En Ramá Jesús tuvo esa memorable conversación con el anciano filósofo griego que enseñaba que la ciencia y la filosofía bastaban para satisfacer las necesidades de la experiencia humana. Jesús escuchó con paciencia y simpatía a este maestro griego, aceptando la verdad de las muchas cosas que decía pero indicando, una vez que había terminado, que no había logrado explicar en su conversación sobre la existencia humana el «de dónde, por qué, y adonde», y agregó: «allí donde terminas tú, nosotros comenzamos. La religión es una revelación al alma humana que se refiere a las realidades espirituales que la mente por sí sola jamás podría descubrir ni desentrañar completamente. El esfuerzo intelectual puede revelar los hechos de la vida, pero el evangelio del reino da a conocer las verdades de ser. Tú has hablado de las sombras materiales de la verdad; ¿quieres ahora escuchar mientras yo expongo las realidades eternas y espirituales que arrojan estas sombras transitorias temporales de los hechos materiales y de la existencia mortal?». Durante más de una hora, Jesús enseñó a este griego las verdades salvadoras del evangelio del reino. El anciano filósofo era sensible a la forma de encarar las cosas del Maestro, y su corazón era sinceramente honesto; así pues creyó rápidamente en este evangelio de salvación.
Los apóstoles estaban un tanto desconcertados al ver que Jesús parecía concordar abiertamente con muchas de las propuestas del griego, pero Jesús más tarde les dijo en privado: «Hijos míos, no os sorprendáis de mi tolerancia por la filosofía del griego. La auténtica y genuina certidumbre interior nada teme del análisis exterior ni resiente la verdad de la crítica honesta. No olvidéis que la intolerancia es la máscara que oculta secretas incertidumbres sobre la verdad de las creencias de uno. Ningún hombre nunca se molesta por la actitud de su prójimo, si tiene absoluta confianza en la verdad de lo que cree de todo corazón. El coraje es confianza en la total honestidad de lo que profesamos creer. Los hombres sinceros no temen el examen crítico de sus convicciones firmes e ideales nobles».
La segunda noche en Ramá, Tomás hizo a Jesús esta pregunta: «Maestro ¿cómo puede un nuevo creyente de tus enseñanzas realmente saber, estar realmente seguro, sobre la verdad de este evangelio del reino?»
Le dijo Jesús a Tomás: «Tu seguridad de haber entrado en la familia del reino del Padre y de sobrevivir eternamente con los hijos del reino, es plenamente un asunto de experiencia personal—la fe en la palabra de la verdad. La seguridad espiritual equivale a tu experiencia religiosa personal en las realidades eternas de la verdad divina, y es de otra manera igual a tu comprensión inteligente de las realidades de la verdad más tu fe espiritual y menos tus dudas honestas.
«El Hijo está por naturaleza dotado de la vida del Padre. Puesto que estáis dotados del espíritu viviente del Padre, sois hijos de Dios. Sobrevivís a vuestra vida en el mundo material de la carne, porque estáis identificados con el espíritu viviente del Padre, el don de la vida eterna. Muchos, en verdad, ya tenían esta vida antes de que yo viniera del Padre, y muchos más recibieron este espíritu porque creyeron en mis palabras; pero yo os declaro que, cuando vuelva al Padre, él enviará su espíritu al corazón de todos los hombres.
«Aunque no podéis observar la obra del espíritu divino en vuestra mente, existe un método práctico que os permite determinar hasta qué punto habéis puesto el control de los poderes de vuestra alma al servicio de las enseñanzas y dirección de este espíritu residente del Padre celestial, y ése es: la magnitud de vuestro amor al prójimo. Este espíritu del Padre comparte el amor del Padre, y a medida que va dominando al hombre, lo conduce infaliblemente en la dirección de la adoración divina y del amor y respeto por los semejantes. Al principio, creéis que sois hijos de Dios porque mis enseñanzas os permiten apercibiros de la presencia guiadora de nuestro Padre en vuestro corazón; pero pronto se derramará sobre toda la carne el Espíritu de la Verdad, y vivirá entre los hombres y les enseñará, así como yo ahora vivo entre vosotros y os hablo las palabras de la verdad. Y este Espíritu de la Verdad, que habla por las dotes espirituales de vuestra alma, os ayudará a conocer que sois los hijos de Dios. Prestará testimonio infalible mediante la presencia residente del Padre, vuestro espíritu, que para entonces residirá en todos los hombres así como ahora reside en algunos, diciéndoos que sois en realidad hijos de Dios.
«Todo hijo terrenal que siga la dirección de este espíritu finalmente conocerá la voluntad de Dios, y el que se someta a la voluntad de mi Padre, vivirá para siempre. No se os ha aclarado el camino que conduce de la vida terrestre al estado eterno, pero hay un camino, siempre lo ha habido, y yo he venido para hacer nuevo y vivo ese camino. El que entra en el reino ya tiene vida eterna—jamás perecerá. Pero mucho de esto comprenderéis mejor cuando haya regresado a mi Padre y podáis visualizar vuestras experiencias corrientes retrospectivamente».
Y todos los que escucharon estas palabras benditas se llenaron de regocijo. Las enseñanzas judías sobre la supervivencia de los rectos eran confusas e inciertas, y resultaba para los seguidores de Jesús refrescante e inspirador escuchar estas palabras tan definidas y positivas que aseguraban la supervivencia eterna de todos los creyentes sinceros.
Los apóstoles continuaron predicando y bautizando a los creyentes, manteniendo al mismo tiempo la práctica de ir de casa en casa, consolando a los deprimidos y ministrando a los dolientes y afligidos. La organización apostólica se había ampliado en el sentido de que cada uno de los apóstoles de Jesús contaba ahora con uno de los asociados de Juan. Abner estaba asociado con Andrés; y este sistema se mantuvo hasta que fueron a Jerusalén para la siguiente Pascua.
La instrucción especial dada por Jesús durante la estadía en Zabulón se refirió especialmente a conversaciones ulteriores sobre las obligaciones mutuas del reino y comprendió explicaciones aclaratorias de las diferencias entre la experiencia religiosa personal y la amistad en las obligaciones religiosas sociales. Fue ésta una de las pocas veces en que el Maestro discurrió sobre los aspectos sociales de la religión. A lo largo de toda su vida en la tierra Jesús impartió a sus seguidores muy pocas instrucciones sobre la socialización de la religión.
En Zabulón el pueblo era de raza mezclada, ni judía ni gentil, y pocos entre ellos de veras creyeron en Jesús, a pesar de que habían oído sobre la curación de los enfermos en Capernaum.