Desde el 11 de julio hasta el 24 de julio enseñaron en Tiro. Cada uno de los apóstoles se llevó a uno de los evangelistas, y así de dos en dos enseñaron y predicaron en todas partes de Tiro y sus alrededores. La población políglota de este activo puerto marítimo los escuchaba con regocijo, y muchos fueron bautizados en la hermandad exterior del reino. Jesús estableció su cuartel general en la casa de un judío denominado José, un creyente, que vivía unos cinco o seis kilómetros al sur de Tiro, no lejos de la tumba de Hiram, que había sido rey de la ciudad-estado de Tiro en la era de David y Salomón.
Todos los días, durante este período de dos semanas, los apóstoles y evangelistas entraban a Tiro por el muelle de Alejandro para dirigir pequeñas reuniones, y todas las noches la mayoría de ellos retornaba al campamento en la casa de José al sur de la ciudad. Todos los días los creyentes salían de la ciudad para hablar con Jesús en su lugar de descanso. El Maestro habló en Tiro sólo una vez, en la tarde del 20 de julio, cuando enseñó a los creyentes sobre el amor del Padre por toda la humanidad y sobre la misión del Hijo de revelar el Padre a todas las razas humanas. Había tanto interés en el evangelio del reino entre estos gentiles que, en esta ocasión, se le abrieron las puertas del templo de Melcart, y es interesante notar que en años subsiguientes se construyó una iglesia cristiana en el mismo sitio del antiguo templo.
Muchos de los dirigentes de la industria de la púrpura de Tiro, el colorante que hiciera famosas a Tiro y Sidón en todo el mundo, y que tanto contribuyó a su comercio mundial y consiguiente enriquecimiento, creían en el reino. Cuando, poco tiempo después, comenzó a disminuir la población de los animales marinos de los que se extraía este colorante, los fabricantes de colorante salieron en busca de estos mariscos en otros lugares. Y emigrando así hasta los fines de la tierra, llevaron con ellos el mensaje de la paternidad de Dios y de la hermandad del hombre—el evangelio del reino.