora, vuestra obra en lo que concierne los asuntos visibles del reino está completa, debéis volver a vuestras labores anteriores con el nuevo esclarecimiento de la experiencia de la filiación de Dios y con una comprensión exaltada de que, para aquel que conoce a Dios, no hay labores comunes ni tareas seculares. Para vosotros, que habéis trabajado conmigo, todas las cosas se han vuelto sagradas, toda labor terrenal es aun un servicio a Dios el Padre. Y cuando escuchéis la nueva de las obras de vuestros ex asociados apostólicos, regocijaos con ellos y continuad vuestra labor diaria como los que aguardan a Dios y sirven mientras esperan. Habéis sido mis apóstoles, y siempre lo seréis, y yo os recordaré en el reino venidero».
Luego Jesús fue adonde Felipe, quien, poniéndose de pie, escuchó este mensaje de su Maestro: «Felipe, me has hecho muchas preguntas tontas, pero yo hice todo lo que pude por contestar cada una de ellas, y ahora deseo contestar la última de estas preguntas, surgida en tu mente sumamente honesta, pero no espiritual. Todo este tiempo, mientras me iba acercando a ti, has estado pensando para tus adentros: ‘¿Qué haré yo si el Maestro se va y nos deja solos en el mundo?’ ¡Oh, tú de tan poca fe! Sin embargo tienes tanta como muchos de tus hermanos. Felipe, tú has sido un buen mayordomo. Tan sólo nos fallaste unas pocas veces, y una de esas faltas la utilizamos para manifestar la gloria del Padre. Tu trabajo de mayordomía está casi terminado. Pronto deberás hacer más plenamente la obra para la cual se te llamó: la predicación de este evangelio del reino. Felipe, tú siempre pedías que se te mostraran las cosas; muy pronto verás grandes cosas. Habría sido mucho mejor si todo esto hubieses visto por la fe, pero como fuiste sincero aun en tu visión material, vivirás para ver el cumplimiento de mi palabras. Y después, cuando tengas la bendición de la visión espiritual, sal para hacer tu obra, dedicando tu vida a la causa de conducir a la humanidad en la búsqueda de Dios y de buscar las realidades eternas con el ojo de la fe espiritual y no con los ojos de la mente material. Recuerda, Felipe, tú tienes una gran misión en la tierra porque el mundo está lleno de seres que ven la vida tal como tú tienes tendencia a hacerlo. Tienes una gran obra por hacer y cuando esté terminada en la fe, vendrás a mí en mi reino, y yo con gran regocijo te mostraré lo que el ojo no ha visto, el oído no ha oído y la mente mortal no ha concebido. Mientras tanto, vuélvete como un niño pequeño en el reino del espíritu y permíteme, en la forma del espíritu del nuevo maestro, conducirte hacia adelante en el reino espiritual. Así podré hacer por ti mucho de lo que no pude hacer mientras viví con vosotros como un mortal del reino. Recuerda siempre, Felipe, que el que me ha visto a mí, ha visto al Padre».
Entonces fue el Maestro adonde Natanael. Al ponerse Natanael de pie, Jesús lo invitó a que se sentara y, sentándose a su lado, le dijo: «Natanael, tú has aprendido a vivir por encima del prejuicio y a practicar una tolerancia cada vez mayor desde que te volviste apóstol mío. Pero hay mucho más que debes aprender. Has sido una bendición para tus compañeros, porque siempre han recibido tu asesoramiento por tu sinceridad constante. Cuando yo me haya ido, es posible que tu franqueza interfiera con tu habilidad para llevarte bien con tus hermanos, tanto los antiguos como los nuevos. Deberías aprender, que aun la expresión de un pensamiento bueno debe ser modulada de acuerdo con el estado intelectual y el desarrollo espiritual del oyente. La sinceridad cumple su mejor función en el trabajo del reino cuando está unida con la discreción.
«Si quieres aprender a trabajar con tus hermanos, es posible que realices cosas más permanentes, pero si te encuentras buscando a los que piensan como tú, en ese caso dedica tu vida a probar que el discípulo conocedor de Dios puede volverse un constructor del reino aun cuando está solo en el mundo y completamente aislado de los demás creyentes. Yo sé que serás fiel hasta el fin, y algún día te recibiré en el servicio ampliado de mi reino en lo alto».
Entonces habló Natanael, haciéndole a Jesús esta pregunta: «He escuchado tus enseñanzas desde cuando me llamaste al servicio de este reino, pero yo honestamente no puedo comprender el significado pleno de todo lo que nos dices. No sé qué debo esperar, y pienso que la mayoría de mis hermanos están del mismo modo perplejos, aunque titubean en confesar su confusión. ¿Puedes ayudarme?» Jesús, apoyando la mano sobre el hombro de Natanael, dijo: «Amigo mío, no es extraño que vaciles en captar el significado de mis enseñanzas espirituales puesto que te encuentras obstaculizado por los preconceptos que provienen de la tradición judía, y confundido por tu tendencia persistente a interpretar mi evangelio de acuerdo con las enseñanzas de los escribas y de los fariseos.
«Mucho os he enseñado por la palabra, y he vivido mi vida entre vosotros. He hecho todo lo que puede hacerse para esclarecer vuestra mente y liberar vuestra alma, y lo que no hayáis podido obtener de mis enseñanzas y de mi vida, ahora os debéis preparar para adquirirlo del maestro de todos los maestros: la experiencia real. Y en toda esta nueva experiencia que ahora te aguarda, yo caminaré delante de ti y el Espíritu de la Verdad estará contigo. No temas; lo que en este momento no puedes comprender, el nuevo maestro, cuando haya llegado, te lo revelará por el resto de tu vida en la tierra y más adelante en tu capacitación para las eras eternas».
Entonces el Maestro, volviéndose a todos ellos, dijo: «No os preocupéis si no conseguís captar el pleno significado del evangelio. Vosotros no sois sino finitos, hombres mortales, y lo que yo os he enseñado es infinito, divino y eterno. Sed pacientes y valerosos porque ante vosotros se abren las eras eternas en las que continuaréis vuestro logro progresivo de la experiencia de volveros perfectos, así como vuestro Padre en el Paraíso es perfecto».
Entonces Jesús se dirigió a Tomás quien, poniéndose de pie, le escuchó decir: «Tomás, muchas veces te ha faltado la fe; sin embargo, cuando tuviste temporadas de duda, nunca te faltó el coraje. Yo bien sé que los falsos profetas y los maestros impuros no te engañan. Después que yo me haya ido, tus hermanos apreciarán más aún tu forma crítica de ver las nuevas enseñanzas. Y cuando todos vosotros estéis dispersos hasta los confines de la tierra, en los tiempos venideros, recuerda que sigues siendo mi embajador. Dedica tu vida a la gran obra de mostrar cómo la mente material crítica del hombre puede triunfar sobre la inercia de la incertidumbre intelectual al enfrentarse con la demostración de la manifestación de la verdad viva tal como opera en la experiencia de los hombres y mujeres nacidos del espíritu, que rinden los frutos del espíritu en su vida, y que se aman unos a otros, aun como yo os he amado a vosotros. Tomás, me alegro que tú te unieras a nosotros, y sé que, después de un corto período de perplejidad, seguirás en el servicio del reino. Tus dudas han producido perplejidad en tus hermanos, pero a mí no me han preocupado jamás. Tengo confianza en ti, e iré delante de ti aun a los rincones más alejados de la tierra».
Luego el Maestro se dirigió a Simón Pedro, quien se puso de pie mientras Jesús le hablaba: «Pedro, yo sé que tú me amas, y que dedicarás tu vida a la proclamación pública de este evangelio del reino para judíos y gentiles, pero me preocupa que tus años de tan estrecha asociación conmigo no hayan hecho más para ayudarte a pensar antes de hablar. ¿Qué experiencias deberás vivir para que aprendas a poner un centinela a tu lengua? ¡Cuántos problemas nos has dado por tu hablar sin pensar, por tu autoconfianza presuntuosa! Y estás destinado a crear aún más problemas para ti si no aprendes a dominar esta debilidad. Sabes que tus hermanos te aman a pesar de esta debilidad, y también deberías comprender que este defecto no disminuye de ninguna manera mi afecto por ti, pero sí disminuye tu utilidad y no cesa de crear problemas para ti. Pero indudablemente mucho aprenderás de la experiencia que pasarás esta misma noche. Y lo que ahora te digo, Simón Pedro, del mismo modo lo digo a todos tus hermanos aquí reunidos: Esta noche, todos vosotros estaréis en gran peligro de caer por mí. Sabéis que está escrito: ‘Matarán al pastor y serán dispersadas las ovejas’. Cuando yo esté ausente, hay gran peligro de que algunos de vosotros sucumban a las dudas y tropiecen por lo que me ocurre a mí. Pero yo os prometo ahora que volveré a vosotros por un corto tiempo, y que entonces iré delante de vosotros a Galilea».
Entonces dijo Pedro, apoyando la mano sobre el hombro de Jesús: «Aunque todos mis hermanos puedan sucumbir a la incertidumbre por ti, yo prometo que nunca tropezaré en todo lo que tú puedas hacer. Iré contigo y, si hace falta, moriré por ti».
Así estaba Pedro ante el Maestro, temblando de intensa emoción y desbordando de amor genuino por él, cuando Jesús le miró fijo a los ojos llenos de lágrimas y le dijo: «Pedro, de cierto, de cierto te digo, que esta noche no cantará el gallo hasta que tú no me hayas negado tres o cuatro veces. Así pues, lo que tú no has podido aprender por la asociación pacífica conmigo, lo aprenderás por graves problemas y grandes congojas. Una vez que hayas realmente aprendido esta lección necesaria, debes fortalecer a tus hermanos y seguir viviendo una vida dedicada a la predicación de este evangelio, aunque tal vez seas encarcelado y, tal vez, sigas mis pasos pagando el precio supremo del servicio amante en la edificación del reino del Padre.
«Pero recuerda mi promesa: Cuando yo sea elevado, permaneceré con vosotros por una temporada antes de ir al Padre. Aun esta noche suplicaré al Padre para que fortalezca a cada uno de vosotros en preparación de lo que tan pronto deberéis atravesar. Yo os amo a todos con el mismo amor con que el Padre me ama a mí, y por lo tanto, así de ahora en adelante debéis amaros vosotros los unos a los otros, así como yo os he amado a vosotros».
Luego, después de cantar un himno, partieron todos para el campamento en el Oliveto.
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