Cuando los apóstoles fueron conducidos arriba por Juan Marcos, contemplaron una cámara amplia y cómoda que había sido completamente dispuesta para la cena, y observaron que el pan, el vino, el agua y las hierbas estaban listos a un extremo de la mesa. Excepto por el extremo en el que estaban dispuestos el pan y el vino, esta larga mesa estaba rodeada de trece triclinios de los que se proveían para la celebración de la Pascua en los hogares judíos de buena posición económica.
Cuando los doce entraron al cuarto superior, notaron, inmediatamente junto a la puerta, los cántaros de agua, las vasijas y las toallas para lavarse los pies polvorientos; puesto que no se habían proveído siervos para rendir este servicio, los apóstoles se miraron entre sí en cuanto Juan Marcos les dejó, y cada uno pensó para sus adentros, ¿quién lavará nuestros pies? y cada uno del mismo modo pensó que él no sería quién actuara de esta manera como siervo de los demás.
Mientras estaban allí parados con este dilema en el corazón, observaron el arreglo de los asientos junto a la mesa, tomando nota del diván más alto del anfitrión, con un triclinio a la derecha y los otros once dispuestos alrededor de la mesa, frente a este segundo asiento de honor a la derecha del anfitrión.
Esperaban que el Maestro llegara en cualquier momento, pero estaban en dudas si debían sentarse o esperar su llegada para que les asignara su sitio. Mientras titubeaban, Judas se dirigió al asiento de honor, a la izquierda del anfitrión, y manifestó que tenía la intención de reclinarse allí como huésped preferido. Esta acción de Judas inmediatamente produjo una disputa violenta entre los demás apóstoles. No acababa Judas de apropiarse el asiento de honor cuando Juan Zebedeo reclamó para sí el siguiente asiento preferido, el que estaba situado a la derecha del anfitrión. Simón Pedro tanto se airó por esta toma de posiciones preferidas de Judas y Juan que, mientras los demás apóstoles observaban enojados, dio la vuelta a la mesa y se ubicó en el triclinio más bajo, al final de la fila de asientos y frente al que había elegido Juan Zebedeo. Puesto que otros habían tomado los asientos altos, Pedro pensó en elegir el más bajo, y lo hizo, no solamente en protesta contra el orgullo poco elegante de sus hermanos, sino con la esperanza de que Jesús, cuando entrara y lo viera en el lugar menos honroso, lo llamara a uno más alto, desplazando así a aquel que había presumido honrarse a sí mismo.
Con las posiciones más altas y más bajas ya ocupadas, el resto de los apóstoles eligieron lugares, algunos junto a Judas y otros junto a Pedro, hasta que todos ellos se ubicaron. Se sentaron alrededor de la mesa en forma de U, en estos divanes, en el siguiente orden: a la derecha del Maestro, Juan; a la izquierda, Judas; Simón el Zelote, Mateo, Santiago Zebedeo, Andrés, los gemelos Alfeo, Felipe, Natanael, Tomás y Simón Pedro.
Están reunidos para celebrar, por lo menos en espíritu, una institución que antedataba aun a Moisés y se remontaba a los tiempos en los que sus padres eran esclavos en Egipto. Esta cena es su último encuentro con Jesús, y aun en tal ocasión solemne, bajo el liderazgo de Judas, los apóstoles se dejan llevar una vez más por su vieja predilección por el honor, la preferencia y la exaltación personal.
Aún estaban recriminándose airadamente unos a otros cuando apareció el Maestro en la puerta, permaneciendo allí un instante mientras su rostro se inundaba lentamente de una expresión de desencanto. Sin hacer comentario alguno se dirigió a su asiento, y no cambió la distribución de los asientos de ellos.
Ya estaban listos para empezar la cena, excepto que sus pies aún estaban sin lavar, y que estaban en un estado de ánimo que era de todo, menos agradable. Cuando el Maestro llegó, aún estaban discutiendo de forma poco halageña entre ellos; y no hablemos de los pensamientos de algunos de ellos que tenían suficiente control emocional como para no expresarlos públicamente.