Cuando pusieron fin al campamento de Betsaida, la fama de Jesús, particularmente como curador, ya se había extendido a todas partes de Palestina y más allá hasta Siria y los países limítrofes. Durante semanas después de su partida de Betsaida siguieron llegando enfermos que al no encontrar al Maestro y al enterarse por David de donde había ido, salían en su búsqueda. Durante esta gira Jesús no realizó en forma deliberada ningún así llamado milagro de curación. Sin embargo, cientos de afligidos volvieron a encontrar su salud perdida y su felicidad como resultado del poder reconstituyente de la intensa fe que los impulsaba a buscar la curación.
Aproximadamente en la época de esta misión comenzaron a aparecer—y continuaron apareciendo a lo largo del resto de la vida de Jesús en la tierra– una serie de fenómenos peculiares e inexplicables de curación. En el curso de esta gira de tres meses más de cien hombres, mujeres y niños de Judea, Idumea, Galilea, Siria, Tiro y Sidón, y del otro lado del Jordán fueron beneficiados por esta curación inconsciente de Jesús y, al volver a sus hogares, contribuyeron a la expansión de la fama de Jesús. Esto lo hicieron a pesar de que Jesús cada vez que observaba uno de estos casos de curación espontánea, pedía a los beneficiarios que «no le dijeran nada a nadie».
No se nos reveló jamás exactamente qué ocurría en estos casos de curación espontánea o inconsciente. El Maestro nunca explicó a sus apóstoles cómo se efectuaban estas curaciones, excepto que en varias ocasiones simplemente dijo: «Percibo que el poder ha emanado de mí». En una ocasión observó, al tocar a un niño enfermo: «Percibo que la vida emanó de mí».
En ausencia de una declaración directa del Maestro sobre la naturaleza de estos casos de curación espontánea, sería presunción por nuestra parte tratar de explicar cómo se realizaban estas curaciones, pero es lícito que registremos nuestra opinión sobre estos fenómenos de curación. Creemos que muchos de estos milagros aparentes de curación que se produjeron en el curso del ministerio de Jesús en la tierra, fueron el resultado de la coexistencia de las siguientes tres influencias, poderosas, potentes y asociadas:
1. La presencia, en el corazón del ser humano, de una fe fuerte, dominadora y viva que buscaba con perseverancia la curación, juntamente con el deseo sincero de esa curación por sus beneficios espirituales más bien que para la restauración del bienestar puramente físico.
2. La existencia, concomitantemente con dicha fe humana, de la gran compasión y comprensión del Hijo Creador de Dios encarnado, dominado por la misericordia, quien realmente poseía en su persona poderes creadores de curación y prerrogativas casi ilimitados e incondicionadas por el tiempo.
3. Además de la fe de la criatura y la vida del Creador, también debemos notar que este Dios-hombre era la expresión personificada de la voluntad del Padre. Si, en el contacto de la necesidad humana con el poder divino capaz de satisfacer esa necesidad el Padre no deseaba lo contrario, los dos se volvían uno solo, y la curación ocurría inconscientemente para el Jesús humano, pero era inmediatamente reconocida por la naturaleza divina de Jesús. La explicación pues de muchos de estos casos de curación ha de buscarse en una gran ley que conocemos desde hace mucho tiempo, es decir: lo que el Hijo Creador desea y es voluntad del Padre eterno, SE REALIZA.
Es pues nuestra opinión que, ante la presencia personal de Jesús, ciertas formas de profunda fe humana literal y verdaderamente eran irresistibles a que se manifestara el poder curativo de ciertas fuerzas y personalidades creadoras del universo en ese momento íntimamente asociadas con el Hijo del Hombre. Se comprueba pues como hecho que Jesús frecuentemente permitía que los hombres, en su presencia, se curaran a sí mismos por medio de la poderosa fe personal de ellos.
Muchos otros buscaban la curación por motivos totalmente egoístas. Una viuda rica de Tiro vino con su séquito, para procurar la cura de sus enfermedades, que eran muchas; y siguió a Jesús por Galilea, ofreciéndole más y más dinero, como si el poder de Dios fuera algo que se vende al mejor postor. Pero ella no llegó nunca a interesarse en el evangelio del reino; tan sólo buscaba la curación de sus sufrimientos físicos.