Mientras los apóstoles bautizaban a los creyentes, el Maestro hablaba con los que se quedaban allí. Y cierto joven le dijo: «Maestro, mi padre murió dejándonos muchas propiedades a mí y a mi hermano, pero mi hermano se niega a darme lo que es mío. ¿Quieres tú pues ordenar a mi hermano que comparta esta herencia conmigo?» Jesús se indignó ligeramente de que este joven de mentalidad material trajera a colación tal cuestión de negocios; pero aprovechó la ocasión para impartir una enseñanza ulterior. Dijo Jesús: «Hombre, ¿quién me ha puesto de divisor entre vosotros? ¿De dónde sacaste la idea de que yo me ocupo de los asuntos materiales de este mundo?» Luego, volviéndose a los que estaban a su alrededor, dijo: «Cuidaos, guardaos de la codicia; la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posea. La felicidad no viene del poder de la riqueza, el gozo no surge de la riqueza. La riqueza en sí no es una maldición, pero el amor a la riqueza muchas veces conduce a una devoción tal por las cosas de este mundo, que el alma se enceguece a las bellas atracciones de las realidades espirituales del reino de Dios en la tierra y al regocijo de la vida eterna en el cielo.
«Os contaré la historia de cierto rico cuya tierra había producido mucho; cuando se volvió muy rico, empezó a pensar dentro de sí, diciendo: ‘¿Qué haré con todas mis riquezas? Ahora tengo tanto que no tengo dónde almacenar mi riqueza’. Y después de meditar sobre este problema, se dijo: ‘Esto haré; derribaré mis graneros, y los edificaré más grandes, y así tendré lugar abundante para almacenar mis frutos y mis bienes. Diré luego a mi alma: alma, muchas riquezas tienes guardadas por muchos años; ahora pues reposa; come, bebe y regocíjate, porque eras rica y tienes muchos bienes’.
«Pero este hombre rico también era necio. Al preocuparse por los asuntos materiales de su mente y cuerpo, se había olvidado de almacenar tesoros en el cielo para satisfacción del espíritu y salvación del alma. Tampoco pudo gozar del placer de consumir su riqueza acumulada porque esa noche misma su alma fue llamada. Esa noche llegaron unos bandidos que asaltaron su casa y lo mataron, y después de robar las cosas de sus graneros, los incendiaron para que nada quedara. Y lo que los ladrones no se llevaron de la propiedad se disputaron sus herederos. Este hombre acumuló sus tesoros en la tierra, pero no fue rico para con Dios».
Así trató Jesús al joven y su herencia porque sabía que su problema era la codicia. Si este no hubiese sido el caso, el Maestro no habría interferido, porque él nunca se metía en los asuntos temporales ni siquiera de sus apóstoles, y mucho menos de sus discípulos.
Cuando Jesús hubo terminado su relato, otro se levantó y le preguntó: «Maestro, sé que tus apóstoles han vendido todas sus posesiones terrenales para seguirte y que tienen todas las cosas en común tal como lo hacen los esenios, pero ¿es que quieres que todos nosotros, tus discípulos, hagamos lo mismo? ¿Es acaso pecado poseer riqueza honesta?» Y Jesús respondió a esta pregunta: «Amigo mío, no es pecado poseer riquezas honorables; pero lo es si conviertes la riqueza de las posesiones materiales en tesoros que absorban tus intereses y desvíen tu afecto de la devoción a los asuntos espirituales del reino. No hay pecado ninguno en tener posesiones honestas en la tierra, siempre y cuando tu tesoro esté en el cielo, porque donde esté tu tesoro, allí también estará tu corazón. Hay una gran diferencia entre la riqueza que conduce a la avaricia y al egoísmo y la que tienen y dispensan en espíritu de fideicomiso los que tienen abundancia de bienes mundanos, y que tan generosamente contribuyen a mantener a los que dedican todas sus energías al trabajo del reino. Muchos de entre vosotros que estáis aquí sin dinero, recibís comida y albergue en la ciudad de tiendas, gracias a las contribuciones de hombres y mujeres generosos, de buena posición, que son dadas para estos fines a vuestro anfitrión, David Zebedeo.
«Pero, no olvidéis jamás que, después de todo, la riqueza no perdura. El amor por la riqueza ofusca demasiado a menudo, aun destruye, la visión espiritual. No dejéis de reconocer el peligro de que la riqueza se vuelva en vez de vuestro siervo vuestro amo».
Jesús no enseñó ni propició la negligencia, el ocio, ni la indiferencia en proveer las necesidades físicas para la familia; tampoco aconsejó depender de la limosna. Pero sí enseñó que las cosas materiales y temporales deben estar subordinadas al bienestar del alma y al progreso de la naturaleza espiritual en el reino del cielo.
Luego, mientras la gente bajó al río para presenciar el bautismo, el primer joven vino a ver en privado a Jesús para hablar de su herencia, porque le parecía que Jesús lo había tratado con cierta dureza; y cuando el Maestro le escuchó nuevamente, contestó: «Hijo mío, ¿por qué pierdes la oportunidad de comer el pan de la vida en un día como éste, cuando de veras podrías satisfacer tu avaricia? ¿Acaso no sabes que las leyes judías de la herencia serán administradas con justicia si compareces con tu queja ante el tribunal de la sinagoga? ¿Acaso no puedes ver que mi obra tiene que ver con asegurarme de que tú sepas sobre tu herencia celestial? No has leído en la Escritura: ‘Hay el que acumula riquezas con avaricia y sacrificio, y ésta es la porción de su recompensa: cuando dice, ya hallé reposo y ahora podré comerme mis bienes, pero no sabe lo que el tiempo le traerá, y que también deberá abandonar todas estas cosas a otros, cuando muera’. Acaso no has leído el mandamiento: ‘No codiciarás’. Y nuevamente: ‘Ellos comieron y se llenaron y engordaron, y luego se volvieron hacia otros dioses’. Has leído en los Salmos que ‘el Señor odia a los codiciosos’ y que ‘mejor es lo poco del justo, que las riquezas de muchos protervos’. ‘Si se aumentan las riquezas, no pongas el corazón en ellas’. Has leído lo que dice Jeremías: ‘Que no se alabe el rico en sus riquezas’; y Ezequiel habló la verdad cuando dijo: ‘sus labios hablan de amor, pero el corazón de ellos anda en pos de su avaricia».
Jesús despidió pues al joven, diciéndole: «Hijo mío, ¿de qué te valdrá ganar el mundo entero si pierdes tu propia alma?»
A otro que estaba cerca y que preguntó a Jesús cómo serían juzgados los ricos el día del juicio, él respondió: «Yo no he venido para juzgar ni a ricos ni a pobres, pero la vida que viven los hombres será el juez de todos. Aparte de cualquier otra cosa que concierna a los ricos en el juicio, los que adquieren grandes riquezas deben responder por lo menos tres preguntas, y estas preguntas son:
«1. ¿Cuánta riqueza has acumulado?
«2. ¿De qué manera conseguiste esta riqueza?
«3. ¿Cómo usaste tu riqueza?»
Luego Jesús fue a su tienda para descansar un rato antes de la cena. Cuando los apóstoles terminaron de bautizar, también volvieron y querían hablar con él sobre la riqueza en la tierra y los tesoros en el cielo, pero él estaba dormido.