Jesús y los apóstoles permanecieron otro día en la casa de Celsus, esperando a los mensajeros con algún dinero, enviados por David Zebedeo. Después del colapso de la popularidad de Jesús, los ingresos disminuyeron considerablemente. Cuando llegaron a Cesarea de Filipo, el tesoro estaba vacío. Mateo no quería abandonar a Jesús y a sus hermanos en ese momento, y no disponía de fondos propios para entregar a Judas, como lo había hecho tantas veces anteriormente. Sin embargo, David Zebedeo previó esta probable disminución de los ingresos; por lo tanto instruyó a sus mensajeros que, mientras se abrían camino a través de Judea, Samaria y Galilea, actuaran como recolectores de dinero para llevarlo a los apóstoles y a su Maestro exiliados. Así pues, por la noche de ese día, los mensajeros llegaron de Betsaida trayendo fondos suficientes para el sostén de los apóstoles hasta su retorno, antes de embarcarse en la gira por la Decápolis. Mateo calculaba que para entonces tendría un dinero proveniente de la venta de su última propiedad en Capernaum y ya había dispuesto que ese dinero fuera entregado anónimamente a Judas.
Ni Pedro ni los demás apóstoles tenían un concepto adecuado de la divinidad de Jesús. Apenas si comprendían que éste era el comienzo de una nueva época en la carrera terrenal de su Maestro, el tiempo en que el instructor-curador se transformaría en el Mesías según un nuevo concepto—el Hijo de Dios. De ahí en adelante apareció en el mensaje del Maestro una nueva nota. De aquí en adelante su único ideal del vivir fue la revelación del Padre, y la única idea en enseñar, la de presentar a su universo la personificación de esa sabiduría suprema que tan sólo puede ser comprendida si se la vive. Él vino, para que podamos tener vida y tenerla más abundantemente.
Ya pues entraba Jesús en la cuarta y última etapa de su vida humana en la carne. La primera etapa fue la de su niñez, un período en el que tan sólo tenía una conciencia nebulosa de su origen, naturaleza y destino como ser humano. La segunda etapa correspondió a los años de desarrollo de la autoconciencia, su juventud y su ingreso en la edad adulta, durante la cual comprendió más claramente su naturaleza divina y su misión humana. Esta segunda etapa finalizó con las experiencias y revelaciones asociadas con su bautismo. La tercera etapa de la experiencia terrenal del Maestro se extendió desde el bautismo, a través de los años de su ministerio como Maestro y curador, hasta el momento importante de la confesión de fe de Pedro, en Cesarea de Filipo. Este tercer período de su vida terrenal comprendió la época en que sus apóstoles y seguidores inmediatos le conocieron como el Hijo del Hombre y le consideraron el Mesías. El cuarto y último período de su carrera terrenal comenzó aquí, en Cesarea de Filipo, continuando hasta la crucifixión. Esta etapa de su ministerio fue caracterizada por su reconocimiento de una divinidad, y comprendió las labores de su último año en la carne. Durante este cuarto período, aunque la mayoría de sus seguidores aún le consideraban el Mesías, fue conocido por los apóstoles como el Hijo de Dios. La confesión de Pedro marcó el comienzo de un nuevo período de mayor comprensión de la verdad de su ministerio supremo para todo un universo como Hijo autootorgador en Urantia, y el reconocimiento de ese hecho, por lo menos en forma nebulosa, por parte de sus embajadores elegidos.
Así pues ejemplificó Jesús en su vida lo que enseñó en su religión: el crecimiento de la naturaleza espiritual mediante la técnica del progreso del vivir. No hizo hincapié, aunque sí lo hicieron sus seguidores más adelante, sobre la lucha incesante entre el alma y el cuerpo. Más bien enseñó que el espíritu vencerá fácilmente a los dos y reconciliará eficaz y provechosamente muchos de los elementos de esta guerrilla entre intelecto e instinto.
A partir de este momento se vincula una nueva significación a todas las enseñanzas de Jesús. Antes de Cesarea de Filipo, él explicó el evangelio del reino presentándose como su instructor principal. Después de Cesarea de Filipo, ya no apareció meramente como maestro, sino como representante divino del Padre eterno que es el centro y circunferencia de este reino espiritual; y fue necesario que hiciera todo esto como ser humano, como el Hijo del Hombre.
Jesús había intentado sinceramente conducir a sus seguidores al reino espiritual actuando como instructor, luego como instructor-curador, pero no hubo caso. Bien sabía que su misión en la tierra no podría de ninguna manera satisfacer las expectativas mesiánicas del pueblo judío; los antiguos profetas habían concebido a un Mesías que él jamás podría ser. Intentó establecer el reino de su Padre actuando como Hijo del Hombre, pero sus seguidores no pudieron seguirlo en esa senda. Jesús viendo esto, decidió pues salir al encuentro de sus creyentes, preparándose así para asumir abiertamente el papel de Hijo de Dios autootorgador.
Por lo tanto, este día en el jardín, los apóstoles escucharon de Jesús muchas cosas nuevas. Algunas de sus declaraciones les resultaban extrañas aun a ellos. Entre otros anuncios sorprendentes escucharon declaraciones como las siguientes:
«De ahora en adelante, si un hombre quiere asociarse con nosotros, que cargue con las obligaciones de la filiación y que me siga. Cuando ya no esté con vosotros, no penséis que el mundo os tratará mejor de lo que trató a vuestro Maestro. Si me amáis, preparaos para poner a prueba este afecto mediante vuestra disposición a hacer el sacrificio supremo».
«Y prestad oído a mis palabras: no he venido para llamar a los rectos, sino a los pecadores. El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para otorgar su vida como don para todos. Yo os declaro que he venido para buscar y salvar a los que están perdidos».
«En este mundo ningún hombre ve al Padre ahora, excepto el Hijo que vino del Padre. Pero si el Hijo es elevado, atraerá a todos los hombres hacia él, y el que crea esta verdad de la naturaleza combinada del Hijo, tendrá una vida más perdurable, una vida que transcenderá las edades».
«Aún no podemos proclamar abiertamente que el Hijo del Hombre es el Hijo de Dios, pero esto ya os ha sido revelado; por eso os hablo audazmente en cuanto a estos misterios. Aunque estoy ante vosotros en esta presencia física, he venido de Dios el Padre. Antes de que Abraham fuese, yo soy. Yo he venido del Padre a este mundo así como me habéis conocido, y os declaro que pronto debo partir de este mundo y retornar a la obra de mi Padre».
«Ahora pues, ¿puede comprender vuestra fe la verdad de estas declaraciones, si tenéis presente mi advertencia de que el Hijo del Hombre no satisfacerá las expectativas de vuestros antepasados y de su concepto del Mesías? Mi reino no es de este mundo. ¿Podéis creer la verdad sobre mí, si tenéis presente que los zorros tienen guaridas y las aves del cielo nidos, pero yo no tengo dónde recostar la cabeza?»
«Sin embargo, yo os digo que el Padre y yo somos uno. El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. Mi Padre trabaja conmigo en todas estas cosas, y jamás me dejará solo en mi misión, así como yo nunca os abandonaré cuando finalmente salgáis para proclamar este evangelio por todo el mundo.
«Así pues, os he traído aquí conmigo y os he pedido que os apartéis a solas un corto período para que podáis comprender la gloria, entender la grandeza, de la vida a la cual os he llamado: la fe-aventura del establecimiento del reino de mi Padre en el corazón de la humanidad, la construcción de mi hermandad de asociación viviente con las almas de todos los que creen en este evangelio».
Los apóstoles escucharon en silencio estas declaraciones audaces y sorprendentes; estaban pasmados. Se dispersaron luego en pequeños grupos para reflexionar y comentar las palabras del Maestro. Habían confesado que él era el Hijo de Dios, pero no podían captar plenamente el significado de lo que habían sido conducidos a hacer.