Jesús intentó constantemente hacer comprender a sus apóstoles y discípulos que debían adquirir, por la fe, una rectitud que excediera la rectitud de las acciones esclavizantes que algunos de los escribas y fariseos con tanta vanagloria mostraban al mundo.
Aunque Jesús enseñó que la fe, la simple creencia parecida a la de un niño, es la llave de la puerta del reino, también enseñó que, habiendo entrado, hay pasos progresivos de rectitud que todo niño creyente debe ascender para crecer hasta la estatura plena de los vigorosos hijos de Dios.
Es en la consideración de la técnica de recepción del perdón de Dios que el alcance de la rectitud del reino es revelado. La fe es el precio que pagas para entrar en la familia de Dios; pero el perdón es el acto de Dios que acepta tu fe como precio de entrada. Y la recepción del perdón de Dios por un creyente del reino comprende una experiencia definida y real y consiste en seguir cuatro pasos, los pasos del reino de la rectitud interior:
1. El perdón de Dios se hace realmente disponible y el hombre lo experimenta personalmente sólo en la medida en que él mismo perdona a sus semejantes.
2. El hombre no perdona de verdad a sus semejantes, a menos que los ame como a sí mismo.
3. Amar así a tu prójimo como a ti mismo es la ética más elevada.
4. La conducta moral, la verdadera rectitud, se torna entonces en el resultado natural de dicho amor.
Es evidente por lo tanto, que la religión verdadera e interior del reino tiende infaliblemente y cada vez más a manifestarse en avenidas prácticas de servicio social. Jesús enseñó una religión viva que impelía a sus creyentes a que hicieran obra de servicio amante. Pero Jesús no puso la ética en el lugar de la religión. Él enseñó religión como causa y ética como resultado.
La rectitud de todo acto debe ser medida por el motivo; las formas más elevadas de virtud son, por ende inconscientes. Jesús nunca se preocupó ni por la moral ni la ética como tales. Se preocupó siempre y plenamente por aquella relación interior y espiritual con Dios el Padre, que tan certera y directamente se manifiesta exteriormente en el servicio amante a los hombres. Enseñó que la religión del reino es una experiencia personal genuina que ningún hombre puede contener dentro de sí mismo; que la conciencia de ser miembro de la familia de los creyentes conduce inevitablemente a la práctica de los preceptos de la conducta familiar, al servicio a los propios hermanos y hermanas en el esfuerzo de elevar y expandir la hermandad.
La religión del reino es personal e individual; los frutos, los resultados, son familiares y sociales. Jesús nunca dejó de exaltar lo sagrado del individuo en contraste con la comunidad. Pero también reconocía que el hombre desarrolla su carácter mediante el servicio altruista; que desenvuelve su naturaleza moral en las relaciones amantes con sus semejantes.
Al enseñar que el reino está dentro de uno, al exaltar al individuo, Jesús dio el golpe de gracia a la antigua sociedad, en cuanto abrió la puerta para la nueva dispensación de la verdadera rectitud social. Este nuevo orden social poco lo conoce el mundo porque se ha negado a practicar los principios del evangelio del reino del cielo. Y cuando este reino de preeminencia espiritual llegue a la tierra, no se manifestará simplemente en mejores condiciones sociales y materiales, sino más bien en la gloria de aquellos valores espirituales elevados y enriquecidos que son característicos de la era que se avecina de mejores relaciones humanas y de alcances espirituales cada vez más avanzadas.