Así pues, mientras pausaban a la sombra de la colina, Jesús continuó enseñándoles sobre la religión del espíritu, diciendo en substancia:
Habéis salido de entre aquellos de vuestros semejantes que se quedan satisfechos con una religión de la mente, ansían la seguridad y prefieren el conformismo. Habéis elegido cambiar vuestros sentimientos de seguridad autoritaria por la seguridad del espíritu de fe progresiva y aventurosa. Habéis osado protestar contra la esclavitud abrumadora de la religión institucional y rechazar la autoridad de las tradiciones registradas que ahora se consideran la palabra de Dios. Nuestro Padre en efecto habló a través de Moisés, Elías, Isaías, Amós y Oseas. Pero no cesó de ministrar palabras de verdad al mundo cuando estos profetas de la antigua edad dejaron de pronunciarlas. Mi Padre no hace acepción de razas ni de generaciones, no vierte la palabra de la verdad sobre una era y se niega a concederla a otra. No cometáis la locura de llamar divino lo que es completamente humano, y no dejéis de discernir las palabras de la verdad que no vienen a través de los oráculos tradicionales de la supuesta inspiración.
Os he llamado para que renazcáis, para que nazcáis del espíritu. Os he llamado de las tinieblas de la autoridad y de la letargia de la tradición a la luz trascendental de la comprensión de la posibilidad de hacer por vosotros mismos el más grande descubrimiento posible para el alma humana—la excelsa experiencia de encontrar a Dios por vosotros mismos, en vosotros mismos y de vosotros mismos, y de hacer todo esto como un hecho de vuestra experiencia personal. Así pues podréis pasar desde la muerte a la vida, desde la autoridad de la tradición a la experiencia de conocer a Dios; así pasaréis de las tinieblas a la luz, de la fe racial heredada a una fe personal alcanzada por experiencia real; y así progresaréis de una teología de la mente traspasada por vuestros antepasados a una verdadera religión del espíritu que será construida en vuestras almas como dote eterna.
Vuestra religión cambiará de la mera creencia intelectual en la autoridad tradicional a la experiencia real de esa fe viviente que es capaz de alcanzar la realidad de Dios y todo lo que se relaciona con el espíritu divino del Padre. La religión de la mente os vincula sin esperanzas al pasado; la religión del espíritu consiste en la revelación progresiva y os llama constantemente a alcances más altos y santos en ideales espirituales y en realidades eternas.
Aunque la religión de autoridad pueda impartir un sentimiento inmediato de seguridad establecida, pagáis por esa satisfacción pasajera el precio de la pérdida de vuestra libertad espiritual y religiosa. Mi Padre no requiere de vosotros como precio para entrar al reino del cielo que os forcéis a suscribiros a una creencia en cosas que son espiritualmente repugnantes, profanas y falsas. No se os requiere que vuestro propio sentido de la misericordia, justicia y verdad sea ofendido por la sumisión a un sistema desgastado de formas y ceremonias religiosas. La religión del espíritu os deja por siempre libres para seguir la verdad, dondequiera os lleve la guía del espíritu. ¿Quién puede juzgar—tal vez este espíritu tenga algo que impartir a esta generación que otras generaciones se han negado a escuchar?
¡Vergüenza deberían tener esos falsos instructores religiosos que arrastran almas hambrientas de vuelta al oscuro y distante pasado y allí las dejan! Así pues estas desafortunadas personas están destinadas a asustarse de todo nuevo descubrimiento, y a desconcertarse ante toda nueva revelación de la verdad. El profeta que dijo: «Aquel cuyo pensamiento persevera en Dios será conservado en paz perfecta» no era un simple creyente intelectual en la teología autoritaria. Este ser humano conocedor de la verdad había descubierto a Dios; no estaba meramente hablando sobre Dios.
Os advierto que abandonéis la práctica de citar constantemente a los profetas del pasado y de alabar a los héroes de Israel; aspirad más bien a tornaros profetas vivientes del Altísimo y héroes espirituales del reino venidero. Honrar a los antiguos líderes conocedores de Dios indudablemente puede ser algo que vale la pena, pero ¿por qué, al hacerlo, debéis sacrificar la experiencia suprema de la existencia humana: encontrar a Dios por vosotros mismos y conocerle en vuestra propia alma?
Cada raza de la humanidad tiene su propio enfoque mental sobre la existencia humana; por consiguiente, la religión de la mente siempre debe ser fiel a estos varios puntos de vista raciales. Las religiones de autoridad no pueden jamás llegar a la unificación. La unidad humana y la hermandad de los mortales pueden ser alcanzadas tan sólo por la superdote de la religión del espíritu y a través de ésta. Las mentes raciales pueden diferir, pero la humanidad toda está habitada por el mismo espíritu divino y eterno. La esperanza de la hermandad humana tan sólo puede realizarse cuando y a medida que la ennoblecedora y unificante religión del espíritu—la religión de la experiencia personal espiritual– las impregne y las eclipse las religiones mentales de autoridad divergentes.
Las religiones de autoridad tan sólo pueden dividir a los hombres y ponerlos en orden de batalla consciente, los unos contra los otros; la religión del espíritu atraerá progresivamente a los hombres unos a los otros y hará que se tornen compasivamente comprensivos los unos de los otros. Las religiones de autoridad requieren de los hombres una uniformidad en la creencia, pero esto es imposible de lograr en el presente estado del mundo. La religión del espíritu requiere tan sólo unidad de experiencia—uniformidad de destino– permitiendo la plena diversidad de la creencia. La religión del espíritu requiere solamente uniformidad de discernimiento, no uniformidad de punto de vista ni de opinión. La religión del espíritu no exige uniformidad de puntos de vista intelectuales, tan sólo unidad de sentimientos espirituales. Las religiones de autoridad se cristalizan en credos sin vida; la religión del espíritu crece en el regocijo y libertad en aumento en las acciones ennoblecedoras de servicio amante y ministración misericordiosa.
Pero cuidaos de considerar con desdén a los hijos de Abraham, porque hayan caído en estos malos tiempos de esterilidad tradicional. Nuestros antepasados se dedicaron de lleno a la búsqueda persistente y apasionada de Dios, y lo encontraron como ninguna otra raza humana lo ha conocido desde los tiempos de Adán, quien mucho sabía de todo esto puesto que él mismo era Hijo de Dios. Mi Padre no ha dejado de apreciar la larga e incansable lucha de Israel por encontrar a Dios y conocer a Dios desde los días de Moisés. Durante largas generaciones, los judíos no han dejado de trabajar, sudar, luchar, penar y soportar los sufrimientos y experimentar las pesadumbres de un pueblo despreciado y mal comprendido, todo ello para acercarse un poco más al descubrimiento de la verdad sobre Dios. A pesar de todos los fracasos y errores de Israel, nuestros antepasados, desde Moisés hasta los tiempos de Amós y Oseas, revelaron cada vez más para todo el mundo una imagen cada vez más clara y más verdadera del Dios eterno. Así pues fue preparado el camino para la revelación aún más grande del Padre que vosotros habéis sido llamados a compartir.
No olvidéis jamás que hay tan sólo una aventura que es más satisfactoria y emocionante que el intento de descubrir la voluntad del Dios vivo, y ésa es la experiencia suprema de tratar honestamente de hacer la voluntad divina. No dejéis de recordar que la voluntad de Dios puede cumplirse en cualquier ocupación terrenal. No hay unas vocaciones que sean santas y otras que sean seculares. Todas las cosas son sagradas en la vida de los que son conducidos por el espíritu; o sea, subordinados a la verdad, ennoblecidos por el amor, dominados por la misericordia, y controlados por la ecuanimidad—la justicia. El espíritu que mi Padre y yo enviaremos al mundo es no solamente el Espíritu de la Verdad, sino también el espíritu de la belleza idealista.
Debéis dejar de buscar la palabra de Dios tan sólo en las páginas de los viejos libros de la autoridad teológica. Los que han nacido del espíritu de Dios de ahora en adelante discernirán la palabra de Dios sea donde fuere que ésta parezca originarse. La verdad divina no debe ser desechada porque el canal de su transmisión sea aparentemente humano. Muchos de vuestros hermanos aceptan la teoría de Dios con la mente pero espiritualmente no consiguen comprender la presencia de Dios. Ésta es justamente la razón por la cual tan a menudo os he enseñado que el reino del cielo puede ser comprendido mejor si se adquiere la actitud espiritual de un niño sincero. No es la inmadurez mental del niño la que os recomiendo, sino más bien la simpleza espiritual de un pequeño que cree con facilidad y confía plenamente. No es tan importante que conozcáis el hecho de Dios como que crezcáis cada vez más en la habilidad de sentir la presencia de Dios.
Cuando empecéis a encontrar a Dios en vuestra alma, pronto comenzaréis a descubrirlo en el alma de otros hombres y a su debido tiempo en todas las criaturas y creaciones de un poderoso universo. Pero ¿qué oportunidad tiene el Padre de aparecer como un Dios de lealtades supremas e ideales divinos en el alma de los hombres que dedican poco o ningún tiempo a la contemplación reflexiva de estas realidades eternas? Aunque la mente no es el asiento de la naturaleza espiritual, es por cierto la compuerta.
Pero no cometáis el error de tratar de probar a otros hombres que habéis encontrado a Dios; no podéis producir conscientemente tal prueba válida, aunque existen dos demostraciones positivas y poderosas del hecho de que conocéis a Dios. Éstas son:
1. Los frutos del espíritu de Dios que se muestran en vuestra vida rutinaria diaria.
2. El hecho de que todo el plan de vuestra vida ofrece una prueba positiva de que habéis arriesgado sin reserva todo lo que sois y tenéis, en la aventura de la supervivencia después de la muerte, en perseguir la esperanza de encontrar al Dios de la eternidad, cuya presencia habéis saboreado por anticipado en el tiempo.
Ahora bien, no os equivoquéis, mi Padre siempre responderá a la más débil llama de fe. Él presta atención a las emociones físicas y supersticiosas del hombre primitivo. Y con esas almas honestas pero temerosas, cuya fe es tan débil que no llega a ser mucho más que conformidad intelectual a una actitud pasiva de consentimiento a las religiones de autoridad, el Padre está siempre alerta para honrar y promover aun estos débiles intentos de llegar a él. Pero vosotros, que habéis sido llamados de las tinieblas a la luz, debéis creer con todo vuestro corazón; vuestra fe dominará las actitudes combinadas de cuerpo, mente y espíritu.
Sois mis apóstoles; y para vosotros la religión no se volverá un refugio teológico al que podáis huir cuando temáis enfrentaros con las duras realidades del progreso espiritual y de la aventura idealista; sino más bien, vuestra religión se tornará el hecho de la experiencia real que atestigua que Dios os ha encontrado, os ha idealizado, ennoblecido y espiritualizado, y que os habéis embarcado en la aventura eterna de encontrar a Dios, quien así os ha encontrado y os ha hecho sus hijos.
Y cuando Jesús terminó de hablar, llamó a Andrés con un gesto y, señalando hacia el oeste, hacia Fenicia, dijo: «Sigamos pues nuestro camino».
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