Jesús fue a Gamala para visitar a Juan y a los que trabajaban con él en ese lugar. Esa noche, después de la sesión de preguntas y respuestas, Juan le dijo a Jesús: «Maestro, ayer fui a Astarot para ver a un hombre que enseñaba en tu nombre y aun proclamaba que puede echar a los diablos. Pero este hombre no ha estado nunca con nosotros, ni tampoco nos sigue; por consiguiente, le prohibí hacer semejantes cosas». Entonces dijo Jesús: «No se lo prohíbas. ¿No percibes acaso que pronto este evangelio del reino será proclamado en todo el mundo? ¿Cómo puedes esperar que todos los que crean en el evangelio se sometan a tu dirección? Regocíjate de que ya nuestras enseñanzas hayan comenzado a manifestarse más allá de los límites de nuestra influencia personal. ¿Acaso no ves, Juan, que los que profesan hacer grandes obras en mi nombre llegarán a apoyar nuestra causa? Por cierto no se pondrán a hablar mal de mí. Hijo mío, en estos asuntos, es mejor que pienses que el que no está contra nosotros está a nuestro favor. En las generaciones venideras, muchos habrá que, sin ser enteramente merecedores, harán muchas cosas extrañas en mi nombre pero yo no lo prohibiré. Yo te digo que, cada vez que alguien dé una vasija de agua fría a un alma sedienta, los mensajeros del Padre siempre anotarán ese servicio de amor».
Esta instrucción dejó a Juan grandemente perplejo. ¿Acaso no había oído decir al Maestro: «El que no está conmigo está en contra de mí?» Él no percibía que, en este caso, Jesús se refería a la relación personal del hombre con las enseñanzas espirituales del reino, mientras que en el otro, había hecho referencia a las vastas relaciones sociales exteriores de los creyentes, relacionadas con cuestiones de control administrativo y jurisdicción de un grupo de creyentes sobre el trabajo de otros grupos, que finalmente integrarán la hermandad mundial venidera.
Pero Juan relató muchas veces esta experiencia en relación con sus labores subsiguientes en nombre del reino. Sin embargo, los apóstoles muchas veces se ofendieron con los que se atrevían a enseñar en nombre del Maestro. Siempre les pareció inapropiado que los que no se habían sentado nunca a los pies de Jesús, se atrevieran a enseñar en su nombre.
Este hombre a quien Juan prohibió enseñar y trabajar en nombre de Jesús, no acató la orden del apóstol. Siguió laborando en Canata hasta reunir un grupo considerable de creyentes, luego prosiguió hasta Mesopotamia. Este hombre, Aden, había sido conducido a la fe en Jesús por el testimonio del demente a quien Jesús curara cerca de Queresa, aquel que creía firmemente que los supuestos espíritus malignos que el Maestro había echado de él, habían invadido la manada de cerdos arrastrándolos al precipicio y a su destrucción.