A mediados de enero, se habían reunido más de mil doscientas personas en Pella, y Jesús enseñaba a esta multitud por lo menos una vez cada día cuando se encontraba en el campamento, hablando generalmente a las nueve de la mañana si no se lo impedía la lluvia. Pedro y los demás apóstoles enseñaban todas las tardes. Jesús reservaba las noches para las sesiones usuales de preguntas y respuestas con los doce y otros discípulos avanzados. Los grupos nocturnos eran, término medio, de unos cincuenta.
A mediados del mes de marzo, época en la que inició Jesús su viaje hacia Jerusalén, más de cuatro mil personas componían el amplio público que escuchaba la prédica de Jesús o de Pedro cada mañana. El Maestro decidió poner fin a su obra en la tierra en el momento en que el interés en su mensaje alcanzaba una cumbre, la más alta cumbre de esta segunda fase, fase no milagrosa, del progreso del reino. Aunque tres cuartos de los integrantes de la multitud eran buscadores de la verdad, también había gran número de fariseos de Jerusalén y de otras partes, juntamente con muchas personas dudosas y cavilosas.
Jesús y los doce apóstoles dedicaron mucho de su tiempo a la multitud reunida en el campamento de Pella. Los doce casi no prestaron atención al trabajo en el terreno, limitándose a acompañar a Jesús de vez en cuando para visitar a los asociados de Abner. Abner conocía muy bien el distrito de Perea, puesto que éste fue el terreno en el cual su maestro anterior, Juan el Bautista, había realizado la mayor parte de su obra. Después del comienzo de la misión de Perea, Abner y los setenta no volvieron nunca más al campamento de Pella.