Se había dispuesto que Jesús se alojara con Lázaro y sus hermanas en la casa de un amigo, mientras los apóstoles se dispersaban aquí y allá en pequeños grupos, habiéndose tomado estas precauciones porque las autoridades judías estaban nuevamente planeando en forma audaz arrestarlo.
Por muchos años había sido costumbre de estos tres abandonar toda tarea para escuchar las enseñanzas de Jesús cada vez que él los visitaba. Desde la muerte de sus padres, Marta había tomado la responsabilidad del hogar, y por consiguiente en esta ocasión, mientras Lázaro y María se sentaban a los pies de Jesús, bebiendo de sus enseñanzas refrescantes, Marta preparó la cena. Es necesario explicar que Marta tendía a distraerse innecesariamente en numerosas tareas inútiles, y acabar agobiada de trabajos triviales. Ésa era su forma de ser.
Mientras Marta se atareaba en estos supuestos deberes, le perturbaba el hecho de que María nada hiciera por ayudarla. Por lo tanto, fue adonde Jesús y dijo: «Maestro, ¿acaso te tiene sin cuidado que mi hermana me haya abandonado con todas las tareas por hacer? ¿No quieres mandarla que venga y me ayude?» Jesús respondió: «Marta, Marta, ¿por qué estás siempre tan ansiosa por tantas cosas y te preocupas por tantos pormenores? Sólo una cosa vale verdaderamente la pena, y puesto que María ha elegido esta cosa buena y necesaria, no se la quitaré. Pero, ¿cuándo aprenderéis ambas a vivir como os he enseñado: sirviendo ambas en cooperación y ambas refrescando vuestra alma al unísono? ¿Acaso no podéis aprender que hay una hora para todo—que los asuntos menores de la vida deben hacerse a un lado ante las grandes cosas del reino celestial?»