Esa noche después de la cena, cuando Jesús y los doce se reunieron para su conferencia diaria, Andrés dijo: «Maestro, mientras nosotros bautizábamos a los creyentes, tú hablaste muchas palabras a la multitud que allí permanecía, pero que nosotros no escuchamos. ¿Querrías repetir esas palabras para nuestro beneficio?» En respuesta a la solicitud de Andrés, Jesús dijo:
«Sí, Andrés, os hablaré de estos asuntos de la riqueza y de la autosuficiencia, pero mis palabras para vosotros, los apóstoles, deben ser un tanto diferentes de las que hablé a los discípulos y a la multitud, puesto que vosotros lo habéis abandonado todo, no sólo para seguirme a mí, sino para ser ordenados embajadores del reino. Ya habéis tenido varios años de experiencia, y sabéis que el Padre cuyo reino proclamáis no os abandonará. Habéis dedicado vuestra vida al ministerio del reino; por lo tanto, no os angustiéis ni os preocupéis por las cosas de la vida temporal, por lo que comeréis, ni que pondréis sobre vuestros cuerpos. El bienestar del alma es más que comida y bebida; el progreso en el espíritu está muy por encima de la necesidad del atavío. Cuando os tiente dudar de la seguridad de vuestro pan, pensad en los cuervos; ni siembran ni cosechan ni tienen almacenes ni graneros, y sin embargo el Padre provee comida para todo el que la busca. ¡Y cuánto más valiosos sois vosotros que muchos pájaros! Además, la angustia y la incertidumbre nada harán por proveeros vuestras necesidades materiales. ¿Quién entre vosotros podrá, sólo por angustiarse, agregar una palma a vuestra estatura o un día a vuestra vida? Puesto que estos asuntos no están en vuestras manos, ¿por qué preocuparos por ellos?
«Pensad en los lirios, y como crecen; no se afanan ni hilan; mas os digo que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió como uno de estos. Si Dios así viste la hierba del campo, que está viva hoy y mañana se corta y se echa al fuego, cuanto más él os vestiré a vosotros, embajadores del reino celestial. O vosotros ¡cuán poca fe tenéis! Cuando os dedicáis de todo corazón a la proclamación del evangelio del reino, no deberíais albergar incertidumbre en vuestra mente por vuestro sostén ni por la familia que habéis dejado. Si realmente dedicáis vuestra vida al evangelio, viviréis por el evangelio. Si tan sólo sois discípulos creyentes, debéis ganaros vuestro pan y contribuir al mantenimiento de todos los que enseñan y predican y curan. Si os preocupáis por vuestro pan y agua, ¿de qué manera diferís de las naciones del mundo que tan diligentemente buscan dichas necesidades? Dedicaos a vuestra obra, creed que tanto el Padre como yo conocemos vuestras necesidades. Dejadme aseguraros de una vez por todas de que, si dedicáis vuestra vida a la obra del reino, todas vuestras necesidades reales serán suministradas. Buscad las cosas más grandes, y las menos importantes serán halladas; pedid cosas celestiales y las cosas materiales estarán incluidas. La sombra por seguro sigue a la sustancia.
«Tan sólo sois un grupo pequeño, pero si tenéis fe, si no tropezáis con el temor, yo os declaro que será satisfacción de mi Padre daros este reino. Habéis puesto vuestro tesoro allí donde la bolsa no envejece, donde el ladrón no puede saquear, y donde la polilla no puede destruir. Como dije a la multitud, allí donde está el tesoro, también estará vuestro corazón.
«Pero en la tarea que nos aguarda, y en lo que queda para vosotros después que yo vuelva al Padre, habréis de pasar duras pruebas. Guardaos todos contra el temor y las dudas. Cada uno de vosotros, preparad vuestra mente y dejad que vuestra lámpara siga encendida. Guardaos como hombres que están esperando el regreso de su amo de una fiesta nupcial, para que, cuando él vuelva y golpee en la puerta, podáis abrirle con rapidez. A estos siervos vigilantes los bendecirá, pues los encuentra fieles en momentos tan importantes. Entonces hará el amo que los siervos se sienten y él les servirá. De cierto, de cierto os digo, que una crisis se avecina a vuestras vidas, y os corresponde vigilar y estar listos.
«Bien comprendéis que ningún hombre permitirá que entren ladrones a su casa si sabe la hora en que llegarán esos ladrones. Cuidad también de vosotros mismos, porque en el momento en que menos lo penséis y en la forma que menos sospechéis, el Hijo del Hombre partirá».
Los doce permanecieron sentados en silencio por varios minutos. Algunas de estas advertencias las habían oído antes, pero no dentro del marco que se les presentaba en esta ocasión.