Lázaro permaneció en la casa de Betania, siendo el centro de gran interés de muchos creyentes sinceros y de numerosos curiosos, hasta la semana de la crucifixión de Jesús, cuando él recibió mensaje de que el sanedrín había decretado su muerte. Los líderes de los judíos estaban decididos a detener la difusión ulterior de las enseñanzas de Jesús, y juzgaron atinadamente que sería inútil matar a Jesús si permitían que Lázaro, quien representaba la cumbre misma de las obras portentosas de Jesús, viviera y atestiguara el hecho de que Jesús lo había resucitado de los muertos. Ya había Lázaro sufrido a causa de ellos amargas persecuciones.
Así pues, Lázaro se despidió apresuradamente de sus hermanas en Betania, huyendo a través de Jericó al otro lado del Jordán, sin permitirse el descanso hasta llegar a Filadelfia. Lázaro conocía bien a Abner, y aquí se sentía seguro de las intrigas asesinas del malvado sanedrín.
Poco después de este acontecimiento, Marta y María dispusieron de sus tierras en Betania y se reunieron con su hermano en Perea. Mientras tanto, Lázaro había sido nombrado tesorero de la iglesia en Filadelfia. Fue un decidido defensor de Abner en su controversia con Pablo y con la iglesia de Jerusalén y finalmente murió, a los 67 años, de la misma enfermedad que le había llevado a la tumba cuando era más joven en Betania.
Traducción española © Fundación Urantia. Todos los derechos reservados.