Tan sólo hay dos maneras en las que los mortales pueden convivir: la manera material o animal y la manera espiritual o humana. Por medio de signos y sonidos, los animales pueden comunicarse entre ellos en una forma limitada. Pero estas formas de comunicación no transmiten significados, valores ni ideas. La única diferencia entre el hombre y el animal es de que el hombre puede comunicarse con sus semejantes mediante símbolos que por supuesto designan e identifican significados, valores, ideas y aun ideales.
Puesto que los animales no pueden comunicarse ideas, no pueden desarrollar una personalidad. El hombre desarrolla la personalidad, porque puede comunicarse de esta manera con sus semejantes tanto sobre ideas como sobre ideales.
Es esta habilidad de comunicar y compartir significados lo que constituye la cultura humana y permite al hombre, a través de las asociaciones sociales, erigir civilizaciones. El conocimiento y la sabiduría se tornan cumulativos debido a la habilidad del hombre de comunicar estas posesiones a las generaciones sucesivas. De esta manera surgen las actividades culturales de la raza: el arte, la ciencia, la religión y la filosofía.
La comunicación simbólica entre los seres humanos predetermina la aparición de los grupos sociales. El más eficaz de todos los grupos sociales es la familia, más específicamente los dos padres. El afecto personal es el lazo espiritual que mantiene la unidad de estas asociaciones materiales. Una relación tan eficaz también es posible entre dos personas del mismo sexo, tal como se ha ilustrado tan abundamente en la devoción de las verdaderas amistades.
Estas asociaciones de amistad y afecto mutuo son socializantes y ennoblecedoras porque fomentan y facilitan los siguientes factores esenciales de los niveles más elevados del arte del vivir:
1. La autoexpresión y la autocomprensión mutuas. Muchos nobles impulsos humanos perecen porque no hay nadie que escuche su expresión. De veras, no es bueno para el hombre estar solo. Cierto grado de aprobación y cierta cantidad de apreciación son esenciales para el desarrollo del carácter humano. Sin el amor genuino del hogar, ningún niño puede lograr el desarrollo pleno de un carácter normal. El carácter es algo más que mente y sentimiento moral. De todas las relaciones sociales calculadas para desarrollar el carácter, la más eficaz e ideal es la amistad afectuosa y comprensiva del hombre y la mujer en el abrazo mutuo del matrimonio inteligente. El matrimonio, con sus múltiples relaciones, es el mejor medio para traer a la superficie esos preciosos impulsos y esos motivos más elevados que son indispensables para el desarrollo de un carácter fuerte. No vacilo en glorificar así la vida familiar porque vuestro Maestro eligió sabiamente la relación padre-hijo como la piedra angular misma de su nuevo evangelio del reino. Y tal incomparable comunidad de relación, el hombre y la mujer en el abrazo afectuoso que expresa los más altos ideales del tiempo, es una experiencia tan valiosa y satisfactoria que para obtenerla vale la pena cualquier precio, cualquier sacrificio.
2. La unión de las almas—la movilización de la sabiduría. Todo ser humano adquiere, tarde o temprano, cierto concepto de este mundo y cierta visión del próximo. Ahora bien, es posible, a través de la asociación de las personalidades, unificar estos conceptos de la existencia temporal y de las perspectivas eternas. De este modo la mente de uno aumenta sus valores espirituales porque gana mucho del entendimiento del otro. Así pues, los hombres enriquecen su alma aunando sus respectivas posesiones espirituales. De esta manera, también consigue el hombre escapar de la siempre presente tendencia a caer víctima de una visión distorsionada, un punto de vista prejuiciado y una estrechez de juicio. El temor, la envidia y el engreimiento pueden ser prevenidos únicamente mediante el contacto íntimo con otras mentes. Llamo vuestra atención sobre el hecho de que el Maestro no os envía jamás solos a trabajar para la expansión del reino; siempre os envía de a dos. Y puesto que la sabiduría es superconocimiento, es lógico deducir que, en la unión de la sabiduría, el grupo social, pequeño o grande, comparte mutuamente todo conocimiento.
3. El entusiasmo por el vivir. El aislamiento tiende a agotar la carga de energía del alma. La asociación con los semejantes es esencial para mantener el entusiasmo por la vida, e indispensable para alimentar la valentía necesaria en las batallas inherentes a la ascensión a los niveles más altos del vivir humano. La amistad intensifica el gozo y glorifica los triunfos de la vida. Las asociaciones humanas amantes e íntimas tienden a liberar al sufrimiento de su pesadumbre y a la dificultad de mucho de su amargura. La presencia de un amigo aumenta toda belleza y exalta toda bondad. Por medio de símbolos inteligentes, el hombre es capaz de acelerar y ampliar la capacidad de apreciación de sus amigos. Una de las glorias máximas de la amistad humana es este poder y posibilidad de estimulación mutua de la imaginación. Hay gran poder espiritual inherente en la conciencia de una devoción absoluta a una causa común, la lealtad mutua a una Deidad cósmica.
4. El aumento de la defensa contra todo mal. La asociación de las personalidades y el afecto mutuo es un seguro eficiente contra el mal. Las dificultades, la pesadumbre, el desencanto, y la derrota son más dolorosos y desalentadores cuando se los sufre a solas. La asociación no transforma el mal en rectitud, pero mucho contribuye a mitigar el golpe. Dijo vuestro Maestro: «Bienaventurados serán los que están de luto»—si hay un amigo cerca que los consuele. Hay una fuerza positiva en el conocimiento de que vives para el bienestar de otros, y que estos otros, del mismo modo, viven para tu bienestar y adelanto. El hombre languidece en el aislamiento. Los seres humanos infaliblemente se desalientan cuando ven únicamente las transacciones transitorias del tiempo. El presente, cuando está divorciado del pasado y del futuro, se torna exasperantemente trivial. Tan sólo una vislumbre del círculo de la eternidad puede inspirar al hombre a dar lo mejor de sí mismo y llevar lo mejor que hay en él a su máxima expresión. Y cuando el hombre de este modo llega a su mejor potencial, vive de la manera más generosa para el bien de los demás, de sus semejantes transeúntes en el tiempo y en la eternidad.
Repito: una asociación tan inspiradora y ennoblecedora encuentra sus posibilidades ideales en la relación humana del matrimonio. Es verdad que mucho se obtiene fuera del matrimonio, y muchos, muchos matrimonios fracasan completamente en producir estos frutos morales y espirituales. Demasiadas veces contraen matrimonio aquellos que buscan otros valores, más bajos que estas características superiores de la madurez humana. El matrimonio ideal debe ser fundado en algo más estable que las fluctuaciones del sentimiento y la transitoriedad de la mera atracción sexual; debe basarse en la devoción personal genuina y mutua. Así pues, si podéis fomentar estas pequeñas unidades tan confiables y eficaces de asociación humana, cuando éstas se reúnan en un todo, el mundo contemplará una estructura social grande y glorificada, la civilización de madurez mortal. Tal raza podría comenzar a realizar algo del ideal de vuestro Maestro de «paz en la tierra y buena voluntad entre los hombres». Aunque tal sociedad no sería perfecta ni estaría enteramente libre del mal, se acercaría por lo menos a la estabilización de la madurez.